miércoles, 21 de marzo de 2007

Discriminación y violencia en el Mercado: Una cuestión de vida.

por Juan Escobar




La construcción del futuro deseado implica la necesidad de un pensamiento integrador. Un pensamiento que permita una visión comprensiva del conjunto. Que exprese la humanidad de valores como la solidaridad y la justicia que reconoce en cada uno la misma dignidad. Recuperando la centralidad del respeto por la vida.


Realidad y Proyecto Nacional.
Oscar Varsavsky, se presentaba a sí mismo de una manera particular para un científico en las primeras páginas de la edición que, bajo el título de Ciencia e ideología, aportes polémicos compilaba la discusión que había tenido lugar en 1971 en las páginas de la revista Ciencia Nueva, cuya discusión giraba en torno de las posibilidades de desarrollo científico en la Argentina y de la que también participaron personalidades tan destacadas como Gregorio Klimovsky, Jorge Schvarzer, Manuel Sadosky, Conrado Eggers Lan, Thomas Moro Simpson y Rolando García. La pasión que se enciende en el interior de este pequeño volumen hace que no tenga desperdicios.

Hoy, ese librito es prácticamente inhallable. Pero íbamos a la forma en que se presentaba Oscar Varsavsky, el científico que miró a la realidad con ojos argentinos. Decía: "Soy ex profesor universitario, especialista en modelos matemáticos de las ciencias sociales; fui educado en Liniers". Pero más allá de su modestia, en aquellos días de 1971 donde transcurría la discusión en la revista, había aparecido un libro suyo con una vocación manifiesta de incidir en nuestra realidad en una forma más directa. La tapa en un naranja luminoso donde las letras blancas gritaban: "Proyectos Nacionales. Planteo y estudios de viabilidad."

Ese libro, leído por quien se disponía a volver al país para ocupar por tercera vez la presidencia de la Nación, inspiró en una medida apreciable la realización de esa tarea colectiva que derivó en el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional que Perón anunció ante el Congreso el 1º de mayo de 1974, (y que próximamente tendrá una primera edición definitiva disponible para el gran público, gracias al trabajo incansable y preciso de un amigo que ya se ha nombrado en estas páginas). El germen del Modelo Argentino, su espíritu profundamente nacional, puede hallarse en las páginas de ese libro que Ediciones Periferia le editó a Varsavsky en 1971. Un libro que se presentaba como la primera parte de una obra de dos tomos, el segundo de los cuales fue publicado por el Centro Editor de América Latina en 1975, cuando la noche ya se empezaba a hacer sentir, mismo año en que se editaba también la compilación de la que hablábamos al principio.

El título de la segunda parte era "Marco histórico constructivo para estilos sociales, proyectos nacionales y sus estrategias". Allí planteaba la necesidad de una militancia histórico-constructiva que asumiendo la experiencia del pasado se proyectara al futuro en la realización colectiva de la sociedad deseada. Uno de los motivos por los cuales el libro resulta prácticamente desconocido en nuestros días se debe a que poco tiempo después, pasaría a contarse entre las tantas víctimas de la barbarie, ya que gran parte de su edición desapareció entre las llamas que consumieron un millón y medio de ejemplares entre libros y fascículos a manos de la policía de la provincia de Buenos Aires, el 30 de agosto de 1980, fecha que sería recordada posteriormente como el "Día de la vergüenza del libro argentino" por una iniciativa de la Cámara Argentina del Libro.

En el “Marco histórico constructivo”, Varsavsky propone un abordaje a la realidad para transformarla que puede resultar convergente con el pensamiento complejo a cuya configuración a lo largo del siglo XX han contribuido los aportes de gente como Edgar Morin, Kevin Kelly o Joël de Rosnay entre otros. Varsavsky plantea un método que define como "de aproximaciones sucesivas de escala" que vayan de la visión del astronauta -que ve lo general del conjunto- a la visión del bombero -fijado en la particularidad de lo emergente.


Individuos: vida y necesidades.
La globalización de las comunicaciones nos permite, a través de una herramienta como el Google Earth, realizar una simulación visual de estas sucesivas aproximaciones y alejamientos como medio para aprehender la realidad a partir de lo empíricamente comprobable, en un recorrido propio que siga esta pauta planteada por Varsavsky.

Así, en el espacio del universo físico -la primera dimensión de la realidad reconocible-, nos encontramos con el tercer planeta del sistema solar, que se caracteriza por tener agua y a partir de ella se desarrolla lo que se conoce como biósfera, un megasistema complejo que recubre la superficie de la Tierra y en donde se manifiesta la vida. Esa dimensión de lo viviente se organiza en especies, constituidas por individuos, que son a la vez portadores de vida y de las necesidades que su continuidad implica atender. Necesidades que son a la vez individuales y comunes entre los individuos de cada especie.

Estas necesidades propias de todo individuo viviente abarcan tres dimensiones. La primera refiere a las necesidades físicas, que hacen al hábitat adecuado para la continuidad de la vida. La segunda abarca las necesidades biológicas y finalmente las necesidades de información, funcional a la atención de las necesidades precedentes, a través de su comunicación con el entorno físico y viviente.

Entre esas especies, se encuentra la especie humana, que se diferencia del resto por el hecho de codificar la información en símbolos, en representaciones. Usando palabras de Cassirer, esto convierte al humano en el único animal simbólico, lo que incorpora una nueva dimensión que organiza a las anteriores, así como a la dimensión social que incorpora la presencia misma de la especie humana, su carácter gregario, que hoy se concentra en un 80% en formaciones urbanas donde constituyen su comunidad, que se inscribe en una escala de integraciones que comienza en lo individual un camino de incorporación al mundo.

Comunidades en un mercado global.
El individuo tiende a integrarse en unidades mayores para atender de manera más eficiente sus necesidades. En la vida cotidiana, el individuo humano forma parte inicialmente de una familia, que se integra en un colectivo social de referencia inmediata, a través del cual se incorpora a la comunidad que surge de habitar y compartir el mismo territorio más o menos delimitado. Esa comunidad se organiza para su continuidad a través de la política, lo que constituye al ámbito local en célula de la organización estatal. En el ámbito local es donde se ejerce la ciudadanía y se padecen sus limitaciones en forma cotidiana, en el lugar donde transcurre la vida de esos ciudadanos. Pero esos ciudadanos sólo son tales en la medida que lo legitima un Estado nacional, esa forma organizativa que se difundió hasta cubrir cuatro de los cinco continentes en la segunda mitad del siglo pasado.

Estos Estados representando naciones tienen generalmente mayores oportunidades de insertarse en el orden planetario en la medida que se integran previamente a bloques continentales. Por caso, la Unión Europea o el proyecto en curso de unidad sudamericana.

El orden global de la actualidad es a la vez producto y reproductor de la creciente primacía del poder económico sobre el poder político, en un proceso de siglos que se precipitó en algunas pocas décadas. Ese poder económico suele expresarse a través del formato de las corporaciones empresarias que protagonizan el comercio internacional, impulsando la conformación del Mercado-mundo que caracteriza a lo que se conoce como globalización. Generando un contexto donde el mercado en red trasciende las barreras continentales, nacionales y locales para conectar al individuo a un sistema que lo sitúa en un primer peldaño de consumidor. Un peldaño del que no se puede bajar sino hacia la exclusión social, ya que constituye el procedimiento establecido para la atención de las necesidades humanas.


Socialización y violencia en el Mercado.
Con la retracción del Estado que brindaba resguardo jurídico a las organizaciones sociales, éstas quedaron sujetas a las leyes del mercado, privatizando una parte de la identidad social como es el caso del tsunami del gerenciamiento en los clubes de fútbol, que en algunos casos significó abiertamente su conversión en empresas de negocios. Asimismo, se fueron mercantilizando incluso los procesos de socialización y de configuración de la identidad, de los que participan masivamente los segmentos más jóvenes de la sociedad, en una progresiva privatización de lo público que desvinculó masivamente a los individuos de las comunidades de las que formaban parte, incrementando las condiciones de vulnerabilidad para las mayorías. De esta manera, el espíritu lucrativo resignificó a una proporción creciente de las relaciones sociales en la misma medida que el Estado abandonaba su función reguladora y -en el caso de los Estados democráticos- traicionaba el mandato de bienestar del conjunto de los ciudadanos que les reconoce igual dignidad y por lo tanto, le confiere iguales derechos.

En lo cotidiano, aún en este punto, lo central continúa siendo la continuidad de la vida, con una calidad que exprese concretamente la integración del individuo en el conjunto social. En eso coinciden las poblaciones humanas, (constituidas en su inmensa mayoría por ciudadanos comunes) con lo que parece ser la tendencia natural de la biósfera de la que formamos parte a través del medio ambiente que nos circunda. Esos ciudadanos comunes que resultaron ser los más perjudicados por el proceso de globalización de los mercados. Porque el mercado como modelo hegemónico para las relaciones sociales se ha demostrado pernicioso para la sustentabilidad de los conjuntos sociales, al tiempo que incrementa los riesgos para los individuos que participan en esas relaciones. Al falso dios Mercado no se lo puede dejar solo, porque el mercado libre por excelencia es el mercado negro, ese mercado que por ser explícitamente ilegal, escapa de toda regulación del Estado al desconocerlo como árbitro responsable de orientar a las partes en el sentido del bien común.

Donde tienen lugar relaciones de mercado al margen de una regulación del Estado democrático, lo que rige efectivamente es la falta de garantías que surge de la aplicación de la ley del más fuerte. El contrato entre las partes puede convertirse con mayor facilidad en un fraude, en desmedro de la parte más débil de la relación. Promesas que no se cumplen, supuestos básicos de buena fe que hacen a la confianza necesaria para concretar las transacciones, que se ven defraudados en la medida de la ausencia de un Estado que provea de justicia.

Regulación defensiva y Responsabilidad social.
Pero tanto la destrucción de las capacidades estatales de regulación que le dieron vía libre, como toda la historia de abusos de la posición dominante que caracterizó brutalmente al orden industrial y se incrementó con la transición al actual orden tecnológico de la globalización, hicieron que la opinión pública incrementara sus demandas de una mayor responsabilidad social por parte de las corporaciones que inciden muchas veces en forma determinante en la vida cotidiana de las poblaciones. El caso de las papeleras sobre el río Uruguay se inscribe en esa sucesión de hechos que dio lugar a una demanda que también tiende a globalizarse, aunque a una velocidad más discreta, de valores que deben ser asumidos y expresados por el Estado democrático, ya que no constituyen atributos que puedan encontrarse naturalmente en el Mercado. Porque si hablamos de valores, el Mercado entiende que estamos hablando de precios, y por eso es refractario a nociones como las de justicia o solidaridad.

En el mercado, la discriminación de los clientes es inherente a su naturaleza y de acuerdo al mercado del que se trate puede darse con mayor brutalidad o mayor sutileza, pero con la misma violencia. Una violencia que es expresión de barbarie, en el sentido que rescata Morin de Hegel, no como animalidad sino como negación del otro, de su identidad, de su cultura, de su dignidad humana. En definitiva, del valor mismo de su vida. Una violencia patente en el descarte que opera como criterio central del mercado que considera residual a todo aquel que separa y excluye de su juego. Una exclusión ostensible que a su vez tiende a disciplinar a los provisoriamente incorporados.

La regulación de los mercados debe responder a principios de equidad que no se desprenden de la maximización desconsiderada de los intereses particulares. Es necesaria una regulación defensiva y por lo tanto preventiva de los posibles daños a los que se expone a los ciudadanos, como consecuencia de la primacía del interés particular y la arbitrariedad que encuentran impunidad en relaciones marcadamente asimétricas como las que se dan en el mercado. Porque en el límite, la cuestión fundamental sigue siendo contribuir a la continuidad de la vida que el interés ciego pone en un riesgo cada vez más frecuentemente filoso. Irresponsablemente. Jugando con cosas que no tienen repuesto, como canta Serrat.

Todo un caso pendiente.
Cromañón. Una palabra como un golpe y ya sabemos de lo que estamos hablando. Hubiera hecho falta más responsabilidad para garantizar la continuidad de la vida en las partes concurrentes en esa relación comercial. Una responsabilidad proporcional a la participación efectiva en las decisiones que la concretaron, y a la información con que cuenta cada parte sobre las condiciones reales en que se estableció. Como es obvio, en este esquema la mayor responsabilidad corresponde a la parte dominante de la asimetría, lo que es decir del otro lado del mostrador para el ciudadano común en el papel del cliente, que suele no contar con la información mínima como para decidir en función de la propia preservación.

Cromañón. Esas muertes dieron cuenta de las limitaciones del Estado de la Ciudad Autónoma para verificar de manera eficiente algo tan básico como las condiciones de seguridad de los locales comerciales con acceso de público. Una tarea que reconocida tácitamente como inabarcable por el conjunto de la clase política de la ciudad. En concreto, se asumió desde el comienzo como irrealizable. El Estado de la Ciudad asumió que no puede controlar algo tan simple como eso. Y a otra cosa. Luego se buscó un chivo expiatorio para sacrificar ante la opinión pública -con un procedimiento al que no se puede acusar de elegante-, para abrir una nueva discontinuidad en la gestión de esta ciudad. Como si nada hubiera sucedido. Lo que en un sentido es cierto. Porque las condiciones que hicieron posible Cromañón no han cambiado en lo sustancial.

El Estado de la Ciudad no puede hacerlo, porque en su esquema todavía no opera demasiado la idea de responsabilidad social. De los comerciantes que, por ejemplo, podrían declarar un nivel de seguridad, en una escala simple y pública, que fuera por ejemplo del uno al diez, dentro de parámetros establecidos de acuerdo a normas de calidad que respondan a criterios técnicos de lo que hace a la seguridad de algo tan poco esotérico como un local comercial. El comerciante declararía así un nivel de seguridad con un cartel y un número en la puerta. Si el nivel de seguridad declarado no coincidiera con el efectivo, podría procederse a su denuncia, que activaría su verificación y posterior clausura. Si el nivel declarado fuera inferior a cuatro se establecerían plazos para una mejora gradual y otros plazos menos perentorios para los que declarasen menos de siete. Lo que se completaría con algún reconocimiento fiscal a los que puedan acreditar niveles de seguridad superiores a ese número.

Cabe imaginar el nivel de seguridad declarado y verificable en el lugar del incendio del que se cumple un nuevo aniversario. Hasta cabe la ilusión de pensar que muchos de ellos no hubieran elegido entrar si hubieran tenido la información suficiente, veraz y oportuna de los riesgos a los que se enfrentaban. La realidad, que a veces se ensaña, es que los que ya no están no tuvieron esa información. No pudieron decidir a conciencia y eso les costó la vida. Una ley de la legislatura podría establecer un programa de regularización en este sentido, apelando a la participación ciudadana y a la responsabilidad social de los comerciantes, al menos para que si vuelva a suceder una tragedia así, no sobrevuele la recurrente sensación de que no se hizo nada para evitarlo.

Con todo, se trata, una vez más, básicamente, de garantizar en lo posible la continuidad de la vida. Que la otra opción pone al ciudadano común en el lugar de la víctima y desemboca en nada más que dolor y ausencia de sentido.

(Una síntesis de esta nota fue publicada en la Revista Actitud, en diciembre de 2006)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Necesito leer "Ciencia e ideología, aportes polémicos". ¿qué posibilidades tengo de conseguirlo; ya se en papel o electrónicamente?
Gracias por tu ayuda
lillofranco@gmail.com