por Juan Escobar
Legitimación de la política.El liderazgo del Presidente K se ha caracterizado desde el comienzo de su gestión por establecer un dialogo directo con la sociedad, con un mensaje que ha demostrado ser fecundo, en primera instancia, al reflejarse en niveles de popularidad sorprendentes si se considera la profunda crisis política e institucional en la que se vio inmerso el país tras el derrumbe del gobierno de la Alianza en diciembre de 2001.
Pero el profundo cambio que significó el Proyecto de país conducido desde el Estado Nacional, precisaba una ratificación como la que surgió de las urnas el pasado 23 de octubre, donde la ciudadanía dio una clara demostración de su respaldo a la alternativa de reconstrucción frente a los agoreros y oportunistas de diverso pelaje que intentaron una vez mas distraer al electorado de los verdaderos temas centrales para el colectivo social.
Mirando el panorama resultante en los partidos políticos, nos encontramos con un peronismo omnipresente por diseminación pero que se encolumna mayoritariamente en la conducción del presidente. Con un radicalismo mutilado por la diáspora, con un desprendimiento republicano y otro demócrata, uno más reaccionario y el otro más delirante, pero definitivamente radicales. Con una izquierda con más partidos que militantes, con una derecha que mete miedo y desconfianza a la mayoría. En este contexto la ecuación se resolvió de manera razonable en el sentido de continuar por el camino que nos está sacando del infierno. Se sabe que el camino es largo, pero no tanto como para dar crédito a los apocalípticos, ni tan lineal como para creer en soluciones mágicas.
Más allá de los intentos de encasillar la realidad política de nuestro país en términos de izquierdas, derechas y centros que poco dicen, más allá de las especulaciones previas acerca de los resultados, de la impunidad mística, de un peronismo que puede repartirse entre el oficialismo y la oposición, de las esquirlas de un radicalismo centrifugado por la historia, mas allá de todo, globalmente, la ciudadanía se expresó masivamente, en el mayor grado de participación en años, lo que ya es muestra de un progreso en la recuperación de la política como herramienta de las decisiones colectivas. No es poco.
Radicales libres
El lugar de la derrota suele ser un lugar complicado. Y suele complicarse aun más en la medida de la visibilidad de esa derrota. No es lo mismo perder entre cuatro paredes que a la vista de todo el mundo. Pero aun así, cuando uno pierde, y más si es radical tiene distintas alternativas de respuesta. Puede reconocer su derrota humildemente, haciendo el pobrecito, ante los pocos que todavía lo escuchan. Puede plantear que la ciudadanía no comprendió su mensaje y resentirse con la ciudadanía. O en su reciente versión mesiánica puede directamente enojarse con la ciudadanía, dando por sentado su complicidad con el mal, representado por todos los que no sean sus seguidores incondicionales, dicho con la seguridad y autoridad de quien, como Bush, afirma tener una relación directa con el espíritu santo.
Todas estas proyecciones del candidato soslayan, sin embargo, el punto de vista del votante. El votante que vota. O no vota. Que vota a favor de uno o vota para que no gane otro. Pero que vota gente, más que propuestas. Propuestas que pueden ser muy lindas, pero si el que las plantea no resulta creíble en los primeros minutos, el posible votante le hace zapping y a otra cosa. Porque el día de la elección se define el nivel de credibilidad relativa de los candidatos. Frente a eso, y una vez contados los votos, solo resta seguir trabajando en la construcción de esa credibilidad. Y preguntarse si lo que viene haciendo realmente contribuye a eso.
Identidades y proyecto de país
En una sociedad fragmentada, es natural que la dispersión se plasme en una constelación de minorías, en un mapa que parece el de Oceanía. El país de los grandes bloques, el país integrado, el país de las mayorías absolutas murió de muerte violenta. Hoy, todavía tenemos las consecuencias de un cuarto de siglo de destrucción que se inició con una dictadura militar y expiró con una mega-devaluación.
Esas consecuencias sólo se pueden afrontar con un proyecto de país, que implica la comprensión del problema y la capacidad para solucionarlo. Comprensión y capacidad que son la base fundamental del liderazgo que hoy ejerce el Estado Nacional recuperado para la sociedad.
Pero aun considerando la fragmentación, cuando hay un proyecto nacional, especialmente después del sistemático desmantelamiento y vaciamiento institucional que sufrió nuestro país, y cuando hay una conducción clara por parte del Estado Nacional, es natural que las diversas identidades que constituyen el juego político se polaricen a favor o en contra de ese proyecto.
Porque cuando está claro un proyecto, las identidades pasan a ser una cuestión secundaria, porque la cuestión principal es lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros. Los radicales, siempre van a ser radicales. Los socialistas siempre van a ser socialistas. Los peronistas, se sabe, son[1] incorregibles. Pero el proyecto de país en marcha es la oportunidad de cumplir con el mandato de la gente, que consiste en ponerse de acuerdo para la efectiva construcción del bien común. En el dialogo de las identidades, pero puestos a reconstruir el país que nos dejaron en ruinas.
De acá para adelante
Los resultados de las últimas elecciones abren un campo de posibilidades de realización que sin embargo es responsabilidad del conjunto de la sociedad y no meramente una carga que debe soportar el Estado Nacional.
El ejercicio de la ciudadanía no se agota en el sufragio. Por el contrario, el voto puede revelarse también como un punto de partida, como la apuesta por el cambio necesario, por un contexto que a su vez haga posible una mayor participación organizada. En nuevas formas de organización que tienen que surgir necesariamente de la misma sociedad que es la fuente de legitimidad del Estado como organización del colectivo social.
La realización del Proyecto Nacional implica el esfuerzo colectivo. Sostenido y organizado. Que sepa canalizar de manera eficiente el potencial creativo de nuestra sociedad para hacer realidad el país que nos debemos. En un marco de inclusión universal y pleno empleo que son la base de una justicia social sustentable. Con instituciones adecuadas para afrontar los desafíos de nuestro tiempo. Con iniciativa que se traduzca en organización. Con un compromiso que se traduzca en comunicación. Con responsabilidad que se manifieste en una ética de la solidaridad. En resumidas cuentas, con un ejercicio pleno de nuestra ciudadanía. De todos y de cada uno de nosotros, cruzando el umbral de lo individual para transitar el puente hacia la participación en las decisiones colectivas. Para reconstruir la ciudadanía de todos, partiendo de nuestra voluntad individual.
Por eso creo que esto recién empieza.
(Octubre de 2005)
[1] Somos.
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