Juan Escobar
Hablamos de la inseguridad. Es un tema recurrente para los argentinos y podemos encontrarlo con mayor frecuencia de lo deseable en los “panoramas internacionales”. Discutimos acerca de la inseguridad, con una propensión bastante marcada a no ponernos de acuerdo. Elaboramos teorías acerca de la inseguridad. Que es una sensación. Que parte de una interpretación de los hechos, y por lo tanto es una construcción. Que es un discurso alimentado y promovido por los medios.
Pero los hechos nos responden y ninguna interpretación es más inteligente que ellos. Y los medios de comunicación nos devuelven esa imagen de lo que somos, esa imagen de lo que nos pasa, multiplicada al infinito. Como la cachetada que le da el maestro Zen cuando el discípulo comienza a hacer disquisiciones demasiado sutiles: para que no pierda conciencia de la realidad concreta. Y de nuevo hablamos de la inseguridad, teorizamos y discutimos hasta la llegada inexorable del siguiente golpe.Cada vez que recrudece el problema de la inseguridad, esto intenta ser aprovechado por quienes pretenden apagar el fuego tirándole nafta y piden represión y un mayor endurecimiento por parte del Estado.
De esta manera, se valen del orden del discurso para canalizar el remanido discurso del orden, en una lógica irresponsable que consiste en redoblar la apuesta sin detenerse a pensar lo que está en juego. La “solución final” que los apóstoles de la mano dura intentan promover, difícilmente pueda generar otra cosa que una espiral de violencia mayor que puede alejarnos definitivamente de la pacificación que necesita el país. Es que la inseguridad que hoy vivimos es uno de los efectos residuales de la devastación llevada a cabo a lo largo del último cuarto del siglo XX.
Si a partir del 24 de marzo de 1976 se instaló en la Argentina un modelo de no-país, no debería sorprendernos que nos dejara como resultado una serie de negaciones, entre ellas la inseguridad, la inequidad, la intolerancia, la incertidumbre, la insatisfacción, la inestabilidad, la insustentabilidad, la insolvencia, la injusticia. Que haya sembrado la desindustrialización y el desempleo, la desesperación y la desesperanza, el desasosiego, la desdicha, el desconcierto, entre otras cosas. Que haya dejado a millones de argentinos sin salud, sin educación, sin techo, sin pan y sin trabajo.
Así, como en las capas de una cebolla, se fueron superponiendo cantidad de inseguridades. La de los que trabajan hoy y mañana no saben. La de los que comen hoy y mañana no saben. La de los que ni trabajan y casi no comen y no saben si se van a despertar al día siguiente. La de los que viven en la calle. La de los que no quieren salir a la calle porque no saben si vuelven. La de los que no están seguros ni siquiera en sus casas y la de quienes tienen que poner sus propiedades como fuente de recursos a cambio de que se los devuelva –o no– a la vida.
Ya el viejo Maslow hablaba de la seguridad en el marco de su pirámide de las necesidades. Una necesidad, eso que se hace notar cuando falta. Yposiblemente se trate de eso. De necesidades. De una serie de necesidades que no tienen atención. De necesidades acuciantes que empujan a la marginalidad a una considerable parte de la población. Que sólo pueden atenderse en el mercado, porque ese es el mecanismo establecido y no existe prácticamente otro. Salvo lo siempre insuficiente que se puede hacer desde los restos de un Estado endeudado y destruido por una acción sistemática y sostenida.
O bien que se atienden en esquemas donde la única obligación es moral. Respondiendo al deber ser, a valores como la solidaridad, la buena voluntad y la iniciativa social, que no tienen precio de mercado. Necesidades diversas que son contenidas en parte por organizaciones que nacen de la sociedad sin que el objetivo sea el lucro. Organizaciones con rostro humano que no hacen más que proyectar la voluntad de ayudar de las personas que las integran. Una malla de contención que amortiguó el derrumbe, pero que se ve desbordada a pesar de lo mucho que se hace.
Si la inseguridad del presente es la consecuencia lógica de los acontecimientos de nuestra historia reciente, si es parte del país que nos dejaron, es porque la paz social y la seguridad que nos están haciendo falta son parte del país que alguna vez tuvimos.
Es algo que también perdimos, pero que no podremos recuperar volviendo al pasado, sino atacando las causas de los males que sufrimos y generando las condiciones para el futuro que deseamos, al que es preciso imaginar, proyectar y construir para que vaya siendo una realidad cada vez más palpable. El común denominador de la inseguridad es la ausencia total de garantías, la aleatoriedad, el azar determinando la vida o la muerte de manera imprevisible. Pero además es miedo, incertidumbre, pánico, paranoia, indignación, impotencia, parálisis. Arturo Jauretche decía que no teníamos que dejarnos arrebatar la alegría, porque un pueblo triste no puede construir nada, podríamos comenzar entonces por reconocer que desde la inseguridad, en cualquiera de sus acepciones, no se puede luchar contra ella. Tenemos que hacernos fuertes como sociedad concentrándonos en las cosas que nos juegan a favor. En las cosas que nos unen y en la acción de quienes practican la solidaridad, la cooperación, el compromiso con el bien común y la pertenencia a una comunidad nacional con vocación de construir un destino de dignidad y autodeterminación.
Porque posiblemente el I Ching, ese oráculo chino que pretende sistematizar el azar, tenga algo de razón cuando dice que la mejor forma de luchar contra el mal es una decidida acción a favor del bien. O, más cerca nuestro, Alfredo Casero cuando afirmaba: “Dicen que no nos queda nada. Yo no lo creo. Todavía nos quedamos nosotros”. Y es un recurso en gran medida inexplorado al que deberíamos prestar más atención. Nosotros, como conjunto de personas que comparten algo más que un territorio. Nosotros y las cosas que podemos hacer colectivamente con las multitudes que somos, para volver a ser una Nación integrada y con justicia social. Para enterrar esta inseguridad definitivamente en el pasado.
El problema de cada día es cómo sobrevivir en un país cada vez más inseguro. La solución, necesariamente, deberá partir de plantearnos la forma de construir un país nuevo, más seguro. Sobre las ruinas de lo que fuimos, edificar entre todos lo que queremos ser. Para la Argentina de hoy, un Proyecto Nacional significa eso, lo que nos proponemos hacer con lo que han hecho de nosotros.
(Julio de 2004)
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