por Juan Escobar
Los períodos preelectorales suelen actualizar nuestro carácter de ciudadanos, hasta el día en que "la ciudadanía concurre a los comicios".
En este caso, cuando se habla de ciudadanía se está haciendo referencia al conjunto de los ciudadanos que ejercen su derecho/obligación del voto.
El sufragio es un ejercicio básico tanto para constituirnos en ciudadanos practicantes, como para legitimar el sistema representativo en el que se basa la democracia. Por eso decimos que el voto es la base, necesaria aunque no suficiente, de nuestra ciudadanía. Porque la ciudadanía es un fenómeno, -más precisamente una práctica-, de carácter multidimensional que abarca una diversidad de aspectos interrelacionados que refieren al sujeto que la ejerce, el que por eso mismo se convierte en ciudadano.
Por eso restringir la ciudadanía al voto es reducirla a su mínima expresión. Llevarla al límite donde si se lo traspasa, la ciudadanía tiende a desaparecer. De hecho se trata de una acción esporádica que si se identifica sin más con el ejercicio de la ciudadanía, deja la sensación de una discontinuidad que no llega a encarnarse en la cotidianeidad de su portador, el ciudadano. No es casual que ciertos fundamentalistas de mercado se hayan acostumbrado a insistir periódicamente con la cantinela de quitarle la obligatoriedad al voto.
Y esto último es congruente con la dinámica de los mercados, que responde a otra lógica, para la que el derecho es algo ajeno. Esa fría lógica de la oferta y la demanda, que expresa una visión unidimensional, donde sólo cuentan los intereses particulares y todo es reducido al carácter de mercancía. Donde el individualismo se convierte en una cárcel que pretende aislarnos de toda integración posible al conjunto social. Y por eso desestima cualquier idea de bien común que exceda el mero clima favorable a los negocios.
Una visión para la cual el derecho no es más que un obstáculo al enriquecimiento sin restricciones. Una visión que conlleva lógicamente a la demonización del Estado. La realidad entendida como la proliferación de los mercados es propia de ese economicismo cerrado y ciego, para el que la vida humana no es más que un dato que pierde terreno frente al equilibrio delas cuentas convertido en un fin en sí mismo. Por eso el neoliberalismo -que es la expresión de ese poder económico cuya única finalidad es concentrarse más allá de cualquier límite- suele teñirse de un cinismo que reconoce el precio de todas las cosas y el valor de ninguna.
En la Argentina, esa tendencia se sintetizó en la frase según la cual achicar al Estado era agrandar la Nación. Que encubría en realidad la destrucción del derecho y el aumento de la injusticia social hasta más allá de lo tolerable, llevada a cabo por todos los medios, sin desdeñar los más aberrantes. El pretendido tren de la historia al que nos forzaron a subir, finalmente nos condujo a un campo de concentración económica y exclusión social. Donde el Mercado se convirtió en el procedimiento único establecido para la atención de las necesidades humanas. Por acción y omisión de un Estado en retirada. Donde comés si tenés plata para comprar. Y si no tenés, fuiste.
La sociedad civil, que es decir la parte organizada de la sociedad, se comportó como una malla de contención frente a la voracidad sostenida de los mercados sin control. Y cuando esa dinámica estalló por los aires se comportó de manera responsable y solidaria. Porque la base de la sociedad civil es lo que se conoce como voluntariado, es decir aquellas personas que dedican parte de su tiempo a participar en formas organizacionales orientadas a la atención de necesidades sociales. Que es una forma activa y constructiva de ejercer la ciudadanía.
En Argentina, el voluntariado abarcaba aproximadamente un millón de personas, lo que no es decir poco. Con el derrumbe del Modelo de no-país, en diciembre del 2001, esa cifra se duplicó en el transcurso de un año. Dos millones de personas participando en organizaciones de lo más diversas abocadas al salvataje de damnificados por un mercado que era tan libre que se reservaba el derecho de admisión y permanencia.
Hoy estamos en el comienzo del largo camino que nos alejará definitivamente del infierno. Ese camino puede transitarse descansando en los esfuerzos de un Estado que es de todos. Pero hay muchos argentinos que no se contentan con esperar. Y que no están solos. Y suman sus esfuerzos cotidianos contribuyendo a la construcción del bien común, acompañando el liderazgode un Estado Nacional que volvió a interpretar las necesidades del conjunto y actúa en consecuencia.
El desafío de la democracia es la articulación de los intereses particulares de manera que conduzcan al bien común. La herramienta en nuestras manos es la ciudadanía. Y es una herramienta de cambio que se conoce cuanto más se practica. Porque en democracia, el bien común es una responsabilidad colectiva, pero que se encarna en cada individuo en la medida que asume su carácter de ciudadano.
El estilo argentino
Durante la primera mitad del siglo XX, nuestro país experimentó un crecimiento paulatino y sostenido del nivel de politización de sus pobladores, que llegó a su máxima expresión en la década peronista de cuyo final se cumple medio siglo en estos días.
La inmigración de principios de siglo XX que trajo sus valijas de prácticas sindicales y políticas; la incorporación de las clases medias a partir del yrigoyenismo, la irrupción de los trabajadores y las mujeres a la escena política de la mano de Perón y Evita. Sucesivamente se iban incorporando diferentes sectores sociales a una política que hasta entonces era propiedad de elegantes señores de galera que habían convertido al país en una estancia al servicio del mejor postor. A cada incorporación de un nuevo sector le sucedía una reacción que pretendía infructuosamente llevar por cualquier medio las cosas a su estado anterior.
La historia se evidenciaba como lucha y la política era el ámbito natural donde se definía el sentido y la orientación de la historia. Se vivía con intensidad un compromiso que se asumía político, sin ambages y sin culpas. En esa primera mitad del siglo XX se consolidó la militancia política como el estilo argentino para ejercer la ciudadanía, esto es, se estableció como el eje en torno del cual se organizaba la participación en las decisiones colectivas, signado por el debate apasionado de ideas y una acción decidida sobre la realidad.
La segunda mitad del siglo fue el tiempo de la expansión sin pausa de los mercados internacionales sobre las poblaciones civiles, que terminó dando paso a la etapa de la globalización económica en cuya atmósfera estamos inmersos. Los estados nacionales, y especialmente el nuestro, vieron relativizarse su capacidad de incidir en la realidad frente al avance brutalde un poder económico que, en la medida que no se le opone resistencia, no cesa de concentrarse al tiempo que genera masivamente exclusión social sobre las poblaciones humanas menos protegidas.
La militancia argentina, ese compromiso puesto en acto, fue evolucionando con el tiempo, dejando paulatinamente a la actividad política frente a un Estado que salvo en breves lapsos, había dejado de ser el ámbito de participación establecido para las decisiones colectivas. A medida que se iban agravando los problemas sociales por la expulsión de crecientessectores de la población por la retirada del Estado, la vocación política, el compromiso militante se avocaba en mayor proporción a la atención directa y solidaria de necesidades concretas. Esto se acentuó particularmente en el transcurso de los últimos veinticinco años del siglo pasado, tiempo que nos trae prácticamente a la etapa previa inmediata a nuestros días, ese infierno del que la Argentina está saliendo.
Hacia el año 2000, lo que se ha dado en llamar “voluntariado” en nuestro país identificaba la actividad cotidiana de aproximadamente un millón de personas, que ejercían su ciudadanía asumiendo responsabilidades sobre la vida de la población que el Estado había dejado de atender. En el 2002, cuando arreciaron las consecuencias sociales del derrumbe final, ese millón de voluntades se duplicó, en el marco de una gran cantidad de organizaciones de los más diversos tamaños y niveles de formalidad.
La militancia, ese estilo argentino de ejercicio de la ciudadanía, siempre encuentra el cauce para actuar en la realidad. Vivimos tiempos de recuperación del Estado como expresión de una voluntad nacional y popular de reconstrucción. Nos resta recuperar plenamente la política como ámbito de participación colectiva para la definición y realización efectiva delProyecto de País que nos debemos como Nación. Hay toda una experiencia histórica que precisa de nuestra creatividad para proyectarnos al futuro cercano como una comunidad nacional integrada a partir de la justicia social que, en palabras de Bernardo Kliksberg, es el mandato ético de nuestras democracias contemporáneas.
(Julio de 2005)
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