domingo, 2 de marzo de 2014

El peronismo, ese sujeto.



*Publicado en la revista Actitud nro. 22 (Febrero de 2008)  
 “No yo, sino en mí.” Agustín de Hipona
1.
Se pueden intentar todas las formas de eludirlo. Infructuosamente.
Es sabido que lo han intentado casi todo con él. Con “eso” que es. Intentaron borrarlo, cooptarlo, definirlo, delimitarlo, desaparecerlo, difamarlo, domesticarlo, encorsetarlo, fusilarlo, infiltrarlo, ningunearlo, perseguirlo, prohibirlo, proscribirlo; silenciarlo, vaciarlo; lisa y llanamente: negarlo de plano. Sin embargo, el peronismo permanece. Es. Como el abejorro que a pesar de transgredir no pocas leyes de la aerodinámica, sin embargo, vuela.

2.
Después de 1955, el peronismo nunca volvió a ser uno. Fragmentos uniéndose y rechazándose de acuerdo a la coyuntura del caso. En torno de los fragmentos: facciones, grupos, hilachas en la diáspora, esquirlas, gérmenes de peronismo en diseminación. Contaminándolo todo. La fragmentación lo hizo omnipresente.
Qué mejor, si el peronismo opera como un virus. “Yo no me hice peronista —me dijo una vez Alfredo Moffat— yo al peronismo me lo contagié en la villa”. Si Perón ironizaba sobre la diversidad del “aden- tro” (“…los hay ortodoxos y heterodoxos; los hay combativos y los hay contemplativos…”), hoy están en todos lados. Aunque cabe suponer que hoy los contemplativos son algo así como una mayoría silenciosa. Hay algo de o del peronismo en cada una de las variantes provinciales y municipales. Los que conviven bajo un mismo techo, arman una interna, como bien aprendieron de los radicales. Si están en tierras extrañas, conspiran. Hay declarados peronistas incluso en el Pro, emulando a Martín Fierro devenido Don Segundo Sombra, gaucho manso fiel al patrón. Hasta los hay con Carrió y su “síganme que los voy a defraudar”, siempre desafiando la templanza de quien pretenda tomarla en serio. Incluso hay una mujer que se formó al calor de la militancia política y asume el peronismo como parte de su identidad. Ejerce la primera magistratura de la república por el voto popular.

3.
No obstante, hay que reconocer que el peronismo está, por así decirlo, sobresignificado. Padece o disfruta de una saturación de interpretaciones al infinito. Su historia es la de una obsesión genuinamente argentina, esto es decir, organizada como un partido de fútbol, con enfervorizadas parcialidades, una a favor y otra en contra, usinas de identidades enfrentadas. A muerte, en el límite de la negación del otro. Una ceguera que se encarnó particularmente y con una frecuencia abrumadora en la parcialidad contraria, o contrera. Fue asumirse gorilas y actuar bestialmente casi una misma cosa. El odio de algunos lo hizo más querible a los ojos de otros. Particularmente de integrantes de la clase media y sectores estudiantiles que se fueron acercando cuando no incorporando al “movimiento” con su propia lógica en la mochila, provocando así una de las primeras mutaciones genéticas en su naturaleza. Porque en cierta medida el peronismo también sobrevivió por aquellos que lo consideraron una aberración, que lo relataron como una película de miedo, tratando de copiar la atmósfera ominosa de “Casa tomada” de Cortázar.
Esos que nunca pudieron aceptar su mera existencia y en esa negación no le dejan otra alternativa que afirmarse.
Para continuar siendo una identidad viviente.
En la dispersión permanece como capital simbólico, virtual, por tanto también intangible, inasible: ideológico.
Dos ideas se instalaron en el consenso político. Que con el peronismo solo no alcanza y que sin el peronismo no se puede. Algo que, pongamos, en 1953 hubiera ahorrado mucha sangre y mucha muerte, sin embargo, ya no puede considerarse suficiente más de medio siglo después.

4.
Dividió el país de manera tajante, porque puso las cosas blanco sobre negro, inscribiéndose míticamente en la tradición independentista y poniéndose del lado de los que menos tienen. Se convirtió a sí mismo en un mito, es decir, en una cantera de sentido. Durante décadas, pocos le fueron indiferentes en el país, compelidos a tomar partido en un sentido u otro. Cambió la historia argentina para siempre (por lo menos hasta hoy) y por eso hay quienes no se lo perdonaron nunca.
Esos, para quienes resulta impensable cualquier piedad para con el peronismo. Desde entonces, relativizaron todo aquello que lo hiciera una víctima y dieron valor absoluto a todo lo que se le pudiera criticar.

5.
Muchos, en su obstinada negación, jugaron con la ilusión de superarlo, pegando un salto al vacío conceptual de la sublimación, no llegando —que se sepa— mucho más allá de la caricatura simiesca. Porque para hacerlo habría que trascender una situación de pleno empleo, con trabajo digno para todos, con derechos efectivos para el conjunto de los habitantes. Sin hambre. Sin analfabetismo. Sin muertos por falta de atención. Para recurrir a la palabra canónica del credo peronista: realizar “la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación”. Lo que guardaría correlación con un cumplimiento pleno del contrato social que expresa el texto de la Constitución nacional, con un sólido estado de derecho en lo político y un estado de justicia distributiva en lo económico.
Si se llegara a esa situación, y se diera un paso más en el sentido del progreso colectivo, con ese paso se estaría superando, trascendiendo, el imaginario del peronismo, sus condiciones de aparición, su razón de ser y su proyecto a concretar. En ese punto se lo podría abarrotar en la obsolescencia. Pero es inútil plantearlo, incluso meramente como posibilidad. Ese colectivo ya pasó hace rato. La continuidad histórica del peronismo se cortó en 1955. Para siempre. Luego, para hacerlo, si cabía, aún más irreversible, llegó la solución final de 1976 cuya acción de un cuarto de siglo casi destruye al país.

6.
Pero ese nombre que se parecía a la palabra nunca, después de mucho tiempo de ausencia comenzó a hacerse discretamente un lugar en la maquinaria del Estado nacional, a partir del 25 de mayo de 2003.
Puesto en funciones de peronismo de estado, fue zanjando en gran medida la eterna disputa de las distintas facciones en torno de la titularidad del peronismo verdadero, dejando en claro que no es otro que el que se manifiesta en los actos de gobierno y en sus consecuencias estratégicas. Ese peronismo que se hace, antes que decirse. Un peronismo que volvió a ser nacional en su alcance y sentido conduciendo los destinos del conjunto desde el comando del Estado nacional.
Devaluando así al peronismo declamatorio, de frecuentes acciones contradictorias con el bienestar general.
El peronismo de Estado, por el contrario, revirtió silenciosamente la tendencia de la distribución del ingreso para orientar la economía en el sentido de la justicia social. Fue haciendo una recuperación progresiva del trabajo, lo que fortaleció a los sindicatos que volvieron a participar institucionalmente en las decisiones colectivas.
Al final de la primera etapa del proyecto nacional en marcha desde 2003, la realidad social del país ha mejorado notablemente. Claro que no en la medida de lo necesario.
Puede ser un exceso de ingenuidad o algo peor pretender que la plena recuperación del país en tiempos de una vida humana puede lograrse exclusivamente con la acción estatal. Particularmente de un Estado que ayer nomás no era otra cosa que una montaña de escombros humeantes. Si la recuperación plena del país es una responsabilidad exclusiva de los gobernantes, ésta tendrá lugar seguramente en el largo plazo. Ese donde, de acuerdo al tópico keynesiano, vamos a estar todos muertos.

7.
Cuando el ciudadano común trasciende el ámbito de lo privado para insertarse en la esfera de lo público, se convierte en un sujeto político, en una primera instancia a través de la participación en el campo de la opinión pública. Porque el sujeto político existe en la medida que es visto. El sujeto político precisa de los medios de comunicación para ser visto. Existe un cierto acuerdo tácito de no agresión. El sujeto político y los medios establecen una relación de mutua conveniencia inicial, aceptándose mutuamente como males necesarios.
Un acuerdo que no siempre dura demasiado y deriva en los frecuentes naufragios de sendas carreras políticas. Cuando apuntan los cañones de la opinión pública no hay demasiada esperanza de vida. Sólo suelen quedar vestigios de la vida que fue y nada en adelante será igual. Son los medios los que establecen esta relación adversativa con el sujeto político, generalmente tomado de manera individual. El sujeto político no suele asumir esa relación adversativa ante el riesgo de pasar al ostracismo o a la condena, sin saber que así entra en una trampa difícil de salir. Si el sujeto político ocupa la Presidencia de la Nación y frente al cuestionamiento se dirige a la cámara para responderle, se desgarran vestiduras por doquier anunciando el advenimiento de todos los totalitarismos juntos. Paradoja de la expresión hablarle a la cámara que en ese acto se hace literal, deja por un momento de ser canal para ser destinatario del mensaje. Poniendo en escena de esta forma el cuestionamiento a una hegemonía real que es la de los medios de comunicación en el direccionamiento de la opinión pública en el sentido de sus intereses corporativos. Poblaciones paradójicamente sitiadas por la comunicación que comunica relaciones de mercado. Entrecruzamientos de lo público y lo privado, de la política y el mercado, del entretenimiento y la información, de la vanidad a la tragedia mediando una tanda publicitaria. El Pueblo devenido público; electorados instantáneos, celular en mano, votando cualquier cosa por unos cuantos pesos más iva.

8.
Durante la etapa que se inició en mayo del 2003, los grandes medios de comunicación se consolidaron como la columna vertebral de la oposición en Argentina.
Remanso de los políticos opositores, en quienes como en la televisión misma, la realidad suele confundirse con la ficción. Perón solía relativizar la incidencia política de los medios, diciendo que en 1945 los había tenido a todos en contra y sin embargo ganó las elecciones; y que en 1955 los tenía a todos a favor y sin embargo lo derrocaron. Desde entonces pasó mucho agua bajo el puente y la situación no es la misma, de manera correlativa la verdadera explosión en las comunicaciones que caracteriza a la fase actual de esta globalización planificada por el poder económico mundial.
Con sus matices particulares, habían cumplido un rol fundamental en el proceso que se inició con la última dictadura e hizo eclosión en diciembre del 2001, con la caída de un gobierno imposible de una Alianza que había nacido ritualmente en el programa de Mariano Grondona donde se presentaron en sociedad.

9.
Los principales medios de comunicación tuvieron una participación relevante incluso con anterioridad a instalada la dictadura, planteando el golpe como algo inevitable e irreversible. Luego contribuyeron al proceso en marcha instalando ciertas específicas fobias en la esfera de lo público. Fobias, o en el mejor de los casos desconfianza, curiosamente alineadas ideológicamente con los objetivos profundos del modelo inaugurado por Martínez de Hoz. En ese esquema, prácticamente todo lo que guardara alguna relación con el peronismo era candidato firme a tener lo que se llama mala prensa.
Durante los años de neoliberalismo furioso, el chivo expiatorio por excelencia era el Estado mismo, y correlativamente, la política con todo lo de peronismo que les pudiera quedar. Todavía resuenan, para muestra basta una ciudad autónoma, los ecos de aquella sentencia o maldición: “Achicar el Estado para agrandar la Nación”.
Una afirmación que, para algunos, convirtió a la palabra “liberales” en la sigla de “infames traidores a la Patria”. En momentos que el desprestigio de la política era abismal, el olfato comercial de algún buen narrador argentino del siglo pasado publicó un libro al que tituló “Yo te odio, político”. No es necesaria demasiada sagacidad para deducir que el descrédito de la política y del Estado en un régimen democrático es funcional a los intereses del poder económico, siempre demográficamente minoritario al extremo. Lo que deriva lógica e inexorablemente en el perjuicio de las mayorías.

10.
Siempre parece que ya se ha dicho todo sobre el peronismo y sin embargo es un relato que no cesa de escribirse. Hecho maldito del país burgués, en la definición de Cooke. Yendo por ese lado, un Romero podría preguntarse “¿Quién es el burgués?” y un Werner Sombart, no exento de controversias, podría contestarle desde las páginas de su libro titulado justamente “El burgués”, que se trata del sujeto económico moderno, con un mayor protagonismo a partir de la revolución industrial. Un sujeto económico propio del capitalismo —denominación que Sombart contribuyó significativamente a popularizar— que más allá de los tipos y variantes que puede presentar, se define centralmente por la racionalidad del lucro, que como un fin en sí mismo garantice mayores ingresos que egresos, que ese gusto por las ganancias puesto en primer lugar lo lleve a contratar el trabajo necesario con la aparición de la ¡plusvalía! Convirtiendo de paso no ya al trabajo sino al trabajador en un medio para la actividad lucrativa y ya no, para horror de la ética kantiana, considerar a ese otro como un fin en sí mismo. Si Cooke hubiera dicho “el hecho maldito del país patronal”, su definición hubiera sido posiblemente menos enigmática pero a su vez carecería del valor literario que la hizo memorable.

11.
La recuperación económica con una distribución del ingreso evolucionando en el sentido de una menor inequidad, generó el efecto colateral de una mayor exposición pública para los diferentes actores del sindicalismo. La mala prensa del sindicalismo es casi natural si se considera que los medios de comunicación, también son empresas con patrones y empleados, con empresarios y trabajadores. La frecuente expresión “caciques sindicales”, transitada por plumas tanto del progresismo o de amarillo perfil bienpensante, como del más recalcitrante conservadurismo, bordea decididamente los límites de la corrección política, por eso resulta menos chocante y más frecuente escribirla que decirla. Pero es sabido por cualquiera que trabaje en relación de dependencia: el peor sindicato es preferible a ningún sindicato, así como para cualquier democracia que se precie es preferible la peor prensa a que no haya ninguna. La cuestión, en ambos casos, posiblemente resida en no quedarse ahí. En no aceptarlo como la coartada perfecta. En asumirlo como un punto de partida. Y actuar en consecuencia. Cada uno de acuerdo a la responsabilidad social que le corresponde.

12.
Que cada uno haga una ética de su responsabilidad social, como dice el texto de aquel Modelo argentino para el proyecto nacional, puede verse como una síntesis posible del desafío que tiene el peronismo, cada peronista como parte de la comunidad que integra, de cara al futuro. Responsabilidad social. En cada sector. En cada actividad. En cada espacio de participación.
En el mercado. En el Estado. En la sociedad civil. En los medios de comunicación.
Pero fundamentalmente en cada sindicato en la medida de sus posibilidades materiales. Porque en Argentina, con sus más y con sus menos, el sindicalismo representa el nivel más alto de institucionalización de las organizaciones sociales. ¿Llegará el momento en que los sindicalistas argentinos superen el trauma de un cuarto de siglo donde sus representados fueron elegidos como enemigos por parte del Estado y en consecuencia ellos fueron invitados a bailar con la más fea, no por ellos sino por lo que representaban? ¿Podrán superar la cerrazón corporativa que les sirvió de último refugio en tiempos de neoliberalismo salvaje? ¿Podrán plantearse la responsabilidad social empresaria como una demanda común con diversos sectores de la comunidad, donde les cabe un compromiso ineludible en la articulación de alianzas estratégicas en el espacio de la sociedad civil? ¿Podrán no contentarse con perseguir la eficiencia del ingreso para contribuir con la eficiencia del gasto, la otra pata que termina definiendo el salario real, para descubrir que la “inflación de los supermercados” no constituye una fatalidad de la que meramente se toma nota para trasladarla a la discusión salarial y que no es poco lo que su experiencia histórica podría contribuir a una defensa del consumidor en serio?  

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