*Publicado en la revista Actitud nro. 22 (Febrero de 2008)
“No yo, sino en mí.” Agustín de Hipona
1.
Se pueden intentar todas las formas de eludirlo. Infructuosamente.
Es sabido que lo han intentado casi todo con él. Con “eso” que es.
Intentaron borrarlo, cooptarlo, definirlo, delimitarlo, desaparecerlo,
difamarlo, domesticarlo, encorsetarlo, fusilarlo, infiltrarlo, ningunearlo, perseguirlo,
prohibirlo, proscribirlo; silenciarlo, vaciarlo; lisa y llanamente: negarlo de
plano. Sin embargo, el peronismo permanece. Es. Como el abejorro que a pesar de
transgredir no pocas leyes de la aerodinámica, sin embargo, vuela.
2.
Después de 1955, el peronismo nunca volvió a ser uno. Fragmentos
uniéndose y rechazándose de acuerdo a la coyuntura del caso. En torno de los
fragmentos: facciones, grupos, hilachas en la diáspora, esquirlas, gérmenes de
peronismo en diseminación. Contaminándolo todo. La fragmentación lo hizo
omnipresente.
Qué mejor, si el peronismo opera como un virus. “Yo no me hice
peronista —me dijo una vez Alfredo Moffat— yo al peronismo me lo contagié en la
villa”. Si Perón ironizaba sobre la diversidad del “aden- tro” (“…los hay
ortodoxos y heterodoxos; los hay combativos y los hay contemplativos…”), hoy
están en todos lados. Aunque cabe suponer que hoy los contemplativos son algo
así como una mayoría silenciosa. Hay algo de o del peronismo en cada una de las
variantes provinciales y municipales. Los que conviven bajo un mismo techo,
arman una interna, como bien aprendieron de los radicales. Si están en tierras
extrañas, conspiran. Hay declarados peronistas incluso en el Pro, emulando a
Martín Fierro devenido Don Segundo Sombra, gaucho manso fiel al patrón. Hasta
los hay con Carrió y su “síganme que los voy a defraudar”, siempre desafiando
la templanza de quien pretenda tomarla en serio. Incluso hay una mujer que se
formó al calor de la militancia política y asume el peronismo como parte de su
identidad. Ejerce la primera magistratura de la república por el voto popular.
3.
No obstante, hay que reconocer que el peronismo está, por así decirlo,
sobresignificado. Padece o disfruta de una saturación de interpretaciones al
infinito. Su historia es la de una obsesión genuinamente argentina, esto es
decir, organizada como un partido de fútbol, con enfervorizadas parcialidades,
una a favor y otra en contra, usinas de identidades enfrentadas. A muerte, en
el límite de la negación del otro. Una ceguera que se encarnó particularmente y
con una frecuencia abrumadora en la parcialidad contraria, o contrera. Fue
asumirse gorilas y actuar bestialmente casi una misma cosa. El odio de algunos
lo hizo más querible a los ojos de otros. Particularmente de integrantes de la
clase media y sectores estudiantiles que se fueron acercando cuando no
incorporando al “movimiento” con su propia lógica en la mochila, provocando así
una de las primeras mutaciones genéticas en su naturaleza. Porque en cierta
medida el peronismo también sobrevivió por aquellos que lo consideraron una
aberración, que lo relataron como una película de miedo, tratando de copiar la
atmósfera ominosa de “Casa tomada” de Cortázar.
Esos que nunca pudieron aceptar su mera existencia y en esa negación
no le dejan otra alternativa que afirmarse.
Para continuar siendo una identidad viviente.
En la dispersión permanece como capital simbólico, virtual, por tanto
también intangible, inasible: ideológico.
Dos ideas se instalaron en el consenso político. Que con el peronismo
solo no alcanza y que sin el peronismo no se puede. Algo que, pongamos, en 1953
hubiera ahorrado mucha sangre y mucha muerte, sin embargo, ya no puede
considerarse suficiente más de medio siglo después.
4.
Dividió el país de manera tajante, porque puso las cosas blanco sobre
negro, inscribiéndose míticamente en la tradición independentista y poniéndose
del lado de los que menos tienen. Se convirtió a sí mismo en un mito, es decir,
en una cantera de sentido. Durante décadas, pocos le fueron indiferentes en el
país, compelidos a tomar partido en un sentido u otro. Cambió la historia
argentina para siempre (por lo menos hasta hoy) y por eso hay quienes no se lo
perdonaron nunca.
Esos, para quienes resulta impensable cualquier piedad para con el
peronismo. Desde entonces, relativizaron todo aquello que lo hiciera una
víctima y dieron valor absoluto a todo lo que se le pudiera criticar.
5.
Muchos, en su obstinada negación, jugaron con la ilusión de superarlo,
pegando un salto al vacío conceptual de la sublimación, no llegando —que se
sepa— mucho más allá de la caricatura simiesca. Porque para hacerlo habría que
trascender una situación de pleno empleo, con trabajo digno para todos, con
derechos efectivos para el conjunto de los habitantes. Sin hambre. Sin
analfabetismo. Sin muertos por falta de atención. Para recurrir a la palabra
canónica del credo peronista: realizar “la felicidad del Pueblo y la grandeza
de la Nación”. Lo que guardaría correlación con un cumplimiento pleno del
contrato social que expresa el texto de la Constitución nacional, con un sólido
estado de derecho en lo político y un estado de justicia distributiva en lo
económico.
Si se llegara a esa situación, y se diera un paso más en el sentido
del progreso colectivo, con ese paso se estaría superando, trascendiendo, el
imaginario del peronismo, sus condiciones de aparición, su razón de ser y su
proyecto a concretar. En ese punto se lo podría abarrotar en la obsolescencia.
Pero es inútil plantearlo, incluso meramente como posibilidad. Ese colectivo ya
pasó hace rato. La continuidad histórica del peronismo se cortó en 1955. Para
siempre. Luego, para hacerlo, si cabía, aún más irreversible, llegó la solución
final de 1976 cuya acción de un cuarto de siglo casi destruye al país.
6.
Pero ese nombre que se parecía a la palabra nunca, después
de mucho tiempo de ausencia comenzó a hacerse discretamente un lugar en la maquinaria
del Estado nacional, a partir del 25 de mayo de 2003.
Puesto en funciones de peronismo de estado, fue zanjando en gran
medida la eterna disputa de las distintas facciones en torno de la titularidad
del peronismo verdadero, dejando en claro que no es otro que el que se
manifiesta en los actos de gobierno y en sus consecuencias estratégicas. Ese
peronismo que se hace, antes que decirse. Un peronismo que volvió a ser
nacional en su alcance y sentido conduciendo los destinos del conjunto desde el
comando del Estado nacional.
Devaluando así al peronismo declamatorio, de frecuentes acciones
contradictorias con el bienestar general.
El peronismo de Estado, por el contrario, revirtió silenciosamente la
tendencia de la distribución del ingreso para orientar la economía en el
sentido de la justicia social. Fue haciendo una recuperación progresiva del
trabajo, lo que fortaleció a los sindicatos que volvieron a participar
institucionalmente en las decisiones colectivas.
Al final de la primera etapa del proyecto nacional en marcha desde
2003, la realidad social del país ha mejorado notablemente. Claro que no en la
medida de lo necesario.
Puede ser un exceso de ingenuidad o algo peor pretender que la plena
recuperación del país en tiempos de una vida humana puede lograrse
exclusivamente con la acción estatal. Particularmente de un Estado que ayer
nomás no era otra cosa que una montaña de escombros humeantes. Si la
recuperación plena del país es una responsabilidad exclusiva de los
gobernantes, ésta tendrá lugar seguramente en el largo plazo. Ese donde, de
acuerdo al tópico keynesiano, vamos a estar todos muertos.
7.
Cuando el ciudadano común trasciende el ámbito de lo privado para
insertarse en la esfera de lo público, se convierte en un sujeto político, en
una primera instancia a través de la participación en el campo de la opinión pública.
Porque el sujeto político existe en la medida que es visto. El sujeto político
precisa de los medios de comunicación para ser visto. Existe un cierto acuerdo
tácito de no agresión. El sujeto político y los medios establecen una relación
de mutua conveniencia inicial, aceptándose mutuamente como males necesarios.
Un acuerdo que no siempre dura demasiado y deriva en los frecuentes
naufragios de sendas carreras políticas. Cuando apuntan los cañones de la
opinión pública no hay demasiada esperanza de vida. Sólo suelen quedar
vestigios de la vida que fue y nada en adelante será igual. Son los medios los
que establecen esta relación adversativa con el sujeto político, generalmente tomado
de manera individual. El sujeto político no suele asumir esa relación
adversativa ante el riesgo de pasar al ostracismo o a la condena, sin saber que
así entra en una trampa difícil de salir. Si el sujeto político ocupa la
Presidencia de la Nación y frente al cuestionamiento se dirige a la cámara para
responderle, se desgarran vestiduras por doquier anunciando el advenimiento de
todos los totalitarismos juntos. Paradoja de la expresión hablarle a la cámara
que en ese acto se hace literal, deja por un momento de ser canal para ser
destinatario del mensaje. Poniendo en escena de esta forma el cuestionamiento a
una hegemonía real que es la de los medios de comunicación en el
direccionamiento de la opinión pública en el sentido de sus intereses
corporativos. Poblaciones paradójicamente sitiadas por la comunicación que
comunica relaciones de mercado. Entrecruzamientos de lo público y lo privado,
de la política y el mercado, del entretenimiento y la información, de la
vanidad a la tragedia mediando una tanda publicitaria. El Pueblo devenido
público; electorados instantáneos, celular en mano, votando cualquier cosa por
unos cuantos pesos más iva.
8.
Durante la etapa que se inició en mayo del 2003, los grandes medios de
comunicación se consolidaron como la columna vertebral de la oposición en
Argentina.
Remanso de los políticos opositores, en quienes como en la televisión
misma, la realidad suele confundirse con la ficción. Perón solía relativizar la
incidencia política de los medios, diciendo que en 1945 los había tenido a
todos en contra y sin embargo ganó las elecciones; y que en 1955 los tenía a
todos a favor y sin embargo lo derrocaron. Desde entonces pasó mucho agua bajo
el puente y la situación no es la misma, de manera correlativa la verdadera
explosión en las comunicaciones que caracteriza a la fase actual de esta globalización
planificada por el poder económico mundial.
Con sus matices particulares, habían cumplido un rol fundamental en el
proceso que se inició con la última dictadura e hizo eclosión en diciembre del
2001, con la caída de un gobierno imposible de una Alianza que había nacido
ritualmente en el programa de Mariano Grondona donde se presentaron en sociedad.
9.
Los principales medios de comunicación tuvieron una participación
relevante incluso con anterioridad a instalada la dictadura, planteando el
golpe como algo inevitable e irreversible. Luego contribuyeron al proceso en marcha
instalando ciertas específicas fobias en la esfera de lo público. Fobias, o en
el mejor de los casos desconfianza, curiosamente alineadas ideológicamente con
los objetivos profundos del modelo inaugurado por Martínez de Hoz. En ese
esquema, prácticamente todo lo que guardara alguna relación con el peronismo
era candidato firme a tener lo que se llama mala prensa.
Durante los años de neoliberalismo furioso, el chivo expiatorio por
excelencia era el Estado mismo, y correlativamente, la política con todo lo de
peronismo que les pudiera quedar. Todavía resuenan, para muestra basta una
ciudad autónoma, los ecos de aquella sentencia o maldición: “Achicar el Estado
para agrandar la Nación”.
Una afirmación que, para algunos, convirtió a la palabra “liberales”
en la sigla de “infames traidores a la Patria”. En momentos que el desprestigio
de la política era abismal, el olfato comercial de algún buen narrador argentino
del siglo pasado publicó un libro al que tituló “Yo te odio, político”. No es
necesaria demasiada sagacidad para deducir que el descrédito de la política y
del Estado en un régimen democrático es funcional a los intereses del poder
económico, siempre demográficamente minoritario al extremo. Lo que deriva
lógica e inexorablemente en el perjuicio de las mayorías.
10.
Siempre parece que ya se ha dicho todo sobre el peronismo y sin
embargo es un relato que no cesa de escribirse. Hecho maldito del país burgués,
en la definición de Cooke. Yendo por ese lado, un Romero podría preguntarse
“¿Quién es el burgués?” y un Werner Sombart, no exento de controversias, podría
contestarle desde las páginas de su libro titulado justamente “El burgués”, que
se trata del sujeto económico moderno, con un mayor protagonismo a partir de la
revolución industrial. Un sujeto económico propio del capitalismo —denominación
que Sombart contribuyó significativamente a popularizar— que más allá de los tipos
y variantes que puede presentar, se define centralmente por la racionalidad del
lucro, que como un fin en sí mismo garantice mayores ingresos que egresos, que ese
gusto por las ganancias puesto en primer lugar lo lleve a contratar el trabajo
necesario con la aparición de la ¡plusvalía! Convirtiendo de paso no ya al
trabajo sino al trabajador en un medio para la actividad lucrativa y ya no,
para horror de la ética kantiana, considerar a ese otro como un fin en sí
mismo. Si Cooke hubiera dicho “el hecho maldito del país patronal”, su
definición hubiera sido posiblemente menos enigmática pero a su vez carecería
del valor literario que la hizo memorable.
11.
La recuperación económica con una distribución del ingreso
evolucionando en el sentido de una menor inequidad, generó el efecto colateral
de una mayor exposición pública para los diferentes actores del sindicalismo.
La mala prensa del sindicalismo es casi natural si se considera que los medios
de comunicación, también son empresas con patrones y empleados, con empresarios
y trabajadores. La frecuente expresión “caciques sindicales”, transitada por
plumas tanto del progresismo o de amarillo perfil bienpensante, como del más
recalcitrante conservadurismo, bordea decididamente los límites de la
corrección política, por eso resulta menos chocante y más frecuente escribirla que
decirla. Pero es sabido por cualquiera que trabaje en relación de dependencia:
el peor sindicato es preferible a ningún sindicato, así como para cualquier democracia
que se precie es preferible la peor prensa a que no haya ninguna. La cuestión,
en ambos casos, posiblemente resida en no quedarse ahí. En no aceptarlo como la
coartada perfecta. En asumirlo como un punto de partida. Y actuar en
consecuencia. Cada uno de acuerdo a la responsabilidad social que le
corresponde.
12.
Que cada uno haga una ética de su
responsabilidad social, como dice el texto de aquel Modelo
argentino para el proyecto nacional, puede verse como una síntesis posible del
desafío que tiene el peronismo, cada peronista como parte de la comunidad que
integra, de cara al futuro. Responsabilidad social. En cada sector. En cada
actividad. En cada espacio de participación.
En el mercado. En el Estado. En la sociedad civil. En los medios de
comunicación.
Pero fundamentalmente en cada sindicato en la medida de
sus posibilidades materiales. Porque en Argentina, con sus más y con sus menos,
el sindicalismo representa el nivel más alto de institucionalización de las organizaciones
sociales. ¿Llegará el momento en que los sindicalistas argentinos superen el
trauma de un cuarto de siglo donde sus representados fueron elegidos como
enemigos por parte del Estado y en consecuencia ellos fueron invitados a bailar
con la más fea, no por ellos sino por lo que representaban? ¿Podrán superar la
cerrazón corporativa que les sirvió de último refugio en tiempos de
neoliberalismo salvaje? ¿Podrán plantearse la responsabilidad social empresaria
como una demanda común con diversos sectores de la comunidad, donde les cabe un
compromiso ineludible en la articulación de alianzas estratégicas en el espacio
de la sociedad civil? ¿Podrán no contentarse con perseguir la eficiencia del
ingreso para contribuir con la eficiencia del gasto, la otra pata que termina
definiendo el salario real, para descubrir que la “inflación de los
supermercados” no constituye una fatalidad de la que meramente se toma nota
para trasladarla a la discusión salarial y que no es poco lo que su experiencia
histórica podría contribuir a una defensa del consumidor en serio?
No hay comentarios:
Publicar un comentario