jueves, 5 de marzo de 2015

Entrevista a Nicolás Breglia, Gran Maestre de la masonería argentina.
“TENEMOS MUCHO PARA APORTAR AL PAÍS”*
por Juan Escobar
fotos de Leonardo Marino 
La masonería, sobre cuyos orígenes se tejieron miles de hipótesis, es una institución que ha tenido un papel fundamental en la configuración de la modernidad occidental. Contribuyendo a establecer el mandato aún vigente de la democracia moderna, que se sintetiza en las tres banderas de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad.
Miles, y más que miles, fueron también los libros que se han escrito sobre sus misterios. Pero lo concreto son los hechos. Infinidad de personalidades, de todos los ámbitos, de una gran diversidad de ideologías, incluso muchas veces enfrentadas, han formado parte de sus filas.
La organización masónica, presente en el Río de la Plata desde hace más de dos siglos, constituyó un factor político determinante desde muy temprano en el devenir patrio.
El edificio principal de la Masonería Argentina exhibe marcas de la Historia desde sus puertas. Es que la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones tiene una presencia indeleble -aunque siempre discreta- en la Historia Argentina. Muchos de los hombres que hicieron la historia del país recalaron en esas costas, al punto que se la pueda considerar una especie de “Club de los Próceres Argentinos”.
Debate se acercó hasta su sede central, para dialogar con Nicolás Breglia, actual Gran Maestre de la masonería argentina con la idea de repasar algunos de los momentos clave de esa trayectoria. Si algo se pone en evidencia a poco de hablar con él, es justamente su pasión por la Historia.

Alguien que hojeara ese diccionario de biografías que es “La masonería argentina a través de sus hombres” de Alcibíades Lappas, casi una referencia obligada en la cuestión, podría llegar a la conclusión de que es un libro que está lleno de calles...
Y tan es así, que en la época de Onganía, el dictador quiso eliminar de las calles de Buenos Aires a los que eran masones. Entonces le preguntaron si quería que la ciudad fuera como La Plata, para proceder a numerar las calles, porque los masones eran una mayoría abrumadora.
El actual es un momento particular de la historia argentina ya que nos encontramos entre dos bicentenarios, el de la Revolución de Mayo y el de la Independencia, una etapa donde la masonería ha tenido una actividad muy importante.
Es una etapa fundacional del país donde la masonería asumió un papel preponderante. En la Revolución de Mayo de 1810, la que actúa es la Logia Independencia. Estaba presidida por Julián Álvarez, que es uno de los grandes patriotas argentinos olvidados. Se lo conoce mucho más en el Uruguay -donde llegó a ser presidente del Supremo Tribunal de Justicia- que acá en Buenos Aires, a pesar del protagonismo que tuvo en esta etapa. Y estamos hablando de una revolución donde se destituye nada menos que a un Virrey. Sin embargo todavía hay quienes plantean sus dudas respecto de su carácter revolucionario.
¿Cómo se forma la logia Independencia?
Aparece una Logia Independencia a fines del siglo XVIII, 1795 aproximadamente. Era una logia que llamaban de los franceses y es a la que se incorporan Belgrano y Castelli. Comienzan a trabajar en esa logia, después tienen alguna participación contra las invasiones inglesas. También aparece otra Logia en el año 1804 que es la de “San Juan de Jerusalén para la felicidad de esta parte de América”  que va a trabajar en el mismo sentido y se va a disolver en el año 1810.
Una vez depuesto el virrey, cuando el partido de los españoles quiere recuperar el poder y nombran una junta el 24 de mayo con el mismo virrey a la cabeza, se reúnen los miembros de la Logia Independencia y los obligan a renunciar, prácticamente a punta de pistola. Es así que el desarrollo del 25 de mayo no es precisamente lo que podríamos llamar pacífico. Hubo movimiento de tropas en la calle, donde el cuerpo de Patricios, que eran veteranos de las invasiones inglesas, es el que tiene mayor poder de fuego.  Y es con ese respaldo que se  logra imponer nuestra Primera Junta de gobierno. En esta junta son todos masones con excepción de Azcuénaga.
La cara visible de la revolución ante la sociedad era lo que se llamaba la Sociedad de los Siete, integrada por Saavedra, Belgrano, Castelli, Pueyrredón, Moreno, Vieytes y Nicolás Rodríguez Peña. Ellos llevaban adelante los lineamientos políticos que se establecían en la logia Independencia, que actuaba en secreto. La presencia de la masonería va a seguir siendo determinante en lo sucesivo, ya que tanto en el Primero como en el Segundo Triunvirato todos sus integrantes son masones. La asamblea del año XIII prácticamente está dirigida y conducida en su totalidad por hombres de la masonería.
Ya estamos hablando aquí de la Logia Lautaro.
La logia Lautaro es la que empieza a tomar un papel preponderante a partir de 1812, pero la base sobre la que se despliega es la Logia Independencia que impulsó y encabezaba Julián Álvarez.
Ahora, lo que resulta interesante de la Logia Lautaro es que se organiza en cinco grados o niveles. En los tres primeros grados cuyos integrantes son los soldados, está presidida por Julián Álvarez. Después está el grado 4 que son los que ocupan cargos en la administración pública y el grado 5 que son los jefes revolucionarios. En ese grado 5 están Carlos María de Alvear, San Martín, Zapiola, Chilavert, los que tenían la responsabilidad de conducir el proceso.
Volviendo a la Asamblea del año XIII, es un momento donde la logia Lautaro cobra mayor protagonismo.
La logia Lautaro que se forma en el año 1812 es la que empieza a presionar para declarar la independencia en 1813. En la Asamblea del año XIII, si bien no se llega a declarar la independencia ni a sancionar una Constitución, que eran sus objetivos centrales, se aprueban toda una serie de derechos y de principios que propone la masonería. De manera que se trata claramente de un primer avance donde ya empieza a manifestar todo un ideario de sociedad, basado en los principios de la masonería.
Hay una gran incertidumbre en ese momento que lleva a que no se decidan definitivamente por la independencia y creo que se relaciona con la Constitución de Cádiz de 1812, conocida popularmente como “La Pepa”, que es la primera constitución sancionada en España. Es que se trata de una constitución liberal, una de las más liberales de su tiempo, donde el monarca ya no tiene el poder absoluto, sino que hay un poder parlamentario. Por otra parte esa constitución hace extensivo el carácter de ciudadanos a todos los miembros del imperio, incorporando también a los nacidos en tierras americanas. Además permite nombrar representantes de los virreinatos. Significó un avance democrático impensable para la época, que estuvo a punto de salvar la integridad del imperio.
Sin embargo el proceso independentista continúa su curso.
Porque esa constitución no dura más de dos años, hasta que vuelve al trono Fernando VII y la deroga. Ahí entonces, no quedan dudas del camino a seguir, que va a llevar a la declaración de la Independencia en 1816, donde también tiene la masonería una participación muy importante como una continuidad del trabajo realizado por la logia Lautaro. Tanto el presidente del congreso, Francisco Narciso de Laprida, como sus dos secretarios, Serrano y Juan José Paso pertenecen a la masonería.
De todas maneras, todavía nos encontramos en un momento de la historia donde el proyecto de gobierno es de una monarquía constitucional, que es el que dominó esa primera etapa de la Argentina. Incluso hay que tener en cuenta que los colores celeste y blanco son los colores dentro de la masonería, de la monarquía constitucional. Porque la masonería tiene dos vertientes, una es la sajona que plantea la monarquía constitucional y otra es la latina o francesa que plantea la república democrática. Ese proyecto monárquico de la primera etapa se agota en el año 1820, con la derrota de Rondeau en la batalla de Cepeda.
Ahora bien, estamos hablando del proceso independentista de la Argentina, pero hay quien dice que posiblemente la mayor realización de la masonería a nivel mundial haya sido la independencia de toda América.
Ciertamente. Pero es una lucha que se inicia en Europa, a mi juicio, con el enfrentamiento entre absolutistas y liberales. Esa es la lucha central que se da en Europa, con suerte diversa, luego se traslada al imperio español. Los liberales, liderados por la masonería. Con un concepto de liberalismo, que no es el que llega a nuestros días, sino de un liberalismo integrador, socialmente inclusivo. Lo que podríamos llamar un liberalismo social, que es el que se plantea. Esto se pone en evidencia, por ejemplo, cuando al revisar lo que proponen tanto la Asamblea del año XIII, el estatuto constitucional de 1815, de 1817, la constitución del 1819, la de 1826, -que eran monárquicas, aristocráticas- y la Constitución del 53 que ya es republicana, encontramos un vaso conductor en las obligaciones que asume el Estado respecto de la educación para todos, que es un principio liberal muy importante. Lo que pasa es que en la Argentina el liberalismo se ha terminado confundiendo con el “liberismo” o fascismo de mercado. Se lo ha despojado de contenido social, para dejarlo sólo en lo económico, cuando en realidad es una cuestión integral.
Ya estamos cerca de la época del rosismo. Si bien Rosas no simpatizaba con las ideas de la masonería, no faltaban los masones entre sus funcionarios.
Creo que a Rosas hay que encuadrarlo en el marco que surge del Pacto Federal de 1831. Era gobernador de la provincia de Buenos Aires y nada más, en un concierto de estados provinciales. Y luchó por la preeminencia del Estado de Buenos Aires sobre el resto, donde el puerto de Buenos Aires tenía una importancia superlativa y se cobraba la doble o triple imposición. Por eso desde el punto de vista del puerto de Buenos Aires la política que llevaron adelante Rosas y Mitre es prácticamente la misma. Y es más, cuando Mitre se escinde de la Confederación y forma un estado independiente, muchos oficiales que habían pertenecido al gobierno de Rosas se pliegan a Mitre para defender los intereses porteños. Rosas, en cuanto federal, lo que combatió es la masonería unitaria.
Porque también había masones federales.
Y Rosas estaba rodeado de masones federales. Por ejemplo Roque Pérez que luego va a ser el primer gran Maestre de la masonería argentina fue un federal dorreguista, que fue funcionario de Rosas durante ocho años. Es más, su segundo matrimonio, que es con la hija de Arana, es bendecido por él. Aparte estaba Pedro de Ángeli, de quien se discute si era masón o era carbonario. También estaban entre otros Carlos María de Alvear, Manuel Moreno -el hermano de Mariano-, Tomás Guido que era apostólico y era un ferviente masón.
Estamos ya al borde de la Constitución de 1853…
Donde la mayoría de los constituyentes eran masones. A veces se pasa por alto que a la Constitución de 1853 no la jura Buenos Aires. Es ahí cuando se crea la Gran Logia de la Argentina y la tarea que asume Roque Pérez como primer Gran Maestre es justamente la de unificar el país. Lo primero que hace es tratar de lograr un acuerdo entre las facciones en pugna. Porque había enfrentamientos brutales, como se manifiesta por ejemplo en la Batalla de Cepeda, donde es derrotado Buenos Aires pero Urquiza no se anima a entrar, porque la sabe poderosa, con lo cual termina siendo una victoria pírrica. Entonces Roque Pérez organiza un encuentro que se llamó “Tenida de la Unidad Nacional”, que se realiza el 21 de julio de 1860. Invita a las fiestas julias a las autoridades de la Confederación y a las autoridades de la Gobernación de Buenos Aires que se había erigido como una república independiente. En esa tenida que se celebra en el edificio de la calle San Martín, donde hoy está el Banco de la Nación Argentina, que fue la primera sede de la Gran Logia. Se les confiere el grado 33, que es el máximo dentro de la Masonería, a Urquiza, Mitre, Derqui, Sarmiento y Gelly y Obes, quienes juran unir el país y como primer gesto en ese sentido, tanto Mitre como Urquiza que eran los jefes de los sectores enfrentados, se afilian a Confraternidad Argentina N° 2, de manera tal que en la batalla de Pavón, los dos pertenecían a la misma logia.
Nos vamos acercando a lo que va a ser la Generación del 80’.
Una generación muy influida por la masonería. Es ahí donde se termina de constituir el Estado Nación. Porque no podemos hablar de un país integrado sino hasta la federalización de la Ciudad de Buenos Aires, con la eliminación de las aduanas interiores, con la unificación de la moneda, con la unificación del sistema bancario. Hasta entonces estábamos en un estado de guerra permanente y no se sabía bien qué era lo que se integraba o cómo estaba integrado el país.
Es una época donde empieza a tomar cauce la institucionalización de la educación pública.
Y es un tema fundamental. Ese era un viejo proyecto sarmientino, que él plantea en principio para Chile. En 1845, durante su exilio, es enviado a Europa y Estados Unidos a estudiar los sistemas educativos. Regresa enamorado del sistema lancasteriano, porque es una educación inclusiva y para todos. Particularmente de lo que implementa en Estados Unidos Horace Mann, que también era masón, y su viuda Mary, que luego va a colaborar activamente en la experiencia argentina. Pero en ese momento Sarmiento lo quiere aplicar en Chile, pero no se lo aceptan. Cuando vuelve a la Argentina, lo trae a la masonería, que asume el proyecto como propio. Se genera un gran enfrentamiento, entre los partidarios de la educación inclusiva y universal y los que querían una educación estratificada y clasista: buenos obreros, buenos empleados, buenos aristócratas. Triunfa el proyecto sarmientino en medio de una fuerte polémica.
En la masonería se había formado la Logia Docente, que va a estar presidida por un hombre olvidado por la historia argentina que es Vicente Fidel López, hijo del autor del Himno Nacional. Paradójicamente olvidado, porque es uno de nuestros primeros grandes historiadores. Integran la logia Docente hombres como Leandro N. Alem, Hipólito Yrigoyen, Aristóbulo del Valle, Carlos Pellegrini y Onésimo Leguizamón, quienes convocan a los mejores pedagogos del país. Era lo que nosotros denominamos una logia operativa, de esas que tienen un objetivo específico y una vez que lo cumplen se disuelven. La logia Docente es la que va a trabajar en el Congreso Pedagógico de 1882, en un momento donde el Gran Maestre de la Masonería es Sarmiento y lo secunda Leandro Alem, que es una de las primeras espadas del librepensamiento y el laicismo en ese Congreso. Finalmente logran la aprobación de la ley 1420, en una época donde más del 80% de la población argentina era analfabeta. A eso se le suman las primeras oleadas de inmigrantes, expulsados por la miseria y la pobreza de la vieja Europa, que son también casi iletrados, y a los que también hay que integrar. La herramienta fundamental de esa integración va a ser la educación.
¿Vienen masones en la inmigración?
Por supuesto. Los masones que vienen con la inmigración son los que forman todas las mutuales de colectividades. Una de las primeras es Unione y Benevolenza, creada por siete republicanos italianos, garibaldinos, entre los que destaca Virgilio Bianchi. Las necesidades prioritarias para los masones que venían con la inmigración, eran la educación para sus hijos y la salud para sus familias. Entonces cuando vienen arman las logias. En la parte de adelante de sus locales van a estar las bibliotecas, donde contratan a maestras para la asistencia escolar y en la parte de atrás arman la mutual, donde empiezan a hacer los aportes solidarios y atienden a los que se enferman. La unión de las mutuales de los barrios es lo que va a dar origen a los hospitales de las colectividades. Es el caso, entre otros, del Hospital Británico y el Hospital Italiano, donde aún hoy puede verse a la estatua de Giuseppe Mazzini en la entrada.
Allí aparece otra característica de la masonería que es el compromiso con la salud pública.
Una muestra de eso es que si uno hace una revisión de los nombres de los hospitales públicos de Buenos Aires, la mayoría llevan el nombre de médicos masones. Carlos Durand, por ejemplo, pertenecía a la Logia Sol de Mayo, a la que pertenecía el ex Gran Maestre Ángel Clavero que me precedió en el cargo. Cuando Durand muere, su fortuna se destina a fundar ese hospital destinado a personas sin recursos.
La masonería también aparece en los comienzos del siglo XX muy presente en la formación de distintos partidos políticos.
Los hombres de la masonería son los que van a formar los partidos laicistas. En principio la Unión Cívica nacional, que es la escisión de la Unión Cívica originaria, que fue creada por dos ex grandes maestres que son Leandro N. Alem y Bartolomé Mitre. Ese partido luego se divide en la Unión Cívica Nacional que va a tener una duración efímera hasta el año 1914 y la Unión Cívica Radical. Luego vendrá el Partido Socialista, donde entre otros aparece Alfredo Palacios, que introduce el derecho del trabajo en la Argentina. De allí también surge otro hombre de la masonería, Manuel Ugarte, un verdadero visionario. Precursor del socialismo nacional, que retoma las ideas de San Martín y Bolívar de la unidad latinoamericana, termina expulsado del Partido Socialista por su enfrentamiento con la conducción. También se forma otro partido que es el Demócrata Progresista, cuya figura consular fue otro masón, Lisandro de la Torre. Estos partidos laicos son los que llevaron a la sociedad las ideas políticas y sociales de la masonería.
En uno de los últimos libros de Enrique Pavón Pereyra, plantea que por los intereses y tendencias de Perón no sería extraño que se hubiera iniciado en la masonería,  posiblemente en Chile, durante su estadía en 1937.
Emilio Corbiere en uno de sus libros señala el hallazgo de un diploma del grado de Maestro que habría pertenecido a Perón, en la residencia de Gaspar Campos. Más allá de dónde se inició, al parecer fue regularizado en España. Nosotros acá no tenemos ningún dato. Lo concreto es que Perón tuvo muy buena relación con la masonería en sus tres gobiernos.
Para ir terminando la entrevista, me gustaría que hiciera un balance acerca del presente de la masonería argentina y su proyección a futuro.
A partir de la recuperación definitiva de la democracia argentina en 1983, se inicia una nueva etapa para el país y en consecuencia, también para la masonería argentina. Así es que progresivamente dejamos de ser secretos y pasamos a ser discretos. Con una participación creciente en la opinión pública. Pero es especialmente a partir del trabajo que realizamos junto al Gran Maestre que me antecedió en el cargo, Ángel Clavero que la institución comienza a cobrar una visibilidad cada vez mayor. Bajo su conducción y por la impronta de apertura que le imprime, la masonería argentina comienza a experimentar una clara expansión, al punto de que hoy volvimos a tener presencia en todas las provincias argentinas.
Otro avance fundamental que se da en ese período tiene que ver con la creación de las Cátedras de Librepensamiento en distintas universidades del país, que son una herramienta importante para acercar y hacer conocer la organización masónica a los jóvenes y futuros profesionales.
De cara al futuro, estamos convencidos de que la masonería argentina tiene mucho para aportar al país, tanto en la continuidad de nuestro compromiso histórico con las políticas públicas de inclusión social, especialmente en lo que respecta al derecho, a la educación y la salud, pero sin acotarnos a esos ámbitos de la vida nacional. Porque la masonería es fundamentalmente un espacio republicano, laico, plural, generador de iniciativas orientadas al bien común, expresadas en la creación de organizaciones sociales y en la formulación de políticas públicas, con toda una historia en la construcción de los imprescindibles consensos nacionales.

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San Martín y Belgrano
San Martín es justamente un hombre sobre el cual se dio históricamente cierta polémica respecto de su pertenencia a la masonería.
Más que polémica, lo que hubo en realidad fue una larga controversia acerca de si era o no era masón, lo que en realidad es un tema secundario. Lo importante es que él defendía todos los principios sustentados por la masonería y si no hubiera pertenecido a la organización masónica, no hubiera podido llevar adelante toda la etapa independentista liberando tres países de la manera que lo hizo.
Usted nombró a otro de los grandes próceres argentinos que es Manuel Belgrano, recientemente en alguna publicación se utilizaron las opiniones de un historiador para ensayar un cierto cuestionamiento a su figura...
Belgrano es una figura incuestionable, es un patriota en serio, un verdadero ejemplo de conducta. Pertenecía a una de las familias más ricas de Buenos Aires, y siendo uno de los grandes intelectuales de la Primera Junta, se calza el uniforme de militar y va a pelear como cualquier otro. Y al frente de las tropas cumple una función realmente extraordinaria en el norte argentino. Porque independientemente de que no era un militar por formación y carrera, en él confluyen una inteligencia, un compromiso y una valentía fuera de lo común. Cuando lo ponen al mando del poderoso Ejército del Norte que viene del altiplano, lleva adelante una campaña no exenta de contratiempos, pero de todas maneras, digna de estudio. Es allí que Belgrano concreta el plan de bajar hasta Córdoba y crear un eje Córdoba-Santa Fe-Montevideo, para converger sobre Buenos Aires. No deja de ser notable que al día de hoy, si uno va al norte del país, se encuentra con que lo consideran a Belgrano como Padre de la Patria, prácticamente en un pie de igualdad con San Martín. Y decimos que es un ejemplo, entre otras cosas porque es un hombre que se inicia rico en la política y termina su vida pobre. No porque la pobreza sea una virtud, sino porque esto demuestra que lo dio todo por la libertad de su pueblo y su Patria.

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Religión y masonería
Hay un libro de Lucía Gálvez que se llama “¿Como dios manda?” , donde muestra cómo en realidad durante todo este proceso que atraviesa el siglo XIX, no había una división tajante entre la religiosidad y la masonería.
Para nada. Lo que pasa es que en ese momento el enfrentamiento es político entre la Iglesia y la masonería. Porque la Iglesia oficial, la que respondía a los lineamientos de Roma, apoyó a los sectores absolutistas, dogmáticos, a favor de los intereses del Imperio español en América. Y la masonería apoyó decididamente al otro sector, al partido de la independencia. Pero no era toda la iglesia la que estaba con la Corona española, porque el clero criollo que se había escindido y no respondía a la autoridad del Vaticano en esta cuestión política. Y no sólo fue parte activa en el movimiento independentista, sino que muchos de ellos directamente se incorporan a la masonería. Ha habido muchos sacerdotes masones. Por ejemplo, el español José Antonio Ferrer Bellimelli, que es un sacerdote jesuita estudioso de la masonería, de la universidad de Zaragoza, computó hasta fines del siglo XIX, 5000 sacerdotes católicos que pertenecieron a la masonería. Nada menos.

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Dictaduras y masonería
¿Cómo fue durante el siglo XX la relación de la masonería con las dictaduras?
Muy mala, esa fue una de las causas de la que particularmente en nuestro país nos hemos retraído tanto en los templos. Durante las dictaduras nos persiguieron. Por qué, porque la dictadura está en contra de la nuestra misma esencia, la libertad de pensamiento, la libertad de culto, lucha contra todo tipo de discriminación, lucha contra todo tipo de dogmatismos está en contra, precisamente de nuestros ideales.
Y eso lo pone en la vereda de enfrente, justamente de todas las dictaduras sea de cualquier signo que sean.
El stalinismo nos persiguió a muerte. El franquismo también, Franco tenía prácticamente una obsesión con la masonería. El fascismo y el nazismo ni qué hablar. En la Alemania nazi, los campos de concentración también eran el destino obligado para los masones.



*Revista Debate, Diciembre de 2014

miércoles, 24 de diciembre de 2014

domingo, 14 de septiembre de 2014

¿Peronizar el consumo? (I)

por Juan Escobar
soyjuanescobar@gmail.com
Reiteraciones. El Comentarista de la Realidad sigue juntando recortes de la realidad, para tratar de hacerlos coincidir y armar algo parecido a un mapa. Efectos especiales: puestos sobre la mesa, esos fragmentos parecen toda la realidad, aunque más no sea por un instante. Esos instantes de cuya sucesión infinita parece estar hecha la vida.
Una realidad que tiene igualmente infinitas aristas. Por no decir espinas. Como las plantas de berenjenas. Sorpresa de preguntarse a qué viene la referencia vegetariana, y es que en este juego de cartonear recortes de la realidad, el Comentarista más de una vez termina metiéndose en un berenjenal.
Aristas, espinas, astillas para ser comentadas. Siempre y cuando se encuentren en la agenda de la opinión pública, aunque más no sea en algún segmento de ella. Temas. Más o menos permanentes. Muchos de ellos de una existencia errática. Hasta incluso intermitente.
Precio de vivir. El incremento sostenido de los precios de las canastas de consumo (comandado con manu militari por los Generales del Cártel de la Góndola que nuclea a las grandes cadenas de supermercados, en indisoluble asociación con los grandes medios de difusión a cargo de la instalación y naturalización de una expectativa inflacionaria continua), terminaron por desempolvar la figura del “consumidor” como sujeto de derecho.
Cabe destacar que se trata de un sujeto particularmente pasivo este “consumidor”. Una de sus características relevantes es que la ley le reconoce derechos por los cuales no puede, no sabe o no quiere hacer mucho para que se cumplan. Tampoco hay que olvidar que este “consumidor” argentino contemporáneo, fue nacido anómico y heterónomo de una costilla del Primer Ministro de Economía de la Última Dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz. Algo de esto puede leerse en el trabajo de Daniel Fridman, “La creación de los consumidores en la última dictadura argentina”. Viene así de fábrica y tampoco se ha hecho demasiado a lo largo de la democracia para cambiarlo. En los 90' tuvo lugar la apoteosis de ese consumidor cada vez más anómico, cada vez más heterónomo, llevado de las narices para hacer lo que le dice el Mercado. Así le fue. Así nos fue. En gran medida de aquellas lluvias provienen estos lodos.
No hay derecho. La reacción programada, la salida fácil es culpar al Estado por el hecho de que esos derechos no se cumplan. Y quedarse indignado, sentado y de brazos cruzados. Pero no por esto deja de ser cierto que esos derechos están plasmados en la ley fundamental del Estado que es la Constitución Nacional. En su Artículo 42 donde refiere a los derechos de los dichosos consumidores y usuarios.
Y más aún, cuando la distancia entre la realidad y lo que se dice allí nunca fue menos que abismal desde que se sancionó hace dos décadas. Es que el mismo Estado que debía hacer cumplir esa Constitución se encontraba a la vez en pleno auge de otro festival de endeudamiento externo para todos, en la fase terminal de su propio desmantelamiento. Un capitalismo cada vez más salvaje avanzaba decididamente hacia el incendio que derivaría en la eclosión del 2001 con el derrumbe completo de la estantería.
Paradojas constitucionales. Eran tiempos en que, a pesar de la flexibilización y la precarización, el trabajador continuaba manteniendo un montón de derechos nominales, aunque una cantidad creciente de los trabajadores no tenían trabajo. Y como el trabajador y el consumidor son dos momentos del mismo bolsillo, sucedía con el consumidor que también tenía un montón de derechos nominales, pero una también creciente proporción de los consumidores empezaban a carecer de ingresos suficientes para consumir en la medida que la atención de sus necesidades básicas se lo requería. La vinculación entre trabajo y consumo queda más clara cuando hay hambre.
Trabajadores sin derecho al trabajo, consumidores sin derecho al consumo. Luego, billetes de Monopoly pasaban a sustituir al dinero real. Pobreza, desocupación, ¡trueque precapitalista!, angustia, estallido. Muertos. Helicóptero. Presidentes evanescentes y finalmente el relevo. Pesificación asimétrica para reducir el poder adquisitivo de la población a la tercera parte. Represión a la protesta social. Más muertos. Elecciones.
Cosas del destino. Un hombre es elegido presidente del país, con más desocupados (el país) que votos (el presidente). Pero ese hombre sorprendió al no cambiar. Había que empezar de cero con un país incendiado. Los obreros habían dado la pauta de lo que se trataba el desafío por delante, con la experiencia de las fábricas recuperadas. Recuperar. De eso se trataba. Recuperar el trabajo, para recuperar el consumo. Recuperar la autoestima, para recuperar la dignidad. Recuperar el Estado como ámbito de decisiones soberanas, para recuperar la política como herramienta de transformación. Recuperaciones. Así es que, en cuanto asumió, el hombre se puso a recuperar.
Se abría una etapa marcada por una doble transición entre un modelo de país y otro. Una transición política, lo que se dio en llamar la salida del infierno. Y una transición económica, con el último ministro de economía que se imaginó compartiendo marquesina en cartel francés con el Presidente, algo tan propio del modelo anterior.
Consumocracia. El consumo empezó a cobrar protagonismo en la medida que se transformaba en el (pul)motor de la recuperación económica. Pero lo significativo de esa recuperación económica es que ya no era un fin en sí mismo, sino una herramienta un objetivo político: la inclusión social.
En el mundo real, uno de los factores fundamentales para que esa inclusión social sea efectiva es el acceso a los mercados de consumo, desde el momento que configuran el procedimiento hegemónico para que la gente atienda sus necesidades de cada día. Esa hegemonía del Mercado que se deriva de algo conocido -y no hace un par de días- como Capitalismo. Y el proceso de naturalización del consumo en cuanto manera de atender las necesidades, constituye el mayor éxito de ese Capitalismo y principal motivo de su permanencia.
Así que era cuestión de consumir y consumir. Lo que sea y como sea. Al contado, a crédito, en tres, doce, o sesenta cuotas. La urgencia por tanto consumo ausente hizo privilegiar la cantidad sobre la calidad del consumo. Con esto, la evolución cuantitativa del consumo -factor determinante de la demanda agregada- pasó a ser la variable central en el termómetro que medía la recuperación del país.
Poderes. Para el Comentarista de la Realidad, que opina siempre de los resultados con el diario del lunes, parece lógico lo que vino después. Desde que hay más gente en capacidad de comprar, esto disminuye las posibilidades de aumentar los precios y quedarse sin clientes, porque en el tumulto no va a faltar quien legitime los aumentos comprando. Sólo es cuestión de tirar de la cuerda todo lo que se pueda. Y las grandes cadenas de supermercados hace tiempo son especialistas en eso. Lo que los economistas heterodoxos dan en llamar esotéricamente “la apropiación del excedente”. Esto es, aumentar ya no meramente los precios sino los márgenes de ganancia. Hasta el exceso. Un exceso que ya es marca tribal de quienes ejercen la posición dominante en los mercados.
Es parte de un ejercicio del poder que surge de disponer online de toda la información de los mercados de consumo y el despliegue de su infraestructura cartelizada cubriendo el territorio. Un poder que fue creciendo en correlación con el incremento estructural del consumo. Un poder que se ejerce sobre toda la cadena de valor de los productos y particularmente sobre el bolsillo de los consumidores.
Los supermercados ¿un factor de poder? es la pregunta entre risueña e incrédula que surge de un sentido común siempre condicionado por los medios masivos operando como aparatos ideológicos del Mercado. El camino de las cuatro décadas que van del primer producto en el mundo en ser facturado mediante el código de barras a la entronización de un supermercado (Wal-Mart) como la segunda corporación más importante del mundo, apenas detrás de la petrolera Royal Dutch Shell, podría dar cuenta de ello. Pero es algo que la gran mayoría de la opinión pública sencillamente ignora, y es la misma gente que sencillamente va y compra. Y a otra cosa.
Esta cuestión nos regresa de manera abrupta al presente más estricto.

¿Peronizar el consumo? (II)

por Juan Escobar
soyjuanescobar@gmail.com
Legislandia. El 1° de Marzo del 2014, en la Apertura del período de sesiones ordinarias del Congreso Nacional, la Presidenta de la Nación anunció, entre otras cosas, que este año el Poder Ejecutivo incorporaría a la agenda legislativa la discusión orientada a sancionar instrumentos que defiendan de una buena vez a los usuarios y consumidores frente al abuso de los sectores concentrados, oligopólicos y monopólicos”, dando así “cumplimiento por primera vez al artículo 42 de la Constitución Nacional reformada en 1994, que establece claramente la necesidad de proteger a usuarios y consumidores”.
Y como es una persona que si te lo dice te lo hace, cinco meses después ingresaron al Congreso Nacional tres proyectos destinados a efectivizar esa promesa. En uno de ellos, se plantea la reforma de la Ley de Abastecimiento. En otro, se crea un Observatorio de Precios en la órbita de la Secretaría de Comercio. En el tercero, se sientan las bases para la conformación de una Justicia del Consumo, así como hay una Justicia del Trabajo, pero no tanto. Pero considerados globalmente van en el sentido de regular el ejercicio de la posición dominante en los mercados de consumo del que venimos hablando.
Natural. Los proyectos no se habían terminado de leer cuando ya varias entidades que nuclean a empresarios pusieron el grito en el cielo. Sería extraño que frente a una propuesta legislativa tendiente a beneficiar a los consumidores no tuvieran la respuesta indignada de quienes ejercen efectivamente la posición dominante. También es tradicional que el poder económico plantee reiterativamente la necesidad de dejar libres a los mercados a su propia naturaleza y se los deje funcionar con su dinámica propia.
Naturaleza y dinámica que confluyen en la metáfora clásica de Adam Smith. Esa mano invisible del mercado que, subrepticiamente, genera -invariablemente- concentración económica y la exclusión social. Esa mano invisible que centrifuga a las sociedades volviendo cada vez más ricos a los más ricos y cada vez más pobres a los más pobres. Esa que le pega al consumidor y que por ser invisible el consumidor no la ve. Esa mano invisible que se mete en el bolsillo del consumidor para, sutilmente, apropiarse del excedente, aunque en el barrio le digan de otra forma.
Y es en el realismo mágico del consumo donde el Mercado le hace creer a la gente que una mano invisible es algo natural. El Comentarista de la Realidad se acuerda de León Felipe: “Yo no sé muchas cosas, es verdad; digo tan solo lo que he visto”. Y si bien, como es natural, el Comentarista nunca vio a la mano invisible del Mercado, lo que sí ha visto son las consecuencias de dejarla hacer lo que quiera.
Ahora resulta que lo llaman naturaleza; en otros tiempos a lo humano en estado de naturaleza alguno prefería denominarlo barbarie. Frente a la barbarie natural de los Mercados, la única herramienta civilizatoria es la democracia, con su mandato de igualdad. Un correctivo para esa dinámica “natural”. Un correctivo que puede resultar especialmente molesto para los creyentes del Mercado y su religión natural. Como si el hecho de que -pongamos- se trate de algo natural, como los fenómenos climáticos, nos obligue a aceptarlo incondicionalmente sin tomar ningún recaudo frente a los desastres individuales o colectivos que pueda ocasionar. Es natural, decía, y corría sin ropa por la nieve hasta que naturalmente se lo comió un oso.
Sombras terribles. Pero lo que más le llamó la atención al Comentarista de la Realidad fue otra cosa. Según recuerda, es la primera vez que se habla de defender al consumidor y se lo asocia con el peronismo. Peronismo y consumo en una misma frase y más que eso. Convengamos que no es lo más frecuente. ¿Un abordaje peronista al barco del consumo? Y era algo que no dejaba de hacerle ruido. No le terminaba de cerrar este paralelismo con el peronismo. Es como que había una pata que faltaba.
Viniendo de la Presidenta, no debiera sorprender, ya que al parecer tiene un punto de vista peronista para casi todo. Para el Comentarista de la Realidad se caracteriza en su acción política por ser sistemáticamente coherente con el peronismo que profesa. Un peronismo visceral, identitario, pero también procesado por la experiencia, la reflexión, la conceptualización. Algo así como una pasión racionalizada. Como sea, diría Doofenshmirtz. Ninguna novedad por ese lado.
La mayor insistencia en la cuestión vino de parte de un joven Secretario de Justicia. Atribuirlo al entusiasmo militante propio de esa etapa de la vida sería ningunear una capacidad -o al menos cierto brillo académico- bastante evidente.
También es cierto que se puede atisbar un claro sentido peronista en la creación de la Justicia del Consumo y es en cuanto complemento necesario de la Justicia del Trabajo. Es que ha sido típico del peronismo pensar el consumo meramente como en un derivado del trabajo y no como un fenómeno en sí mismo, con sus propias leyes. “Una sola clase de hombres, los que trabajan”; “cada uno debe producir al menos lo que consume”, dicta el catecismo.
Salario con fueros. A grandes trazos, si hay un atributo del peronismo clásico que ha estado presente en la última década de gestión gubernamental, es justamente la defensa del salario. Desde el punto de vista judicial, el ámbito es el llamado fuero del trabajo. De lo que se trata allí es del salario nominal que cobra el trabajador en el mercado de trabajo.
El nuevo fuero del consumo viene a completar el circuito abriendo un espacio judicial específico para la defensa del salario real, (que vincula el salario nominal con el nivel general de precios y expresa su poder adquisitivo) que es el que gasta el consumidor cuando adquiere productos para atender sus necesidades en los mercados de consumo. Ya no sólo se trata de que salga agua de la canilla en cantidades razonables sino ahora también de que el balde tenga la menor cantidad de agujeros posible. Es la defensa del salario por otros medios.
Al Comentarista le parece que el ruido viene por este lado. Le parece encontrar una pequeña diferencia aunque bastante significativa. Es que si bien en la Justicia del Trabajo se dirimen cuestiones de derecho individual, la cosa no queda ahí. Porque en esa Justicia se tratan además cuestiones de derecho colectivo, donde se inscribe la acción de los sindicatos de trabajadores.
Por su parte, en la flamante Justicia del Consumo prevalecería el derecho individual del consumidor individual y la colectivización de los conflictos y de los fallos quedaría en manos de los jueces (con la aplicación del daño punitivo). Esto vendría a suplir  una ausencia de parte, habida cuenta la inexistencia de organizaciones sociales equivalentes a los sindicatos de trabajadores con la legitimidad suficiente para representar fehacientemente a consumidores y usuarios. Pero no sería suficiente para atacar y corregir las malas prácticas estructurales que si se abordan individualmente equivale a matar hormigas a martillazos.
Ausencia de parte, porque no creamos que podemos llamar “organización” a un puñado de ONG’s que ofician de Defensores de pobres, ausentes, menores e incapaces, con una representación difusa, interponiéndose de facto entre el Estado o las empresas y una multitud sin nombre o bien de individuos atomizados. Una representación de baja intensidad con una legitimación limitada, provista “artificialmente” por el Estado, más que por la realidad.
Por otra parte, tampoco alcanza con un Estado que asuma la defensa del más débil en la relación de consumo, porque esto puede desvanecerse con un mero cambio de gobierno y orientación política, como sucedió a partir de 1955 cuando dejó de haber un gobierno dispuesto a hacer respetar los derechos laborales.

¿Peronizar el consumo? (III)

por Juan Escobar
soyjuanescobar@gmail.com
Peronizar el consumo sería organizarlo. Pero como bien podría decirlo Rodolfo Kusch, -o el viejo y querido Perogrullo- organizarlo en el sentido peronista.
Ya lo señalaba el economista canadiense John Kenneth Galbraith en un libro de 1952, hoy prácticamente olvidado. Se trata de “El capitalismo americano” donde desarrolla su concepto de “Poder compensador” sobre el cual volvería en un libro posterior dedicado globalmente a la cuestión del poder: “La anatomía del poder”, de 1983. Lo que planteaba Galbraith es que el poder compensador puede ser ejercido de manera transitoria por la acción del Estado, pero que para lograr efectos más duraderos, el mejor camino era generar organización en la parte más débil, para que defienda sus intereses por sus propios medios sin depender exclusivamente de la buena voluntad del Estado.
Entre otras cosas, porque resulta imposible institucionalizar esa buena voluntad como política de Estado. Asimismo es también de realización imposible que un Estado presente en cada relación de consumo. Se puede “llevar el Estado a las góndolas” pero no se lo puede instalar allí en forma permanente. La cantidad necesaria de inspectores o agentes estatales destinados a ese fin plantea el riesgo de terminar construyendo un mapa borgeano que termine siendo más grande que el territorio mismo. Tras las experiencias totalitarias del siglo pasado -hayan sido fascistas o stalinistas- no hay márketing que alcance contra las prevenciones que genera la sola idea de un Estado omnipresente. Paralelamente, fue el Mercado el que inundó la realidad, instaurando un Orden Mundial, que como el cínico que definía Oscar Wilde, conoce el precio de todas las cosas y el valor de ninguna. Es esa omnipresencia del Mercado la que configuró una hegemonía que acota severamente cualquier intento del Estado para regularlo o meramente condicionarlo.
Entonces, ¿sindicatos de consumidores para un derecho colectivo del consumo? Al lector de clase media, algo que se parece mucho a la redundancia, se le eriza la piel con la sola idea o mención del “Sindicato”, al asociarlo con la posibilidad de manifestaciones difundidas hasta el hartazgo por los medios masivos de comunicación, que más allá de que expresan la naturaleza de una parcialidad claramente minoritaria en el universo gremial, son suficientes para convocar el estremecimiento. Para el Comentarista de la Realidad, sin embargo, no es otra cosa que una forma de llamar la atención, de explicarlo en pocas palabras, dar una idea.  Lo cierto es que si bien compartiría con el sindicalismo algunas características, como la representación institucionalizada de intereses sectoriales de un actor colectivo en lo económico-social o incluso la posibilidad de convocar huelgas (de consumo), la organización territorial de los consumidores y usuarios implicaría una variedad de tareas y funciones tendientes a configurar culturas organizacionales claramente diferenciadas y mucho menos refractarias al imaginario de la clase media, del que podrían convertirse en subsidiarias.
Por otra parte, la cuestión de la rama de actividad en el sindicalismo puede confundir más que esclarecer. ¿Asociaciones de usuarios de transporte? ¿De clientes en un servicio de cable?. La lista podría ser infinita, aunque no sería descabellado pensar en Asociaciones de usuarios de servicios públicos específicos, creadas por ley y con representantes en los directorios de cada empresa o al menos en los nunca bien ponderados entes reguladores, encargados de regular su actividad.
A territorializar. Si pensamos globalmente en organizaciones representativas del conjunto de los consumidores, lo único que contiene a la totalidad es el territorio. La organización federativa de los sindicatos de trabajadores, a la que han sabido dar vida como ninguna otra organización social, bien puede constituir un ejemplo a tener en cuenta. Y como en la defensa del consumidor la tendencia es hacia la primacía de lo local, el lugar donde vive la gente, la unidad elemental de esa organización, la base, debería cimentarse en el ámbito local. Ya lo había imaginado Julio César Saguier, primer intendente de la Ciudad de Buenos Aires de la etapa democrática, cuando planteó la necesidad de crear asociaciones vecinales de consumidores articuladas en una federación de la ciudad. Nadie lo entendió y nadie se acuerda. Aún hoy, más allá de que esta idea fuera incorporada a la Ley de la Ciudad Nº 757/02 "de procedimiento administrativo para la defensa de los derechos del consumidor y del usuario", por iniciativa del entonces legislador Juan Manuel Olmos. Pero ese punto nunca fue reglamentado por el Jefe de Gobierno. Quién sabe alguna vez le llegue el momento.
Los mercados se regulan de manera más eficiente desde el interior del mercado y en el sentido de la relación efectiva de fuerzas que en él se manifiestan. Entre las múltiples posibilidades en manos del Estado se encuentra la de incidir en esas relaciones objetivas de fuerzas, generando las instituciones que trasciendan la coyuntura y canalicen la participación y la representación de las partes.
La estructura de la organización que falta podría ser de asociaciones locales en la base, nucleadas en federaciones provinciales y confederadas en una organización de alcance nacional, cuyos representantes a nivel de la base local podrían ser elegidos por todos los ciudadanos, por voto directo como parte de las elecciones generales. A nivel de las federaciones provinciales y la confederación nacional, como en las organizaciones de trabajadores, los procedimientos de elección deberían ser necesariamente indirectos, para evitar equivalencias de legitimidad entre esta representación acotada a una función económica y los mecanismos de representación política imprescindiblemente más plena. ¿Una suerte de CGT de los consumidores? El financiamiento se podría pensar por el lado de una proporción del IVA, el impuesto que pagan universalmente los mismos consumidores. De esta forma también podría avanzarse en la solución del problema de la infraestructura necesaria para gestionar el volumen de información que circula en los mercados. Una infraestructura que no puede ser cubierta con burocracia gubernamental.
El Comentarista de la Realidad toma conciencia de haberse disparado a los anillos de Saturno y trata de volver.
Empoderamientos. Lo que alimentó el viaje del Comentarista es la recurrencia de esa palabra en el discurso gubernamental: empoderamiento. Una traducción bastante poco afortunada, si cabe decirlo, de la palabra empowerment que en la literatura empresaria hizo tanto por difundir Ken Blanchard. Un concepto que a su vez reconoce antecedentes en las luchas por los derechos de la mujer y la pedagogía de Paulo Freire.
La palabra es fea pero se entiende. Se trata de darle poder a la gente. Y hay una manera peronista de darle poder a la gente. Organizándola cuando no está organizada. O reconociendo sus organizaciones cuando las tiene. Así lo hizo el peronismo en su época clásica con los trabajadores. Sin esa encarnadura sindical, sin la organización social autónoma que generó y consolidó, es probable que hubiera sido borrado de un plumazo en 1955 sin dejar demasiada huella.
El sindicalismo fue una valla de contención entre 1955 y 1973 que contribuyó a impedir que la distribución del ingreso se retrotrayera a las proporciones previas a 1943. Para una corrección sistémica de la distribución de ingreso fue necesaria la persecución salvaje de la última dictadura, que diezmó la militancia sindical. Pero aún así no logró borrar completamente las marcas culturales que habían generado esas décadas de organización.
Lo propio del peronismo sería empoderar, entonces, a través de organización social autónoma. El peronismo clásico tuvo la ventaja de que  los sindicatos de trabajadores ya existían. Alcanzaba con legitimarlos como representantes de un colectivo social y permitir que actuaran en su nombre en negociaciones colectivas. Respecto de los consumidores se aplicaría aquello de Simón Rodríguez: O inventamos, o erramos. Porque no hay un sujeto social, un actor colectivo organizado, un grupo de presión consolidado que se encargue de canalizar institucionalmente las demandas sociales para convertirlas en efectividades conducentes, a través de negociaciones colectivas que permitan resolver los conflictos de intereses sectoriales.
Y esto viene a cuento si se tiene en cuenta que siguen vigentes las palabras de uno de los primeros que levantó la perdiz, aquel John F. Kennedy del triste paseo por Dallas, cuando tiempo antes decía que los consumidores “son el único agente económico que no está organizado de manera eficaz y cuyas opiniones a menudo no se tienen en cuenta” a pesar de ser “el grupo más grande del sistema económico que se ve afectado por casi todas las decisiones económicas, tanto públicas como privadas, y que a su vez también influye en la toma de las mismas”. Medio siglo después, en este sentido, seguimos como cuando vinimos de España.
La legislación propuesta es, indudablemente, un avance importante, en especial por la apertura de un debate que mucho tiene que ver con la clase de sociedad que queremos a futuro. Restará el salto cualitativo que va del derecho individual del consumidor al derecho colectivo del consumo.
En el caso de los derechos del consumidor, el empoderamiento ciudadano del que habla la Presidenta sólo se puede hacerse efectivo a través de la organización adecuada que pueda darle encarnadura, continuidad, presencia territorial y permanencia en el tiempo. Las asimetrías reales y concretas que hacen del consumidor la parte más débil de las relaciones de consumo no se corrigen meramente con voluntarismo político, ni legislativo, si no se avanza en el sentido de reformas también estructurales que cambien las relaciones de fuerza y por lo tanto las relaciones de poder en los mercados. No es improbable que falte algo de imaginación arquitectónica en los legisladores para generar tejido organizacional que contribuya a consolidar tejido social. Posiblemente se trate de no limitarse meramente a defender la parte más débil. Una alternativa posible y más sustentable sería convertirla en un factor de poder. Sí. Hay quienes le dicen empowerment. Para muchos, aquellos que como el Comentarista lo miran desde una perspectiva poco menos que libertaria pero mucho más que socialdemócrata, entre las tantas posibles, no es muy distinto a lo que hace tiempo se conoce como peronismo.

Buenos Aires, agosto de 2014.

lunes, 30 de junio de 2014

Mercados, pasión y deudas.


por Juan Escobar


El Comentarista ataca de nuevo. El Comentarista de la Realidad siempre va buscando y juntando recortes. Recortes de la realidad que le parecen representativos de un momento del conjunto, de la época. Va ordenando los recortes sobre la mesa, tratando de hacer coincidir alguna arista, a los fines de armar un panorama medianamente coherente, llamar la atención sobre algún detalle al parecer irrelevante pero, desde su punto de vista, revelador de algo. Pero escribir sobre el mundo no es tarea sencilla. Es una mesa que se mueve demasiado.
Planeta fútbol. Si hay algo que se puede definir como un contexto invasivo, eso es el fútbol. Hay momentos en que todo es fútbol. Momentos en que se evidencia hasta la exasperación el nacionalismo deportivo que Oscar Varsavsky asignaba al modelo consumista de sociedad. No hace falta decir que se conoce con el nombre de fútbol a eso que antiguamente era sólo un deporte y que se ha convertido en el gran mercado global de la pasión. Un mercado global que genera negocios globales. Mundiales.
En Brasil, por ejemplo, no se podían vender bebidas alcohólicas en los estadios. Una marca de cerveza había firmado un contrato con la FIFA. Como sponsor del Mundial, pagaría 1.900 millones de dólares a la FIFA, una proporción considerable de los 9.000 millones previstos de recaudación. El resto es básicamente por derechos de televisación. La FIFA presionó durante meses al gobierno del Brasil, que se resistía a cambiar la legislación para permitirlo. “Luego de arduas negociaciones”, el gobierno tuvo finalmente que ceder y el parlamento legisló la excepción. La ley hecha a medida de un interés privado en particular, es la raíz etimológica de la palabra privilegio.
¿Capitalismo extorsivo? En ciertos niveles, las más de las veces, se trata meramente de lo que se conoce como economía de mercado. Eso que globaliza la globalización. Un proceso en el que las deudas soberanas suelen cumplir un rol decisivo en el condicionamiento de las decisiones políticas estratégicas. Vaya como un dato curioso el caso de un funcionario entre otros, John Perkins, encargado de persuadir a gobiernos de países emergentes para que acepten préstamos de organismos internacionales y al mismo tiempo señalarles a qué corporaciones debían contratar para canalizar esos préstamos. Escribió un libro sobre las tareas que desempeñó en esas funciones. Lo tituló: “Confesiones de un gángster económico”. Leerlo permite imaginar el reverso de parte de la historia que nos tocó vivir.
Hablando de deudas. Como a Borges, al Comentarista de la Realidad se le hace cuento que alguna vez tuvo un comienzo la deuda externa argentina, desde la perspectiva de la duración de una vida humana, parece razonable juzgarla “tan eterna como el agua y el aire”. Juzgarla, se la ha juzgado muchas veces, con una idea tan extraña de la Justicia que invariablemente se ha declarado inocentes a los culpables. Y cuando no era posible la absolución, se dejó a las causas dormir el sueño de los justos.
Hasta el límite de la prescripción, como en el caso del Blindaje y el Megacanje de De la Rúa, Cavallo, Redrado Prat Gay, -prescripción apelada por un Fiscal que los considera "una colosal estafa a las finanzas públicas"- festejados en su momento como la vía rápida a una salvación que derivó en una larga temporada en el infierno. Prescripciones que nunca terminan de alcanzar para el olvido deseado. Que la memoria no prescribe, como la traición a la Patria.
La vocación colonial de los endeudadores seriales, sigue manteniéndose intacta aún tras más de una década de desendeudamiento. ¡Una década de síndrome de abstinencia! Una década de letanías, de lamentos, de profecías catastróficas, nostalgias coloniales de cuando “estábamos integrados al mundo”, cuando el endeudamiento que hizo estallar al país no era otra cosa que una muestra de la confiabilidad del país. Pero no era otra cosa que la confiabilidad en los artífices de un despojo planificado, que entregaban un país que entregaban, atado de pies y manos como una ofrenda al dios Mercado.
Colonialismo not dead. Un colonialismo que, como enseñó Hernández Arregui, vuelve ociosa toda división ideológica entre izquierdas y derechas. Y divide concretamente las aguas entre los que defienden intereses nacionales y los representantes de intereses contradictorios con la Nación, con su Historia y su futuro, porque atentan contra una calidad de vida digna para las mayorías populares. La banalidad de la división entre izquierdas y derechas entre nosotros quedó evidenciada hasta el asco en el trosko-ruralismo de triste y corta memoria.
Durante tanto tiempo la Deuda fue determinante para la vida de los argentinos, usada para imponer planes ruinosos, pero posiblemente nunca antes una proporción tan minúscula amenazó con hacer tanto daño. Cuando pasamos de liberarnos de los buitres del fondo a sufrir el acoso de los fondos buitre.
Hoy el depositario de la razón imperial vociferada por los grandes diarios, es un juez en oscuro maridaje con los Fondos Buitre, devenido incuestionable paladín del capitalismo extorsivo. ¡Extorsión! se escandalizaron cuando lo dijo la Presidenta. ¿Extorsión? ehm ningunearon cuando editorializó el Financial Times, ante la duda de tildarlo como kirchnerista: “Las opciones de –pagar a los holdouts, llegar a un acuerdo con ellos, transferir deuda a la ley local y directamente defaultear– parecen costosas, humillantes, difíciles o perjudiciales. Peores son las implicancias a largo plazo para las reestructuraciones de deuda”.
Ya Bill Clinton había dicho en 2005 de los fondos buitre: “Su última apuesta es forzar al gobierno argentino a abonar la deuda en mora. Una vez más pagó diez centavos de dólar de la deuda y quiere que los argentinos le paguen el valor nominal.” Qué decir de ahora que los cuestionamientos al Juez y los apoyos internacionales a la Argentina se suman día a día. Un fallo (del sistema) que ha logrado el extraño mérito de ser visto como abusivo y peligroso por instituciones -que lo que no tienen de piadosas tampoco lo tienen de progresistas- como el FMI y el Council on Foreign Relations (Consejo de Relaciones Exteriores). No faltará el cacerolero espantado que exclame, a la manera de Homero Simpson: ¡El mundo se ha vuelto K!
Se equivocaba. Se equivocó el poeta loco Ezra Pound. Se equivocaba. Cabe destacarlo: se equivocaba bastante seguido. En uno de sus poemas más famosos, el Canto XLV, decía que con usura, no hay hombre que tenga casa de buena piedra, ni un paraíso pintado en la pared de su iglesia; que con usura ningún cuadro se hace para perdurar o vivir sino para venderlo, y venderlo rápido, entre muchos etcéteras. En definitiva, que nada bueno puede surgir de la usura. Se equivocaba. Es por la usura que queda en evidencia descarnadamente la salvaje puja de intereses que es la esencia misma de la economía de mercado. Gracias a la usura, el juez Griesa se atreve a reescribir El mercader de Venecia, la equívoca comedia de Shakespeare, para regalarle -o al menos asegurarle por un módico precio- al prestamista Shylock un final feliz que le reconozca la libra de carne que reclamaba. Por la usura se descorre el velo de la codicia que el fetichismo de los mercados enmascara tras las promesas infinitas que propaga la publicidad y se reproducen por todos los medios imaginables. La publicidad, donde campea el pensamiento mágico, ese que lucra con la credulidad de la gente. Y convierte a los mercados de consumo en un espacio imaginario donde la felicidad es instantánea, con sólo comprar -pongamos por caso- una marca determinada de shampoo. La publicidad, contaminando de intereses corporativos la opinión pública y estructurándola como un mercado más. Y es sabido que en todo mercado la mentira es moneda corriente. Poco puede sorprender entonces que frecuentemente se confunda la libertad de expresión con la libertad de mentir.
Extraño territorio el de la economía. Plagado de cartografías míticas, fabulosas, donde conviven discursos de los más variados. Un territorio que nos contiene a todos, pero sobre el cual sólo están habilitados a hablar los iniciados. ¿Fetichismo de la mercancía? ¿Fetichismo de la información? ¿Fetichismo de la economía? Enmascaramiento de las relaciones sociales de producción, tanto de los objetos como de los discursos. Aunque sería más preciso hablar de encubrimiento que de enmascaramiento. Que la lógica del mercado es la del encubrimiento sistemático. Ocultamiento del que derivan las opacidades en las cadenas de valor, encubriendo las iniquidades en su interior. Encubrimiento de los abusos de posición dominante y de los plenos poderes con que las corporaciones reinan los mercados. Particularmente en los mercados de consumo, donde el encubrimiento alcanza incluso a ocultar la identidad de los formadores de precios. Naturalizando los aumentos cotidianos al punto de que sólo falta que los anuncien con el pronóstico del clima.
Enmascaramiento, encubrimiento, naturalización, en definitiva, del poder económico. Un poder oculto tras el eufemismo de “la mano invisible del mercado”. Un poder fáctico, y como tal, siempre en contradicción flagrante con las instituciones de la democracia. Como escribió el historiador económico R. H. Tawney en 1931: “La democracia es inestable como sistema político, siempre y cuando se mantenga un sistema político y nada más, en vez de ser, como debe ser, no sólo una forma de gobierno, sino un tipo de sociedad, con un modo de vida congruente. (...) Se trata, en primer lugar, de eliminar decididamente todas las formas de privilegio que favorecen a algunos grupos en detrimento de otros, sea por diferencias de medio ambiente, de educación, o de ingresos pecuniarios. Se trata, en segundo lugar, de la conversión del poder económico, ahora a menudo un tirano irresponsable, en un servidor de la sociedad, trabajando dentro de límites claramente definidos y responsable de sus acciones frente a una autoridad pública.”