por Juan Escobar
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Peronizar el consumo sería organizarlo. Pero como bien podría decirlo Rodolfo Kusch, -o el viejo y querido Perogrullo- organizarlo en el sentido peronista.
Ya lo señalaba el economista canadiense John Kenneth Galbraith en un libro de 1952, hoy prácticamente olvidado. Se trata de “El capitalismo americano” donde desarrolla su concepto de “Poder compensador” sobre el cual volvería en un libro posterior dedicado globalmente a la cuestión del poder: “La anatomía del poder”, de 1983. Lo que planteaba Galbraith es que el poder compensador puede ser ejercido de manera transitoria por la acción del Estado, pero que para lograr efectos más duraderos, el mejor camino era generar organización en la parte más débil, para que defienda sus intereses por sus propios medios sin depender exclusivamente de la buena voluntad del Estado.
Entre otras cosas, porque resulta imposible institucionalizar esa buena voluntad como política de Estado. Asimismo es también de realización imposible que un Estado presente en cada relación de consumo. Se puede “llevar el Estado a las góndolas” pero no se lo puede instalar allí en forma permanente. La cantidad necesaria de inspectores o agentes estatales destinados a ese fin plantea el riesgo de terminar construyendo un mapa borgeano que termine siendo más grande que el territorio mismo. Tras las experiencias totalitarias del siglo pasado -hayan sido fascistas o stalinistas- no hay márketing que alcance contra las prevenciones que genera la sola idea de un Estado omnipresente. Paralelamente, fue el Mercado el que inundó la realidad, instaurando un Orden Mundial, que como el cínico que definía Oscar Wilde, conoce el precio de todas las cosas y el valor de ninguna. Es esa omnipresencia del Mercado la que configuró una hegemonía que acota severamente cualquier intento del Estado para regularlo o meramente condicionarlo.
Entonces, ¿sindicatos de consumidores para un derecho colectivo del consumo? Al lector de clase media, algo que se parece mucho a la redundancia, se le eriza la piel con la sola idea o mención del “Sindicato”, al asociarlo con la posibilidad de manifestaciones difundidas hasta el hartazgo por los medios masivos de comunicación, que más allá de que expresan la naturaleza de una parcialidad claramente minoritaria en el universo gremial, son suficientes para convocar el estremecimiento. Para el Comentarista de la Realidad, sin embargo, no es otra cosa que una forma de llamar la atención, de explicarlo en pocas palabras, dar una idea. Lo cierto es que si bien compartiría con el sindicalismo algunas características, como la representación institucionalizada de intereses sectoriales de un actor colectivo en lo económico-social o incluso la posibilidad de convocar huelgas (de consumo), la organización territorial de los consumidores y usuarios implicaría una variedad de tareas y funciones tendientes a configurar culturas organizacionales claramente diferenciadas y mucho menos refractarias al imaginario de la clase media, del que podrían convertirse en subsidiarias.
Por otra parte, la cuestión de la rama de actividad en el sindicalismo puede confundir más que esclarecer. ¿Asociaciones de usuarios de transporte? ¿De clientes en un servicio de cable?. La lista podría ser infinita, aunque no sería descabellado pensar en Asociaciones de usuarios de servicios públicos específicos, creadas por ley y con representantes en los directorios de cada empresa o al menos en los nunca bien ponderados entes reguladores, encargados de regular su actividad.
A territorializar. Si pensamos globalmente en organizaciones representativas del conjunto de los consumidores, lo único que contiene a la totalidad es el territorio. La organización federativa de los sindicatos de trabajadores, a la que han sabido dar vida como ninguna otra organización social, bien puede constituir un ejemplo a tener en cuenta. Y como en la defensa del consumidor la tendencia es hacia la primacía de lo local, el lugar donde vive la gente, la unidad elemental de esa organización, la base, debería cimentarse en el ámbito local. Ya lo había imaginado Julio César Saguier, primer intendente de la Ciudad de Buenos Aires de la etapa democrática, cuando planteó la necesidad de crear asociaciones vecinales de consumidores articuladas en una federación de la ciudad. Nadie lo entendió y nadie se acuerda. Aún hoy, más allá de que esta idea fuera incorporada a la Ley de la Ciudad Nº 757/02 "de procedimiento administrativo para la defensa de los derechos del consumidor y del usuario", por iniciativa del entonces legislador Juan Manuel Olmos. Pero ese punto nunca fue reglamentado por el Jefe de Gobierno. Quién sabe alguna vez le llegue el momento.
Los mercados se regulan de manera más eficiente desde el interior del mercado y en el sentido de la relación efectiva de fuerzas que en él se manifiestan. Entre las múltiples posibilidades en manos del Estado se encuentra la de incidir en esas relaciones objetivas de fuerzas, generando las instituciones que trasciendan la coyuntura y canalicen la participación y la representación de las partes.
La estructura de la organización que falta podría ser de asociaciones locales en la base, nucleadas en federaciones provinciales y confederadas en una organización de alcance nacional, cuyos representantes a nivel de la base local podrían ser elegidos por todos los ciudadanos, por voto directo como parte de las elecciones generales. A nivel de las federaciones provinciales y la confederación nacional, como en las organizaciones de trabajadores, los procedimientos de elección deberían ser necesariamente indirectos, para evitar equivalencias de legitimidad entre esta representación acotada a una función económica y los mecanismos de representación política imprescindiblemente más plena. ¿Una suerte de CGT de los consumidores? El financiamiento se podría pensar por el lado de una proporción del IVA, el impuesto que pagan universalmente los mismos consumidores. De esta forma también podría avanzarse en la solución del problema de la infraestructura necesaria para gestionar el volumen de información que circula en los mercados. Una infraestructura que no puede ser cubierta con burocracia gubernamental.
El Comentarista de la Realidad toma conciencia de haberse disparado a los anillos de Saturno y trata de volver.
Empoderamientos. Lo que alimentó el viaje del Comentarista es la recurrencia de esa palabra en el discurso gubernamental: empoderamiento. Una traducción bastante poco afortunada, si cabe decirlo, de la palabra empowerment que en la literatura empresaria hizo tanto por difundir Ken Blanchard. Un concepto que a su vez reconoce antecedentes en las luchas por los derechos de la mujer y la pedagogía de Paulo Freire.
La palabra es fea pero se entiende. Se trata de darle poder a la gente. Y hay una manera peronista de darle poder a la gente. Organizándola cuando no está organizada. O reconociendo sus organizaciones cuando las tiene. Así lo hizo el peronismo en su época clásica con los trabajadores. Sin esa encarnadura sindical, sin la organización social autónoma que generó y consolidó, es probable que hubiera sido borrado de un plumazo en 1955 sin dejar demasiada huella.
El sindicalismo fue una valla de contención entre 1955 y 1973 que contribuyó a impedir que la distribución del ingreso se retrotrayera a las proporciones previas a 1943. Para una corrección sistémica de la distribución de ingreso fue necesaria la persecución salvaje de la última dictadura, que diezmó la militancia sindical. Pero aún así no logró borrar completamente las marcas culturales que habían generado esas décadas de organización.
Lo propio del peronismo sería empoderar, entonces, a través de organización social autónoma. El peronismo clásico tuvo la ventaja de que los sindicatos de trabajadores ya existían. Alcanzaba con legitimarlos como representantes de un colectivo social y permitir que actuaran en su nombre en negociaciones colectivas. Respecto de los consumidores se aplicaría aquello de Simón Rodríguez: O inventamos, o erramos. Porque no hay un sujeto social, un actor colectivo organizado, un grupo de presión consolidado que se encargue de canalizar institucionalmente las demandas sociales para convertirlas en efectividades conducentes, a través de negociaciones colectivas que permitan resolver los conflictos de intereses sectoriales.
Y esto viene a cuento si se tiene en cuenta que siguen vigentes las palabras de uno de los primeros que levantó la perdiz, aquel John F. Kennedy del triste paseo por Dallas, cuando tiempo antes decía que los consumidores “son el único agente económico que no está organizado de manera eficaz y cuyas opiniones a menudo no se tienen en cuenta” a pesar de ser “el grupo más grande del sistema económico que se ve afectado por casi todas las decisiones económicas, tanto públicas como privadas, y que a su vez también influye en la toma de las mismas”. Medio siglo después, en este sentido, seguimos como cuando vinimos de España.
La legislación propuesta es, indudablemente, un avance importante, en especial por la apertura de un debate que mucho tiene que ver con la clase de sociedad que queremos a futuro. Restará el salto cualitativo que va del derecho individual del consumidor al derecho colectivo del consumo.
En el caso de los derechos del consumidor, el empoderamiento ciudadano del que habla la Presidenta sólo se puede hacerse efectivo a través de la organización adecuada que pueda darle encarnadura, continuidad, presencia territorial y permanencia en el tiempo. Las asimetrías reales y concretas que hacen del consumidor la parte más débil de las relaciones de consumo no se corrigen meramente con voluntarismo político, ni legislativo, si no se avanza en el sentido de reformas también estructurales que cambien las relaciones de fuerza y por lo tanto las relaciones de poder en los mercados. No es improbable que falte algo de imaginación arquitectónica en los legisladores para generar tejido organizacional que contribuya a consolidar tejido social. Posiblemente se trate de no limitarse meramente a defender la parte más débil. Una alternativa posible y más sustentable sería convertirla en un factor de poder. Sí. Hay quienes le dicen empowerment. Para muchos, aquellos que como el Comentarista lo miran desde una perspectiva poco menos que libertaria pero mucho más que socialdemócrata, entre las tantas posibles, no es muy distinto a lo que hace tiempo se conoce como peronismo.
Buenos Aires, agosto de 2014.
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