por Juan Escobar
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Reiteraciones. El Comentarista de la Realidad sigue juntando recortes de la realidad, para tratar de hacerlos coincidir y armar algo parecido a un mapa. Efectos especiales: puestos sobre la mesa, esos fragmentos parecen toda la realidad, aunque más no sea por un instante. Esos instantes de cuya sucesión infinita parece estar hecha la vida.
Una realidad que tiene igualmente infinitas aristas. Por no decir espinas. Como las plantas de berenjenas. Sorpresa de preguntarse a qué viene la referencia vegetariana, y es que en este juego de cartonear recortes de la realidad, el Comentarista más de una vez termina metiéndose en un berenjenal.
Aristas, espinas, astillas para ser comentadas. Siempre y cuando se encuentren en la agenda de la opinión pública, aunque más no sea en algún segmento de ella. Temas. Más o menos permanentes. Muchos de ellos de una existencia errática. Hasta incluso intermitente.
Precio de vivir. El incremento sostenido de los precios de las canastas de consumo (comandado con manu militari por los Generales del Cártel de la Góndola que nuclea a las grandes cadenas de supermercados, en indisoluble asociación con los grandes medios de difusión a cargo de la instalación y naturalización de una expectativa inflacionaria continua), terminaron por desempolvar la figura del “consumidor” como sujeto de derecho.
Cabe destacar que se trata de un sujeto particularmente pasivo este “consumidor”. Una de sus características relevantes es que la ley le reconoce derechos por los cuales no puede, no sabe o no quiere hacer mucho para que se cumplan. Tampoco hay que olvidar que este “consumidor” argentino contemporáneo, fue nacido anómico y heterónomo de una costilla del Primer Ministro de Economía de la Última Dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz. Algo de esto puede leerse en el trabajo de Daniel Fridman, “La creación de los consumidores en la última dictadura argentina”. Viene así de fábrica y tampoco se ha hecho demasiado a lo largo de la democracia para cambiarlo. En los 90' tuvo lugar la apoteosis de ese consumidor cada vez más anómico, cada vez más heterónomo, llevado de las narices para hacer lo que le dice el Mercado. Así le fue. Así nos fue. En gran medida de aquellas lluvias provienen estos lodos.
No hay derecho. La reacción programada, la salida fácil es culpar al Estado por el hecho de que esos derechos no se cumplan. Y quedarse indignado, sentado y de brazos cruzados. Pero no por esto deja de ser cierto que esos derechos están plasmados en la ley fundamental del Estado que es la Constitución Nacional. En su Artículo 42 donde refiere a los derechos de los dichosos consumidores y usuarios.
Y más aún, cuando la distancia entre la realidad y lo que se dice allí nunca fue menos que abismal desde que se sancionó hace dos décadas. Es que el mismo Estado que debía hacer cumplir esa Constitución se encontraba a la vez en pleno auge de otro festival de endeudamiento externo para todos, en la fase terminal de su propio desmantelamiento. Un capitalismo cada vez más salvaje avanzaba decididamente hacia el incendio que derivaría en la eclosión del 2001 con el derrumbe completo de la estantería.
Paradojas constitucionales. Eran tiempos en que, a pesar de la flexibilización y la precarización, el trabajador continuaba manteniendo un montón de derechos nominales, aunque una cantidad creciente de los trabajadores no tenían trabajo. Y como el trabajador y el consumidor son dos momentos del mismo bolsillo, sucedía con el consumidor que también tenía un montón de derechos nominales, pero una también creciente proporción de los consumidores empezaban a carecer de ingresos suficientes para consumir en la medida que la atención de sus necesidades básicas se lo requería. La vinculación entre trabajo y consumo queda más clara cuando hay hambre.
Trabajadores sin derecho al trabajo, consumidores sin derecho al consumo. Luego, billetes de Monopoly pasaban a sustituir al dinero real. Pobreza, desocupación, ¡trueque precapitalista!, angustia, estallido. Muertos. Helicóptero. Presidentes evanescentes y finalmente el relevo. Pesificación asimétrica para reducir el poder adquisitivo de la población a la tercera parte. Represión a la protesta social. Más muertos. Elecciones.
Cosas del destino. Un hombre es elegido presidente del país, con más desocupados (el país) que votos (el presidente). Pero ese hombre sorprendió al no cambiar. Había que empezar de cero con un país incendiado. Los obreros habían dado la pauta de lo que se trataba el desafío por delante, con la experiencia de las fábricas recuperadas. Recuperar. De eso se trataba. Recuperar el trabajo, para recuperar el consumo. Recuperar la autoestima, para recuperar la dignidad. Recuperar el Estado como ámbito de decisiones soberanas, para recuperar la política como herramienta de transformación. Recuperaciones. Así es que, en cuanto asumió, el hombre se puso a recuperar.
Se abría una etapa marcada por una doble transición entre un modelo de país y otro. Una transición política, lo que se dio en llamar la salida del infierno. Y una transición económica, con el último ministro de economía que se imaginó compartiendo marquesina en cartel francés con el Presidente, algo tan propio del modelo anterior.
Consumocracia. El consumo empezó a cobrar protagonismo en la medida que se transformaba en el (pul)motor de la recuperación económica. Pero lo significativo de esa recuperación económica es que ya no era un fin en sí mismo, sino una herramienta un objetivo político: la inclusión social.
En el mundo real, uno de los factores fundamentales para que esa inclusión social sea efectiva es el acceso a los mercados de consumo, desde el momento que configuran el procedimiento hegemónico para que la gente atienda sus necesidades de cada día. Esa hegemonía del Mercado que se deriva de algo conocido -y no hace un par de días- como Capitalismo. Y el proceso de naturalización del consumo en cuanto manera de atender las necesidades, constituye el mayor éxito de ese Capitalismo y principal motivo de su permanencia.
Así que era cuestión de consumir y consumir. Lo que sea y como sea. Al contado, a crédito, en tres, doce, o sesenta cuotas. La urgencia por tanto consumo ausente hizo privilegiar la cantidad sobre la calidad del consumo. Con esto, la evolución cuantitativa del consumo -factor determinante de la demanda agregada- pasó a ser la variable central en el termómetro que medía la recuperación del país.
Poderes. Para el Comentarista de la Realidad, que opina siempre de los resultados con el diario del lunes, parece lógico lo que vino después. Desde que hay más gente en capacidad de comprar, esto disminuye las posibilidades de aumentar los precios y quedarse sin clientes, porque en el tumulto no va a faltar quien legitime los aumentos comprando. Sólo es cuestión de tirar de la cuerda todo lo que se pueda. Y las grandes cadenas de supermercados hace tiempo son especialistas en eso. Lo que los economistas heterodoxos dan en llamar esotéricamente “la apropiación del excedente”. Esto es, aumentar ya no meramente los precios sino los márgenes de ganancia. Hasta el exceso. Un exceso que ya es marca tribal de quienes ejercen la posición dominante en los mercados.
Es parte de un ejercicio del poder que surge de disponer online de toda la información de los mercados de consumo y el despliegue de su infraestructura cartelizada cubriendo el territorio. Un poder que fue creciendo en correlación con el incremento estructural del consumo. Un poder que se ejerce sobre toda la cadena de valor de los productos y particularmente sobre el bolsillo de los consumidores.
Los supermercados ¿un factor de poder? es la pregunta entre risueña e incrédula que surge de un sentido común siempre condicionado por los medios masivos operando como aparatos ideológicos del Mercado. El camino de las cuatro décadas que van del primer producto en el mundo en ser facturado mediante el código de barras a la entronización de un supermercado (Wal-Mart) como la segunda corporación más importante del mundo, apenas detrás de la petrolera Royal Dutch Shell, podría dar cuenta de ello. Pero es algo que la gran mayoría de la opinión pública sencillamente ignora, y es la misma gente que sencillamente va y compra. Y a otra cosa.
Esta cuestión nos regresa de manera abrupta al presente más estricto.