martes, 17 de julio de 2007

La verdadera oportunidad

por Juan Escobar


El hombre vuelve del sastre, contento con su traje nuevo. La mujer, al verlo, empieza a encontrarle defectos. “Mirá cómo te quedan los hombros torcidos”, le dice. Escéptico, el hombre va al espejo y se mira. Efectivamente, al desabrocharlo, se veía que los ojales no coincidían con los botones, y al abrocharlo quedaba ladeado. Enojado, el hombre vuelve al sastre. “Lo que pasa es que el saco está hecho a la última moda”, lo tranquiliza. “Ahora lo que se usa es caminar con el hombro izquierdo levemente hacia abajo y adelante. Haga la prueba y vea”. Así, medio agachado, cada hombro encajaba en su lugar. “Son cosas de la moda”, pensó y le dijo a la mujer. “Claro”, le contestó la mujer, “por eso el pantalón tiene una pierna más corta que la otra”. “Lo que pasa es que usted no sabe caminar”, le replicó el sastre al hombre cuando volvió furioso. “Ahora se usa flexionar una sola pierna, manteniendo rígida la otra”. Con un hombro hacia delante y una pierna rígida, ahora sí, el traje calzaba a la perfección. Volvía caminando a la casa de esta forma, cuando dos que lo ven pasar se dicen: “Mirá, pobre hombre, cómo le cuesta caminar”. “Sí, menos mal que tiene un buen sastre…” Evidentemente, el traje no se ajustaba a las necesidades del cliente, por lo cual el cliente se tuvo que adaptar a las posibilidades del traje.

Con el modelo económico implantado desde los inicios de la última dictadura pasó algo parecido. Como no se adaptaba a las necesidades de la gente, la gente tuvo que adaptarse a las necesidades del modelo. Aunque la brutalidad del modelo de concentración económica y exclusión social que padecimos, nos remite antes bien a un estilo más propio del viejo lecho de Procusto. Ese personaje mitológico que cortaba el paso a los caminantes, dejándolos pasar sólo si su cuerpo coincidía con las dimensiones de su lecho. Y si no era así, las hacía coincidir, cortándoles las extremidades o estirando el cuerpo de sus víctimas. El modelo económico que el país dejó atrás, procedió a establecer las medidas del lecho de Procusto para disponerse luego a adecuar el cuerpo social, aún a costa de su mutilación y desmembramiento. Pero con el estallido del 2001 quedó demostrado que las necesidades sociales no toleran indefinidamente esa adaptación compulsiva que exige el nuevo orden vigente de globalización, impulsado por el poder económico transnacional. De manera coherente con esos intereses globales, la dictadura impuso a través del terror un modelo de subordinación del poder político al poder económico. Asimismo reformateó es Estado para que fuera funcional a este modelo de sumisión incondicional, condicionando severamente la recuperación democrática con la continuidad de la supremacía de la economía sobre la política.

El modelo que empezó a quedar atrás hace cuatro años se basaba en la supremacía de la economía sobre la política. Es decir la supremacía del poder económico global sobre el poder político de carácter básicamente nacional. Una opción a favor de los intereses ajenos por sobre los intereses de la población. Pero también la supremacía estructural del régimen económico sobre el régimen político. Que en los hechos se traduce en la supremacía del mercado sobre la democracia. Con un Estado funcional a la legitimación de todo esto. Es decir tomando partido por el sastre. Oficializando el lecho de Procusto como parámetro de medidas.

La recuperación de la iniciativa política por parte del Estado nacional comenzó a revertir esa tendencia dominante hasta ese momento. El Estado nacional se alineó con los intereses de las mayorías, asumiendo que el mandato de las democracias contemporáneas es la justicia social. Que esa justicia social debe expresarse en una distribución equitativa del ingreso. Pero que fundamentalmente implica el contexto de un modelo político de inclusión universal, que centra la acción del Estado en una atención efectiva de las necesidades sociales. Esto es, volver a poner los caballos delante del carro. Recuperando el carácter instrumental de una economía al servicio de la sociedad y no a la inversa. Con la política definiendo el rumbo económico y no la economía definiendo el rumbo político.

Los vestigios de ese modelo anterior sin embargo, no se resignan a quedar en el pasado. En un año electoral, es previsible que redoblen sus esfuerzos opositores contra el proyecto nacional en marcha.

En momentos donde la oposición insiste en su intento de volver a poner el carro delante de los caballos, la muletilla de “la oportunidad histórica que vive nuestro país debido a las condiciones internacionales que nos son favorables y que lamentablemente se está dejando de aprovechar” pasa a formar parte del repertorio derrotista contra toda evidencia de recuperación que, negando la realidad pretende torcer el camino de reconstrucción que con el liderazgo del Estado nacional se viene concretando sostenidamente desde el inicio de la actual gestión presidencial.

Cabe recordar que las reformas brutales del último cuarto del siglo pasado, se hicieron justamente en nombre de esas supuestas oportunidades que no se podían dejar pasar. Y así nos fue. Oportunidades que consistían en adaptarnos a un modelo que no estaba pensado para atender las necesidades de la población.

Porque si lo definitorio es la actitud que se asume ante las oportunidades, no es menos cierto que para eso es fundamental, previamente, reconocerlas con un criterio alineado con los intereses reales del país. Identificarlas de acuerdo a las posibilidades reales de afrontarlas y la pertinencia de asumir el desafío que representan en la medida que se inscriben en el camino elegido, en los objetivos que se persiguen. Porque, valga la paradoja, no cualquier oportunidad es oportuna. Siempre está sujeta a las prioridades del caso, caso contrario pueden derivar en un oportunismo irresponsable. Como los juegos olímpicos o un inminente mundial de fútbol para el atleta lesionado. Una oportunidad que debe ceder paso a la prioridad de la recuperación.

Algo similar sucede con los países y los contextos internacionales que se presentan como favorables. Hay que tener en claro no sólo las posibilidades sino especialmente las prioridades. Porque en la vida de las naciones, -lo dice la historia- las oportunidades nunca son únicas, como nunca tampoco son las últimas.

Porque lo concreto es que si hay una oportunidad histórica que nuestro país no puede perder, ésta no se refiere tanto al contexto internacional sino a su recuperación plena, a la consolidación de un modelo de inclusión universal, a la profundización del proyecto nacional alineado con los intereses de las mayorías, en la continuidad de una reconstrucción sustentable del bienestar general, que se expresa en la mejora paulatina de la calidad de vida de la población. En un camino que es esencial recorrer con el esfuerzo del conjunto, para dejar definitivamente en el pasado a un modelo que hizo estallar al país por basarse en el sacrificio sistemático de los que menos tienen.

Asumida la elección por un modelo de inclusión universal, queda claro que sólo es posible en democracia. Que la democracia sólo es posible con un Estado democrático fuerte que recupere efectivamente la regulación de las relaciones sociales y en ese contexto oriente el desarrollo económico. Porque si aceptamos que no es cualquier desarrollo el que necesitamos, tampoco es cualquier Estado ni cualquier democracia lo que necesitamos para nuestra sustentabilidad como conjunto social.

La reconstrucción nacional precisa de un nuevo paradigma basado en la responsabilidad social. Donde cada uno aporte efectivamente al bien común en la medida que le corresponde por la posición que ocupa en la escala social. En cada actividad por la que los individuos se integran al conjunto social, sea en el ámbito del Estado, del mercado o incluso de la sociedad civil, cuya función principal es articular la demanda de responsabilidad social a los sectores participantes de la vida económica y política, integrados en la dinámica compartida de la vida comunitaria que hace a la convivencia cotidiana y su permanencia sustentable en el tiempo.

El mandato de la democracia contemporánea es la justicia social y su punto de partida es un modelo de inclusión universal de atención eficiente de las necesidades humanas de quienes componen la comunidad. Ese modelo de inclusión universal debe manifestarse en las diversas instancias de la escala comunitaria, que se expresan en la figura estatal y su delimitación territorial. Desde el ambito de la comunidad local que es donde vive la gente y atiende sus necesidades, en congruencia con la comunidades provinciales donde se insertan y articulan su incorporación al proyecto nacional orientado a la integración del conjunto. Pero las necesidades humanas se atienden mayoritariamente a través de relaciones comerciales, lo que hace necesario domesticar a los mercados mediante una participación social que contribuya a su transparencia.

La defensa del consumidor en nuestro país se encuentra atravesando una severa crisis debido al cambio de modelo que se comenzó a implementar durante la presente gestión presidencial, debido a que su existencia misma fue parte del modelo anterior en su vocación por desplazar al trabajo como canal de integración social. El “consumidor” está llamado a convertirse en ciudadano responsable, para contribuir a la regulación efectiva de los mercados desde su interior, instrumentando su poder de compra para promover una mayor competencia y contribuir a una distribución más equitativa de la información entre quienes concurren en su dinámica. Pero para eso se hace imprescindible una apertura ideológica y la articulación de alianzas estratégicas que en la situación actual de la sociedad civil implicaría un salto cualitativo de cuya probabilidad apenas pueden atisbarse indicios tan incipientes como insuficientes.

El modelo de concentración económica y exclusión social repudiado por las mayorías nacionales sigue acechando para volver, apostando a la falta de memoria del pueblo argentino. Un modelo cuyos personeros intentan desviar la atención de sus responsabilidades pasadas y el sabotaje sistemático ejercido durante estos cuatro años, presentándose como supuesta “alternativa superadora” de la recuperación en la que nunca creyeron, especialmente porque formaron parte activa del modelo -iniciado por Martínez de Hoz y la última dictadura- que colapsó en diciembre de 2001, en cuyo transcurso no dejaron pasar ninguna oportunidad de reforzar la dependencia de las decisiones económicas a los organismos internacionales de crédito, de destruir las capacidades productivas del país precarizando más allá de lo imaginable las relaciones laborales, configurando mercados mayoritariamente oligopólicos con tendencia al monopolio, desmantelando las capacidades regulatorias del Estado, dejando cautiva a la sociedad en relaciones de fuerzas marcadamente asimétricas en desmedro de sus intereses y condiciones de vida.

La oposición se viene declarando prescindente en el proyecto de reconstrucción nacional, razón por la cual un sector significativo de la sociedad viene prescindiendo de ella. El tiempo de campaña preelectoral, con su inmanencia mediática de eterno presente, les permite reaparecer como si no tuvieran pasado, como si no tuvieran responsabilidad histórica por la caída en el infierno del que trabajosamente estamos saliendo. Ponen palos en la rueda cuando de lo que se trata es de bajarse del carro y sumarse al esfuerzo colectivo que más allá de sus predicciones agoreras viene dando resultados que están ineludiblemente a la vista de todos. Tras las críticas y argumentos falaces por inscribirse en lo que se conoce como “generalización inductiva”, intentan generar confusión apostando al imposible regreso a un Estado ausente en lo social salvo para la represión de los excluidos, la “liberación” de las fuerzas del mercado y un renovado saqueo de los recursos nacionales.

Enancados en cierta sobrevaloración de la crítica, la oposición al proyecto nacional se propone embarcar al país en aventuras de dudoso resultado, salvo para los intereses mezquinos que representan. Recalentando los cantos de sirena del viejo neoliberalismo fracasado que reducen la economía al capitalismo salvaje y especulativo. Timba. La fija que no puede perder. Hagan sus apuestas. No deje pasar esta oportunidad única. Llame ya. Con la misma “solidez” de cuando decían que el dólar se iba a terminar estableciendo entre los 7 y los 10 pesos.

La oposición en campaña se arroga ante la opinión pública una representación del interés general con la que, por definición, no cuenta, ya que es un atributo inalienable del Estado. Un Estado al que quieren estigmatizar como el culpable de todo. Como si los problemas persistentes no se debieran en gran parte también a lo que deja de hacer la sociedad en su conjunto. Estigmatizan al Estado como el chivo expiatorio de sus propias responsabilidades, al tiempo que desmerecen los avances evidentes atribuyéndolos de manera infantil al “viento de cola” o meramente a la buena suerte. Con todo, no logran maquillar su naturaleza de comparsa desvencijada en un corso a contramano, mientras hacen agua por los cuatro costados. Los vestigios del pasado confluyen en la oposición al proyecto nacional con un elenco diverso que incluye todas las variantes del fracaso, en un abanico del resentimiento que abarca desde la extrema derecha economicista a la extrema izquierda política, fieles a una complementariedad histórica que constituye su única coherencia en su trayectoria contra los intereses nacionales.

Desfilan así desde la insipidez de la sociedad colonial avanzada de Lavagna con su claque de radicalismo atávico hasta los extravíos de una izquierda siempre divisible por el internismo de las minucias. El contrato conservador de Carrió, ensimismada en su mezcla de egolatría delirante con mesianismo abandónico, buscando confluir con el liberalismo rabioso y despechado de Ricardo López. Todos ellos tras un dedo acusador de cartón piedra que intenta desviar la atención del vacío existencial compartido para ocultar la hoguera de vanidades en la que se convirtieron. Mientras se reparten los papeles con la servilleta al cuello y los cubiertos en la mano, con la ilusión inconfesable de llevarse puestas las reservas acumuladas durante los últimos cuatro años. Vanidades que los encierran en sí mismos. Cantinelas. Rutinas invariables que no resisten un zapping. Poses. Intentos de sugestión que echan mano a cualquier recurso. Donde cualquier hecho pasa a considerarse un indicio, donde lo relativo se transforma imaginariamente en absoluto, despreciando tod matiz de los infinitos que presenta la realidad por su carácter dinámico y complejo. Apelando a cierta inestabilidad emocional que parece presentar la sociedad argentina a causa de las aberraciones históricas en las que la oposición de hoy ha jugado un rol protagónico.

Pero la insustancialidad de la oposición al proyecto nacional está a la vista de todos. Sabiéndose sin destino, es previsible que la desesperación los lleve a redoblar su vocación destructiva en el trayecto hasta las próximas elecciones nacionales en su lucha contra la realidad y la memoria de los argentinos.

No es cualquier desarrollo el que necesitamos, sino un desarrollo con justicia social. No es cualquier Estado el que necesitamos, sino un Estado comprometido con la democracia en la disputa que está llamada a mantener con el mercado por la hegemonía cultural. No es cualquier democracia la que necesitamos, sino una democracia militante basada en el protagonismo popular orientado al ejercicio de una ciudadanía plena.

Publicado en la revista Actitud Nro. 18, Junio 2007

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