sábado, 21 de julio de 2007

martes, 17 de julio de 2007

La verdadera oportunidad

por Juan Escobar


El hombre vuelve del sastre, contento con su traje nuevo. La mujer, al verlo, empieza a encontrarle defectos. “Mirá cómo te quedan los hombros torcidos”, le dice. Escéptico, el hombre va al espejo y se mira. Efectivamente, al desabrocharlo, se veía que los ojales no coincidían con los botones, y al abrocharlo quedaba ladeado. Enojado, el hombre vuelve al sastre. “Lo que pasa es que el saco está hecho a la última moda”, lo tranquiliza. “Ahora lo que se usa es caminar con el hombro izquierdo levemente hacia abajo y adelante. Haga la prueba y vea”. Así, medio agachado, cada hombro encajaba en su lugar. “Son cosas de la moda”, pensó y le dijo a la mujer. “Claro”, le contestó la mujer, “por eso el pantalón tiene una pierna más corta que la otra”. “Lo que pasa es que usted no sabe caminar”, le replicó el sastre al hombre cuando volvió furioso. “Ahora se usa flexionar una sola pierna, manteniendo rígida la otra”. Con un hombro hacia delante y una pierna rígida, ahora sí, el traje calzaba a la perfección. Volvía caminando a la casa de esta forma, cuando dos que lo ven pasar se dicen: “Mirá, pobre hombre, cómo le cuesta caminar”. “Sí, menos mal que tiene un buen sastre…” Evidentemente, el traje no se ajustaba a las necesidades del cliente, por lo cual el cliente se tuvo que adaptar a las posibilidades del traje.

Con el modelo económico implantado desde los inicios de la última dictadura pasó algo parecido. Como no se adaptaba a las necesidades de la gente, la gente tuvo que adaptarse a las necesidades del modelo. Aunque la brutalidad del modelo de concentración económica y exclusión social que padecimos, nos remite antes bien a un estilo más propio del viejo lecho de Procusto. Ese personaje mitológico que cortaba el paso a los caminantes, dejándolos pasar sólo si su cuerpo coincidía con las dimensiones de su lecho. Y si no era así, las hacía coincidir, cortándoles las extremidades o estirando el cuerpo de sus víctimas. El modelo económico que el país dejó atrás, procedió a establecer las medidas del lecho de Procusto para disponerse luego a adecuar el cuerpo social, aún a costa de su mutilación y desmembramiento. Pero con el estallido del 2001 quedó demostrado que las necesidades sociales no toleran indefinidamente esa adaptación compulsiva que exige el nuevo orden vigente de globalización, impulsado por el poder económico transnacional. De manera coherente con esos intereses globales, la dictadura impuso a través del terror un modelo de subordinación del poder político al poder económico. Asimismo reformateó es Estado para que fuera funcional a este modelo de sumisión incondicional, condicionando severamente la recuperación democrática con la continuidad de la supremacía de la economía sobre la política.

El modelo que empezó a quedar atrás hace cuatro años se basaba en la supremacía de la economía sobre la política. Es decir la supremacía del poder económico global sobre el poder político de carácter básicamente nacional. Una opción a favor de los intereses ajenos por sobre los intereses de la población. Pero también la supremacía estructural del régimen económico sobre el régimen político. Que en los hechos se traduce en la supremacía del mercado sobre la democracia. Con un Estado funcional a la legitimación de todo esto. Es decir tomando partido por el sastre. Oficializando el lecho de Procusto como parámetro de medidas.

La recuperación de la iniciativa política por parte del Estado nacional comenzó a revertir esa tendencia dominante hasta ese momento. El Estado nacional se alineó con los intereses de las mayorías, asumiendo que el mandato de las democracias contemporáneas es la justicia social. Que esa justicia social debe expresarse en una distribución equitativa del ingreso. Pero que fundamentalmente implica el contexto de un modelo político de inclusión universal, que centra la acción del Estado en una atención efectiva de las necesidades sociales. Esto es, volver a poner los caballos delante del carro. Recuperando el carácter instrumental de una economía al servicio de la sociedad y no a la inversa. Con la política definiendo el rumbo económico y no la economía definiendo el rumbo político.

Los vestigios de ese modelo anterior sin embargo, no se resignan a quedar en el pasado. En un año electoral, es previsible que redoblen sus esfuerzos opositores contra el proyecto nacional en marcha.

En momentos donde la oposición insiste en su intento de volver a poner el carro delante de los caballos, la muletilla de “la oportunidad histórica que vive nuestro país debido a las condiciones internacionales que nos son favorables y que lamentablemente se está dejando de aprovechar” pasa a formar parte del repertorio derrotista contra toda evidencia de recuperación que, negando la realidad pretende torcer el camino de reconstrucción que con el liderazgo del Estado nacional se viene concretando sostenidamente desde el inicio de la actual gestión presidencial.

Cabe recordar que las reformas brutales del último cuarto del siglo pasado, se hicieron justamente en nombre de esas supuestas oportunidades que no se podían dejar pasar. Y así nos fue. Oportunidades que consistían en adaptarnos a un modelo que no estaba pensado para atender las necesidades de la población.

Porque si lo definitorio es la actitud que se asume ante las oportunidades, no es menos cierto que para eso es fundamental, previamente, reconocerlas con un criterio alineado con los intereses reales del país. Identificarlas de acuerdo a las posibilidades reales de afrontarlas y la pertinencia de asumir el desafío que representan en la medida que se inscriben en el camino elegido, en los objetivos que se persiguen. Porque, valga la paradoja, no cualquier oportunidad es oportuna. Siempre está sujeta a las prioridades del caso, caso contrario pueden derivar en un oportunismo irresponsable. Como los juegos olímpicos o un inminente mundial de fútbol para el atleta lesionado. Una oportunidad que debe ceder paso a la prioridad de la recuperación.

Algo similar sucede con los países y los contextos internacionales que se presentan como favorables. Hay que tener en claro no sólo las posibilidades sino especialmente las prioridades. Porque en la vida de las naciones, -lo dice la historia- las oportunidades nunca son únicas, como nunca tampoco son las últimas.

Porque lo concreto es que si hay una oportunidad histórica que nuestro país no puede perder, ésta no se refiere tanto al contexto internacional sino a su recuperación plena, a la consolidación de un modelo de inclusión universal, a la profundización del proyecto nacional alineado con los intereses de las mayorías, en la continuidad de una reconstrucción sustentable del bienestar general, que se expresa en la mejora paulatina de la calidad de vida de la población. En un camino que es esencial recorrer con el esfuerzo del conjunto, para dejar definitivamente en el pasado a un modelo que hizo estallar al país por basarse en el sacrificio sistemático de los que menos tienen.

Asumida la elección por un modelo de inclusión universal, queda claro que sólo es posible en democracia. Que la democracia sólo es posible con un Estado democrático fuerte que recupere efectivamente la regulación de las relaciones sociales y en ese contexto oriente el desarrollo económico. Porque si aceptamos que no es cualquier desarrollo el que necesitamos, tampoco es cualquier Estado ni cualquier democracia lo que necesitamos para nuestra sustentabilidad como conjunto social.

La reconstrucción nacional precisa de un nuevo paradigma basado en la responsabilidad social. Donde cada uno aporte efectivamente al bien común en la medida que le corresponde por la posición que ocupa en la escala social. En cada actividad por la que los individuos se integran al conjunto social, sea en el ámbito del Estado, del mercado o incluso de la sociedad civil, cuya función principal es articular la demanda de responsabilidad social a los sectores participantes de la vida económica y política, integrados en la dinámica compartida de la vida comunitaria que hace a la convivencia cotidiana y su permanencia sustentable en el tiempo.

El mandato de la democracia contemporánea es la justicia social y su punto de partida es un modelo de inclusión universal de atención eficiente de las necesidades humanas de quienes componen la comunidad. Ese modelo de inclusión universal debe manifestarse en las diversas instancias de la escala comunitaria, que se expresan en la figura estatal y su delimitación territorial. Desde el ambito de la comunidad local que es donde vive la gente y atiende sus necesidades, en congruencia con la comunidades provinciales donde se insertan y articulan su incorporación al proyecto nacional orientado a la integración del conjunto. Pero las necesidades humanas se atienden mayoritariamente a través de relaciones comerciales, lo que hace necesario domesticar a los mercados mediante una participación social que contribuya a su transparencia.

La defensa del consumidor en nuestro país se encuentra atravesando una severa crisis debido al cambio de modelo que se comenzó a implementar durante la presente gestión presidencial, debido a que su existencia misma fue parte del modelo anterior en su vocación por desplazar al trabajo como canal de integración social. El “consumidor” está llamado a convertirse en ciudadano responsable, para contribuir a la regulación efectiva de los mercados desde su interior, instrumentando su poder de compra para promover una mayor competencia y contribuir a una distribución más equitativa de la información entre quienes concurren en su dinámica. Pero para eso se hace imprescindible una apertura ideológica y la articulación de alianzas estratégicas que en la situación actual de la sociedad civil implicaría un salto cualitativo de cuya probabilidad apenas pueden atisbarse indicios tan incipientes como insuficientes.

El modelo de concentración económica y exclusión social repudiado por las mayorías nacionales sigue acechando para volver, apostando a la falta de memoria del pueblo argentino. Un modelo cuyos personeros intentan desviar la atención de sus responsabilidades pasadas y el sabotaje sistemático ejercido durante estos cuatro años, presentándose como supuesta “alternativa superadora” de la recuperación en la que nunca creyeron, especialmente porque formaron parte activa del modelo -iniciado por Martínez de Hoz y la última dictadura- que colapsó en diciembre de 2001, en cuyo transcurso no dejaron pasar ninguna oportunidad de reforzar la dependencia de las decisiones económicas a los organismos internacionales de crédito, de destruir las capacidades productivas del país precarizando más allá de lo imaginable las relaciones laborales, configurando mercados mayoritariamente oligopólicos con tendencia al monopolio, desmantelando las capacidades regulatorias del Estado, dejando cautiva a la sociedad en relaciones de fuerzas marcadamente asimétricas en desmedro de sus intereses y condiciones de vida.

La oposición se viene declarando prescindente en el proyecto de reconstrucción nacional, razón por la cual un sector significativo de la sociedad viene prescindiendo de ella. El tiempo de campaña preelectoral, con su inmanencia mediática de eterno presente, les permite reaparecer como si no tuvieran pasado, como si no tuvieran responsabilidad histórica por la caída en el infierno del que trabajosamente estamos saliendo. Ponen palos en la rueda cuando de lo que se trata es de bajarse del carro y sumarse al esfuerzo colectivo que más allá de sus predicciones agoreras viene dando resultados que están ineludiblemente a la vista de todos. Tras las críticas y argumentos falaces por inscribirse en lo que se conoce como “generalización inductiva”, intentan generar confusión apostando al imposible regreso a un Estado ausente en lo social salvo para la represión de los excluidos, la “liberación” de las fuerzas del mercado y un renovado saqueo de los recursos nacionales.

Enancados en cierta sobrevaloración de la crítica, la oposición al proyecto nacional se propone embarcar al país en aventuras de dudoso resultado, salvo para los intereses mezquinos que representan. Recalentando los cantos de sirena del viejo neoliberalismo fracasado que reducen la economía al capitalismo salvaje y especulativo. Timba. La fija que no puede perder. Hagan sus apuestas. No deje pasar esta oportunidad única. Llame ya. Con la misma “solidez” de cuando decían que el dólar se iba a terminar estableciendo entre los 7 y los 10 pesos.

La oposición en campaña se arroga ante la opinión pública una representación del interés general con la que, por definición, no cuenta, ya que es un atributo inalienable del Estado. Un Estado al que quieren estigmatizar como el culpable de todo. Como si los problemas persistentes no se debieran en gran parte también a lo que deja de hacer la sociedad en su conjunto. Estigmatizan al Estado como el chivo expiatorio de sus propias responsabilidades, al tiempo que desmerecen los avances evidentes atribuyéndolos de manera infantil al “viento de cola” o meramente a la buena suerte. Con todo, no logran maquillar su naturaleza de comparsa desvencijada en un corso a contramano, mientras hacen agua por los cuatro costados. Los vestigios del pasado confluyen en la oposición al proyecto nacional con un elenco diverso que incluye todas las variantes del fracaso, en un abanico del resentimiento que abarca desde la extrema derecha economicista a la extrema izquierda política, fieles a una complementariedad histórica que constituye su única coherencia en su trayectoria contra los intereses nacionales.

Desfilan así desde la insipidez de la sociedad colonial avanzada de Lavagna con su claque de radicalismo atávico hasta los extravíos de una izquierda siempre divisible por el internismo de las minucias. El contrato conservador de Carrió, ensimismada en su mezcla de egolatría delirante con mesianismo abandónico, buscando confluir con el liberalismo rabioso y despechado de Ricardo López. Todos ellos tras un dedo acusador de cartón piedra que intenta desviar la atención del vacío existencial compartido para ocultar la hoguera de vanidades en la que se convirtieron. Mientras se reparten los papeles con la servilleta al cuello y los cubiertos en la mano, con la ilusión inconfesable de llevarse puestas las reservas acumuladas durante los últimos cuatro años. Vanidades que los encierran en sí mismos. Cantinelas. Rutinas invariables que no resisten un zapping. Poses. Intentos de sugestión que echan mano a cualquier recurso. Donde cualquier hecho pasa a considerarse un indicio, donde lo relativo se transforma imaginariamente en absoluto, despreciando tod matiz de los infinitos que presenta la realidad por su carácter dinámico y complejo. Apelando a cierta inestabilidad emocional que parece presentar la sociedad argentina a causa de las aberraciones históricas en las que la oposición de hoy ha jugado un rol protagónico.

Pero la insustancialidad de la oposición al proyecto nacional está a la vista de todos. Sabiéndose sin destino, es previsible que la desesperación los lleve a redoblar su vocación destructiva en el trayecto hasta las próximas elecciones nacionales en su lucha contra la realidad y la memoria de los argentinos.

No es cualquier desarrollo el que necesitamos, sino un desarrollo con justicia social. No es cualquier Estado el que necesitamos, sino un Estado comprometido con la democracia en la disputa que está llamada a mantener con el mercado por la hegemonía cultural. No es cualquier democracia la que necesitamos, sino una democracia militante basada en el protagonismo popular orientado al ejercicio de una ciudadanía plena.

Publicado en la revista Actitud Nro. 18, Junio 2007

miércoles, 11 de julio de 2007

El cambio recién comienza

El pasado contraataca.

por Juan Escobar




Es previsible que en estos tiempos preelectorales arrecien los ataques contra el modelo de recuperación que viene desarrollándose desde mayo del 2003. Lo que está en juego es la continuidad y consolidación de un país decidido a ser Nación frente a los embates de quienes encarnan a un modelo que arruinó al país y no se resigna a quedar en el pasado.


También es previsible que esta lucha contra la recuperación del Estado nacional se plantee en el seno de la opinión pública, donde se viene verificando un respaldo significativo a la acción presidencial. Por hechos concretos más que por los “deseos imaginarios” que le atribuye la oposición, que se refiere al presidente como si fuera un político más para desmerecer al Estado mismo, a partir de su gobierno actual.


Porque si se ataca el estilo presidencial es para encubrir el cuestionamiento a la recuperación del Estado como eje de la política. En definitiva, el cuestionamiento a un Estado que dejó de ser el complemento facilitador de imposiciones ajenas y contradictorias a los intereses de las mayorías, para asumir la representación que le es inherente.


La oposición niega el principio de unidad del Estado nacional, obviando hasta méritos insoslayables como el comienzo de la recuperación de la justicia argentina a partir de una Corte Suprema verdaderamente independiente. Como si eso no fuera consecuencia de una clara decisión política. No. En cambio se redefine maliciosamente la independencia de los poderes en clave de un autismo irreductible, que condenaría al ejecutivo, el legislativo y el judicial a la incomunicación en compartimentos estancos, con la única relación posible de vigilarse los unos a los otros.


Confundiendo iniciativa política con intervención, la oposición pretende arrinconar al Poder Ejecutivo a la inacción, desconociendo el rol político que le corresponde en la dinámica del Estado. Un rol institucional que la actual gestión ha recuperado como liderazgo. Porque cuando lo que necesita el país es un cambio, la representación de la demanda social le concierne justamente al poder político, para asumir de manera consecuente la iniciativa de ese cambio en el sentido de salvaguardar los intereses del país, que es decir del conjunto social, de la sociedad en su conjunto.


Las demandas de la oposición pretenden un Poder Ejecutivo dócil a sus presiones, sin opinión ni convicciones propias. Un Estado ausente, prescindible, restringido. Para discontinuar la recuperación del país y facilitar el regreso del modelo que los argentinos dieron por terminado en diciembre de 2001.



La contradicción fundamental
Por eso es ineludible reconocer la contradicción fundamental, en esta coyuntura se vincula con las recuperaciones en curso. Como decían, justamente, en el documento titulado “La contradicción fundamental”, los jóvenes radicales reunidos en Setúbal hace ya una punta de años:


“La lucha que por años protagonizaron peronistas y radicales, por ejemplo, con tener sus justificativos parciales (contradicción secundaria), perdió de vista que por sobre ella debía existir una coincidencia fundamental entre ambos en cuanto a las pautas fundamentales del país que necesitamos. Esta afirmación no implica distribuir culpas sino hacer experiencia histórica, comprendiendo los errores que el campo popular cometió al antagonizar sus enfrentamientos intestinos. Ello dividió fuertemente al pueblo, a sus conducciones políticas, a sus clases sociales, y permitió que sobre ésta división cabalgaran quienes tenían intereses contrapuestos a los intereses de la mayoría de los Argentinos representados por el peronismo y el radicalismo.”


Reconociendo que la contradicción fundamental se plantea entre la construcción del bien común del conjunto nacional y la vuelta a un pasado que continúa acechando. Así es como el mejor radicalismo confluye en el proyecto de recuperación de lo público, sumando sus esfuerzos a la reconstrucción del Estado democrático en nuestro país.


Aquel pasado que quiere volver, por el contrario, se presenta fragmentado y con ganas de juntarse. Aunque no siempre es evidente, como señalan los violentos apartamientos que tienen lugar cuando alguno de los aliados parece caer en desgracia. Como el “tomar distancia” de Macri con Sosbich, a pesar de compartir los mismos criterios en seguridad, hasta el punto de tener los mismos asesores.


La alternativa de la reacción comprende entre otras sutilezas el Estado verdugo “hasta las últimas consecuencias” de Sobisch, garantizando la libertad de circulación para los cortejos fúnebres; el contrato moral intolerante de Carrió que busca suprimir el debate de ideas para instaurar un orden supuestamente celestial y presumiblemente inquisitorial entre nosotros; la im-postura intelectual de Mariano Grondona y su producción de falacias berretas para solaz de los vestigios de una oligarquía desfasada y retrógrada; el liberalismo rabioso de López Murphy; la futbolización antipolítica que propone Macri como modelo de sociedad. Gente que no, gente de Pro. Blandiendo el estandarte del viejo modelo caracterizado por la conditio sine qua non de que sólo cierra con represión.


Todos ellos siempre fuera de sí, siempre a la derecha de sí mismos. Todos ellos exponentes parciales del régimen de sumisión de la política a la economía que se derrumbó en diciembre del 2001. Pero la interna del Partido de la Concentración Económica recién empieza. Habrá que ver en qué deriva tras concluir su proceso de reorganización y quién sigue en carrera para entonces.



Los fulgores del simulacro
Un amigo psicólogo solía hacer la misma broma al llegar: “Así los quería agarrar”, decía. “Hablando mal de mí, diciendo que soy un paranoico”. Tenía un socio abogado y decía que eran el complemento perfecto. Porque mientras uno de ellos no podía salir a la calle sin asistencia legal, el otro no podía hacerlo sin asistencia psicológica.


“Así los quería agarrar”, parece ser la actitud permanente de Elisa Carrió. Encontrando confirmación a su presunción-de-saber en cualquier dato que le devuelva la realidad, cualquier respuesta es útil para ratificar sus sospechas y justificar sus actos. Si sigue así parece ir camino a convertirse en una mala remake del personaje de Bette Davis en el clásico film “Qué fue de Baby Jane”. Algo de lo que sus seguidores paulatinamente vienen tomando conciencia, emprendiendo una no siempre sigilosa retirada.


Como Juana de Arco ha dado muestras de escuchar voces que le confirman las certezas de este nuevo episodio de su Cruzada. Contra toda evidencia, razón por la cual sus certezas suelen derivar invariablemente en la nada. Como diría el amigo del comienzo, trabaja a pura proyección. No quiere saber nada, porque cree saberlo todo. Porque su base es la presunción-de-saber y no la voluntad-de-saber a la que situaba Foucault motorizando la existencia humana. En el discurso paranoico, si la realidad no se alinea con la sospecha, peor para ella. La realidad será entonces objeto central de su intolerancia.


Pero el discurso paranoico no necesariamente es manifestación de una patología; también, como en este caso, puede tratarse de una opción ideológica y parte de una estrategia política. Simulación de la locura para provocar en el otro la incorrección política del señalamiento y así victimizarse. Efectos especiales, cartón pintado, mera teatralización. Como en una película de Almodóvar, lo suyo es puro teatro (…falsedad bien ensayada / estudiado simulacro…). Mesianismo de kermesse, profecías de cotillón, egolatría y sugestión. Guiños. Señales equívocas. Interpretaciones abusivas. Figurarse artista. Dejarse comer por la voracidad del personaje. Mandarse la parte. Crear atmósferas de sospecha, misterio, predecir el futuro. Dramatizar. Sobreactuar. Las licencias poéticas de Carrió.


En su verborragia, Carrió se constituye en una cantera inagotable, inabarcable, de sinsentido. Esto es, producción de signos sin su referencia correlativa en la realidad. Se nos presenta así como un exponente delirante de la política-ficción, de una virtualización pretendidamente virtuosa, ajena a la realidad de las personas de carne y hueso. Extraviada en el campo simbólico.


Carrió parece considerar que los resultados de las elecciones son algo así como un ticket de descuento sin fecha de vencimiento. Siempre queriendo sorprender y haciendo cada vez menos gracia, Carrió no se privó de confesar: “yo nunca fui de centro izquierda”. Una cuestión que no toma en cuenta es que gran parte de la gente que la votó en las últimas elecciones, esa que la dejó en el segundo lugar en la Ciudad, creía que sí. Pero nada de centro izquierda. Una cristiana radical, siempre con aires de dama de beneficencia y vocación de estar, orgullosamente, más cerca al imaginario de Victoria Ocampo que al de Eva Perón.


Con arrogancia de patovica en la puerta del boliche, decidiendo arbitrariamente quién entra y quién no, como si fuera su fiesta de cumpleaños, Carrió se planta en la mesa de admisión de su creación virtual más reciente, la Coalición Cívica Residual. Hecha de retazos, con integrantes de insalvable segunda selección, sacada de la mesa de saldos por final de temporada preelectoral, la Coalición Cívica Residual se plantea como el Arca de Noé de todos los naufragios y última balsa de todo aquel que se quedó boyando.


Las preferencias de Carrió parecen ser oscuras de tan evidentes. Olivera es una de las personas más maravillosas que dice haber conocido y es su garantía conspirativa en la fórmula que lo lleva como vice jefe de gobierno, justamente porque es el segundo en la línea sucesoria. Olivera, qué duda cabe, es uno de los más claros exponentes de lo más conservador del radicalismo. Además, casualmente, al único que considera decente del ala derecha del Partido de la Concentración Económica siempre a punto de estallar, es Ricardo (por Balbín) Hipólito (por Yrigoyen) López Murphy, con quien comparte también esa extracción común. Hasta Nicolás Gallo se siente atrapado “intelectual y emocionalmente” por la mujer que supo calificarlo como “recaudador del delarruismo”, es decir el mismo espacio del que formaba parte Olivera. Será porque su hijo, también Nicolás, forma parte de la mesa de juventud de la Coalición.


Y cuando parecía que no faltaba nadie, llegó Nito Artaza (¿imitando a De la Rúa?) y llamó a sus correligionarios a sumarse a la CC de Carrió, convocando a los que “no estén de acuerdo con Jesús Rodríguez, ni Coti Nosiglia, en acompañar ni a Macri ni a Lavagna ni a Telerman”, curiosamente tras haberse formalizado el acuerdo en la Ciudad. Si bien es cierto que todos tenemos nuestro corazoncito y es lícito que se vuelva siempre al primer amor, la Coalición Cívica Residual, parece adolecer de un cierto radicalismo tácito, por no decir vergonzante. Al parecer se trata de un amor que, como diría Oscar Wilde, no se atreve a decir su nombre.


Pero tampoco parece ser esa condición suficiente. En su axiomática arbitraria, la otra condición necesaria es la de subordinarse, reconociéndola como única representante de Dios sobre la tierra. Lo que podría, de alguna manera ser algo más que un chiste. Por esta razón, Ricardo López no clasifica hasta el momento entre los apóstoles imaginarios, reclutados de manera recurrente en la mesa de saldos de la política. Igualmente es de esperar que continúe reclutando figuras menores con ambiciones personales insatisfechas.


Una mesa de saldos a la que recurrió incluso para el diseño de marca, aunque en realidad se trataría de un plagio más que de una adquisición. Dejemos hablar a la Wikipedia: “The O.C., es una serie de televisión estadounidense, producida por la cadena FOX y emitida en diferentes partes del mundo. La serie narra la historia de un grupo de jóvenes y sus familias en el rico condado de Orange (Orange County en inglés, de donde procede la abreviación que da nombre a la serie). La serie, creada por Josh Schwartz, ha destacado por su mezcla de comedia, humor espontáneo, drama juvenil y música contemporánea.” El diseño de marca de esta serie consiste en grandes iniciales, más que juntas, pegadas entre sí. Un parecido más que llamativo con el isologotipo de la Coalición Cívica. Será que si hablamos de Carrió, cualquier semejanza con la ficción, es pura realidad.




Publicado en la Revista Actitud Nro. 17 (Mayo 2007)