lunes, 29 de octubre de 2007

Presidenta Electa

La Argentina que falta.

por Juan Escobar
1. Perogrulladas.Pero Grullo es un famoso personaje folklórico español del siglo XV que “gustaba de repetir verdades de todos sabidas y sentencias que de tan evidentes no precisaban ser dichas”. De allí la expresión “verdades de Perogrullo” para referirse a las obviedades, los hechos simples que no requieren mayor esfuerzo de comprensión. “La tradición popular española atribuye a este personaje real o imaginario máximas y verdades tan evidentes por sí mismas que pasaron a llamarse perogrulladas”. Lo obvio, lo que por evidente pasa inadvertido, ¿tendrá esto algo que ver con el coeficiente de Gini?

Para el ciudadano común, el coeficiente de Gini puede ser una forma esquemática de medir el nivel de justicia social de la sociedad en la que se integra, de ponerle un número, de cuantificarlo para observar cómo varía en el tiempo, y tener una idea clara de cómo van las cosas en los hechos. Porque el coeficiente de Gini mide el grado de equidad de la distribución del ingreso y, como diría Pero Grullo, cuando hablamos de justicia social estamos hablando de justicia distributiva.

Bernardo Kliksberg se ha referido recientemente a la incidencia que tiene el crecimiento económico y la distribución del ingreso con respecto a la disminución de la pobreza “El crecimiento del PBI incide en la pobreza, -decía Kliksberg- pero de forma muy limitada si persisten grandes desigualdades. La desigualdad permea todo. En cambio, una mejora en los índices de desigualdad, aunque sea leve, tiene un enorme impacto sobre la pobreza, mucho más que el crecimiento.”

Los años 90’ corrigieron el curioso error de traducción que había interpretado como “derrame” lo que en el original en inglés era “goteo”. Se trata de aquella fábula según la cual el mero crecimiento económico –sobre la base material implícita de mercados altamente imperfectos– generaría el efecto derrame sobre el conjunto de la sociedad, que convertiría a todos en beneficiarios de ese crecimiento, generando una redistribución automática como consecuencia mágica de la mano invisible del supuesto Mercado Benefactor. En los hechos, lo que se concretó por esa vía fue una concentración salvaje del poder económico, con resultados sociales catastróficos. El derrame no había llegado a goteo y terminó desertizando la sociedad. Quedó claro: si se lo deja, el mercado corrige la distribución del ingreso en el sentido de una mayor desigualdad. Si por el contrario, la distribución del ingreso se corrige en el sentido de una mayor equidad, de un avance en el sentido de una mayor justicia social, esto no puede ser sino consecuencia de la acción estatal. De la gestión a cargo del Estado. Lo que es decir, del gobierno. ¿No?

El coeficiente de Gini varía entre cero y uno. Mide “cero” en un contexto de distribución completamente igualitaria o uniforme de los ingresos. Mide “uno” en un contexto de distribución con inequidad extrema, “donde todas las personas tienen ingreso 0 y una sola persona se lleva el total del mismo”.

Pues bien, el coeficiente de Gini viene experimentando un descenso marcado a lo largo de estos últimos cuatro años, recuperando el nivel de hace diez, con la diferencia que por entonces la tendencia era hacia una creciente desigualdad. En el último año, asimismo, continuó disminuyendo la brecha entre el 10% de la población con mayores ingresos y el 10% con menores ingresos. Hace un año, el 10% más rico recibía 36 veces lo que recibía el 10% más pobre. Actualmente, la brecha es de 30 veces. En el tercer trimestre del 2003, cabe recordarlo, era de 56 veces.

Pero Grullo diría que si disminuyó la desigualdad, es porque hay más igualdad. Lo que es decir que la actual gestión presidencial se orientó claramente en el sentido de la justicia social, mejorando efectivamente la distribución del ingreso.

El coeficiente de Gini refiere directamente al país real. A la situación de las personas de carne y hueso que lo habitan. A la inclusión social, a un mejoramiento en la atención de las necesidades sociales. Y por lo tanto refiere a los intereses de esas personas, ciudadanos comunes, que votan.

El país real, con personas que tienen necesidades concretas, donde la calidad de vida de las mayorías ha mejorado paulatinamente. La gestión presidencial viene sacando algo más que la punta del Titanic. Y no hay que olvidar que es más fácil hundir un país que reflotarlo. Con todo, necesitaron ese cuarto de siglo –el que va del inicio de la última dictadura al estallido de la Alianza en 2001- para que la Argentina quedara casi completamente bajo la línea de flotación. Pero a partir de 2003 las tendencias cambiaron por decisión política del Estado nacional y la Argentina comenzó a recuperarse. Hoy, en esta situación, la opinión pública reflejada por la comunicación masiva, se divide entre los que quieren sacarlo a flote del todo y los que plantean enfilar al iceberg más cercano. En una emergencia sanitaria, posiblemente la opinión pública se dividiría a favor o en contra de los médicos a cargo.

Hay un país virtual y un país real. En rigor, un mismo país que se refleja en el espejo distorsivo de la opinión pública, siempre sponsoreada por el poder económico, cuya perpetuación no es imaginaria y sin embargo suele ser invariablemente eludida por la comunicación masiva.

El coeficiente de Gini no ha recibido cuestionamientos ni ha tenido repercusión en la opinión pública, más allá de algún suelto periodístico. No es motivo de debates. No es noticia. Por lo mismo que la oposición no habla del coeficiente de Gini. Porque no sirve para denostar al gobierno. La Argentina, como conjunto social, está más integrada que hace cuatro años. Y es un mérito innegable de la gestión presidencial de Néstor Kirchner. Un verdadero escándalo, que por innegable pasa a ser irrelevante para la tapa de los diarios.

Aún en el caso de que –contra toda evidencia– le demos la derecha a los agentes del mercado que ningunean las recuperaciones de la actual gestión presidencial, que atribuyen el crecimiento económico a condiciones climáticas o ambientales y no reconocen mérito alguno en el gobierno; aún aceptando que pueda no haber tenido ninguna incidencia la acción del Estado en la recuperación económica, la evolución del coeficiente de Gini nos dice algo distinto respecto de la disminución de la desigualdad social, que tal como ha demostrado la realidad, no puede decirse que sea un efecto de mercado, sino más bien el resultado de una participación activa del Estado democrático en el sentido de la inclusión social en el marco de un Proyecto Nacional orientado efectivamente a una integración progresiva del conjunto social.

La inclusión social es básicamente acceso sustentable a los mercados de consumo y de trabajo. A mayor inclusión social, más personas con acceso al mercado interno. Pero el mercado interno carece de las proporciones necesarias para atender las necesidades de la población, sencillamente porque es un mercado diseñado para una Argentina con un reducido sector de incluidos. Es el mercado interno del modelo anterior. Un mercado explícitamente para pocos. Es decir, que no está preparado para un nivel creciente de demanda, efecto natural de la implementación de un modelo de inclusión universal de avance paulatino como el actualmente en vigencia.

Un mercado interno manejado por pocos. Compuesto por mercados altamente concentrados, oligopólicos en el mejor de los casos. Con servicios públicos convertidos en los peores mercados imaginables, a veces verdaderas pesadillas para los usuarios. Con mercados de consumo que están globalizados desde la gestión de Martínez de Hoz, el padre de la concepción liberal de “defensa del consumidor” que conoció su apogeo en los 90’ e inició su franca decadencia con el recambio de modelo económico.

Por eso es ineludible la intervención del Estado y la Sociedad en la atención de las necesidades sociales. Porque los desequilibrios que provoca la economía capitalista, con sus mercados de acceso restringido, sólo pueden balancearse con la participación de una economía social eficiente y cooperativa, compitiendo con las fuerzas del mercado y con una decidida participación del Estado.

Vivimos en una realidad global donde lo único permanente es el cambio. Robert Reich en su libro “El trabajo de las naciones”, plantea algunos ejes de la época que nos toca vivir. Un planteo ya presente en el título, variante del texto fundacional de la economía política, “La riqueza de las naciones”, de Adam Smith. El planteo es simple: hoy, con la desterritorialización de la economía –inherente al proceso de globalización mercantil–, la única riqueza propiamente nacional de un país consiste en las capacidades productivas, individuales y colectivas, de su población. Punto.

Para construir un mercado interno a la medida de las necesidades sociales y de su demanda creciente, el camino no es negar el mercado sino de organizarse para participar en él con más chance de no ser los que siempre llevan las de perder. El Estado, de acuerdo con la imagen del proverbio chino: pescando, distribuyendo el pescado y enseñando a pescar. La sociedad, con más y mejor organización social, con alianzas estratégicas entre sectores en el sentido del bien común, con compromiso efectivo y responsabilidad social. Por ejemplo, con una red de asociaciones vecinales de consumidores, articuladas a nivel provincial y nacional. Para que participen en las negociaciones en las diversas instancias del mercado, con el recurso de convocar a huelgas de consumo, para los productos cuyos precios muestren comportamientos irracionales. Un recurso que las asociaciones existentes parecen haber descubierto con el llamado boicot al tomate, pero cuya improvisación y la precariedad de su convocatoria, plantean el riesgo de instalarlo en la opinión pública como una reacción espasmódica más sin consecuencias perdurables, con el consiguiente descrédito que le traería aparejado.

2. Oposición a la recuperación.
Mientras tanto, en la realidad virtual de la comunicación masiva, la oposición al Proyecto Nacional de Recuperación, continúa a la deriva oscilando entre la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser. En gran medida, a fuerza de negar el naufragio del que nos estamos recuperando, del que estamos saliendo a flote. Por el hecho de pretender actuar como si nada hubiera sucedido. Como si los problemas que aquejan al cuerpo social fueran responsabilidad absoluta de la actual gestión presidencial. Apelando a la eterna tentación argentina del chivo expiatorio. Un chivo expiatorio que durante aquel cuarto de siglo fue el Estado nacional. Lo que brindó el consenso social suficiente para su desmantelamiento sistemático. Hasta que se hundió con la mayor parte de la población adentro. En la cancha marcada por la comunicación masiva, el Estado nacional sigue siendo considerado el chivo expiatorio y como tal no se le concede prácticamente ningún margen de error.

Hoy, en la Argentina virtual de la opinión pública, sus corifeos se rasgan las vestiduras por las peripecias entre melodramáticas y cómicas de una oposición que desdeñando a un sector del público y a los dueños del teatro no logra ponerse de acuerdo en la obra que están llamados a representar para los distraídos a los que puedan embaucar. Hoy el sector dominante de la opinión pública demanda la unidad de la oposición en el mundo real, porque necesita materializarse de algún modo, porque se sabe virtual, frente al consenso en torno de la gestión presidencial que persiste en el mundo real. Y que responde, precisamente, a cuestiones del mundo real.

El candidato descartable conducido por el radicalismo, Roberto Lavagna, (que cada vez se parece más a De la Rúa, en más de un sentido), realizó un llamamiento a que la población descrea de todas las encuestas, invitando a una ceremonia colectiva de tapar el cielo con las manos.

López Murphy experimentó su propio desencuentro con la fe. Lo que no pudo ser con Carrió superó ampliamente el interés que había despertado su sainete de candidato no reconocido de Macri. El admirable estoicismo de López Murphy lo convierte en uno de los personajes más entretenidos del reality montado por la derecha, lo que equilibra imaginariamente la magra intención de voto que concita, tanto para Presidente, como para diputado nacional. Noticias de último momento parecen confirmar que también encabezaría una lista para concejales de algún municipio de la provincia de Buenos Aires. E iría segundo en una de consejeros escolares.

Por el contrario, escenas de hondo dramatismo religioso signaron las más recientes apariciones, ­-literalmente, apariciones- de la candidata del conservadurismo, Elisa Carrió. Los recursos para llamar la atención se le agotan, también, dramáticamente.

Éramos pocos y apareció Alberto Rodríguez Sáa, el hermano pintor, a disputarle el espacio místico a Carrió, pero en su variante esotérica. Y encima de todo, aparece Duhalde, con actitud de “guarda que vengo”, prometiendo hacer el cuco después de las elecciones. Basta. Es hora de apagar la televisión.




3. El pasado presente.

explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome

 Pizarnik

Hubo, en este lugar, otro país. Otra Argentina. Ese país fue mutilado, su Estado nacional fue desmantelado. Sometido a un proceso de vaciamiento y destrucción que duró un cuarto de siglo. Durante el cual se sucedieron una serie de transformaciones contra los intereses mayoritarios de nuestro país. En ese período se desvirtuó la naturaleza del Estado, poniéndolo en contra de la población, minimizando los derechos de los ciudadanos frente al avance del mercado mundial que se apropió de la vida cotidiana de las poblaciones, en un proceso de globalización compulsiva. En ese transcurso, la calidad de vida de sus mayorías fue violentamente disminuida hasta sumergirla por debajo de la línea de pobreza.

Hubo otro país. Esa Argentina que falta. Esa parte de nosotros que no está y cuya ausencia se hace sentir marcando el camino de las necesarias recuperaciones. Sobre la base de la memoria histórica para desandar efectivamente el camino que desembocó en el infierno del que vamos saliendo. En este sentido, es fundamental que la sociedad se recupere a sí misma, en el marco de la reconstrucción de su democracia y el estado de derecho, como base de la recuperación plena de sus instituciones, tanto políticas como económicas.

Sartre decía que la libertad consiste en lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros. Con la actual gestión presidencial se recuperó la función del Estado democrático. Hoy contamos con un Estado nacional que se alinea con las mayorías, que defiende sus intereses, que asume su representación y el liderazgo de la reconstrucción. Hoy los argentinos estamos llamados a ser protagonistas activos del cambio, a bajarnos del carro que nos está sacando del infierno y sumar el esfuerzo ciudadano al esfuerzo de un Estado todavía en construcción. La cuestión es cómo y con qué herramientas, uno de los tantos debates necesarios que nos estamos debiendo.
(Publicado en la revista Actitud nro. 20, octubre de 2007)

viernes, 21 de septiembre de 2007

Nueva etapa, nuevos desafíos.

por Juan Escobar

Hoy todos somos gente del pasado
y la alucineta es que nadie quiere volver
a ser como antes, no.
Patricio Rey (Scaramanzia)

Política y opinión pública.
En la Argentina se acerca el inicio de una nueva etapa. Una etapa signada por la consolidación de las recuperaciones que tuvieron lugar a lo largo de estos últimos cuatro años. En las elecciones de octubre se juega la continuidad del proyecto nacional en marcha. Se trata por eso de una etapa más identificada por su carácter institucional, donde cobran relevancia nuevos desafíos, que surgen sobre la base de lo realizado hasta ahora, que tienen esa plataforma como campo para su desarrollo.

La formalización de la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner estableció un punto de inflexión en el devenir político nacional. Los desafíos son múltiples, aunque el sentido del trabajo por delante sigue siendo el mismo: la continuidad del cambio iniciado, su profundización. Los vestigios del modelo anterior desplegarán en estos tiempos preelectorales todo su arsenal para quebrar esa posibilidad. Invariablemente confinados a un cortoplacismo de miras, a su inagotable internismo doméstico, estos nuevos profetas del odio, sin embargo se miran continuamente en el espejo de su propia imposibilidad, la de articular un espacio coherente que aglutine sus intereses particulares y encontrando en sí mismos al escollo insalvable para trascender más allá de sus propias ilusiones. Desubicados en un contexto que no contribuyeron a generar, sólo atinan a continuar con una letanía sensacionalista sin fundamento ni proyección, plena de contradicciones en una deriva continua de declaraciones que pasan a engrosar diariamente la papelera de reciclaje de la opinión pública. La opinión pública, o la vida reducida a la noticia. Al consenso inmanente, al presente incesante. La opinión pública, que se articula como mercado altamente imperfecto, con sectores definidos que no dudan en ejercer su posición dominante en las decisiones. Opinión pública, qué dientes tan grandes tienes.

Luz, cámara, oposición.
Las condiciones generales han cambiado en el transcurso de los cuatro años más recientes. Algo que es reconocido aún por los más acérrimos opositores, más allá del resentimiento propio de aquellos que vienen profetizando los más variados desastres que nunca llegan a concretarse, más allá de los consensos mediáticos que se tejen en torno de personajes menores abonados permanentes al micrófono siempre que sea para denostar al gobierno, al Estado o a la recuperación misma, siempre ninguneada por ellos, siempre relativizada, siempre atribuida a cualquier otra cosa que no sea la gestión presidencial. Una oposición cuya irrelevancia se sustenta en el magro aporte -siempre potencial, nunca efectivo- que estaría en situación de hacer al bien común.

El cambio que se inició en la Argentina con la actual gestión presidencial, no sólo ha desbaratado a la oposición defensora del antiguo régimen poniendo en evidencia su precariedad constitutiva, sino que presenta nuevas exigencias al conjunto social y a las instituciones democráticas en general. Cambio de contexto, renovación de expectativas y exigencias. Pero a no equivocarse, porque las exigencias del cambio no recaen exclusivamente en la conducción del Estado Nacional que se renueva a fin de año. Hacer sustentable nuestra democracia es una tarea colectiva del conjunto nacional.

Ciudadanía, que le dicen.
Esta primera etapa de la recuperación, se ha caracterizado por el reencuentro del Estado nacional con la ciudadanía, donde los lazos de representación recuperaron sentido al volver a alinearse con los intereses concretos de las mayorías. Se trató de un esfuerzo compartido y de un compromiso fundamentalmente establecido entre el Estado nacional y los ciudadanos comunes. Este protagonismo renovado del Estado nacional y específicamente de la figura presidencial, ha hecho que la reacción se concentre en un ataque sistemático tanto a la figura presidencial como al Estado nacional, so pretexto de ejercer una supuesta actitud crítica que es frecuentemente sobrevalorada atendiendo que no siempre aporta algo útil a la construcción del bien común. Pero el ataque llevado adelante por diversas corporaciones se dirige en realidad a esa relación recuperada entre el Estado nacional y la gente común, relación en la que el modelo anterior había instalado a esas corporaciones como intermediarios, cooptando al Estado y aislándolo de los ciudadanos, poniéndolo del lado de los intereses corporativos en detrimento de los intereses mayoritarios.

Porque es en esa relación donde se constituye la figura del ciudadano como sujeto político, de cuyo colectivo social emerge la legitimidad del Estado democrático a través de la representación que está llamado a asumir este último, respecto del conjunto de la sociedad, en tanto conjunto integrado. Así es que cuando se ataca su representación en la figura del Estado, lo que se ataca en realidad es a la sociedad misma, a sus condiciones de posibilidad de concretar un destino en común. Pero este ataque a la sociedad no siempre es tan velado. Como cuando se ataca a la autoestima nacional, en el regodeo masoquista del atroz encanto de ser argentinos, de la Argentina como maldición, de nuestra natural tendencia a la anomia, a la informalidad y otras supuestas variables del ser nacional determinantes de un eterno fracaso que subyace como destino presunto en el negocio del derrotismo llevado al nivel de actividad permanente, con canales siempre dispuestos a brindarle relevancia.

Es que suele centrarse la cuestión en cómo estamos, en cómo somos, más que en lo que hacemos colectivamente. Las raíces de cómo estamos suelen buscarse en atavismos arrastrados desde el fondo de la historia, que funcionarían a la manera de un determinismo histórico que llevaría a pensar que siempre vamos a estar igual y que por lo tanto cualquier esfuerzo resulta vano. Cualquier esfuerzo donde encauzar nuestra voluntad colectiva encuentra así las naturales resistencias de los voceros del regreso a un statu quo al que la realidad dejó en el pasado. No es casual que esos ataques tengan lugar en el ámbito de lo que se conoce como opinión pública. Porque la opinión pública refiere más a lo que se cree que a lo que se sabe. El viejo sofista Mariano diría que pertenece al campo de la doxa y por lo tanto no configura conocimiento verdadero. Pero lo calla, porque de eso trata su propio yeite. ¡Creer! he ahí toda la magia de la vida, escribió Scalabrini Ortiz en El hombre que está solo y espera. Vista la acción de algunos comunicadores esto se puede transformar mas bien en cosa de magia negra…

Un viaje colectivo. 
Cómo estamos, cómo somos y qué hacemos. Una democracia se consolida no tanto por lo que hagan los gobiernos –esos pasantes de la historia- sino por lo que hace la sociedad misma con ella para consolidarla. La cuestión central no es lo que hace el gobierno, sino lo que hace la sociedad en su conjunto. Con su democracia, con sus instituciones, con su ciudadanía. Con la democracia, porque su intensidad depende del nivel de participación social, del compromiso manifiesto. Con sus instituciones por el grado de adecuación que alcance en correlación con sus necesidades. Con la ciudadanía, por la manera en que la ejerce, incorporándola a su vida cotidiana trascendiendo la mera participación a través del sufragio que, aisladamente, delimita una versión mínima y esporádica del ejercicio de la ciudadanía. La democracia contemporánea está llamada a ser el ámbito de la responsabilidad colectiva. Pero que se trata de una responsabilidad social con el conjunto que está determinada por el lugar de cada individuo y cada organización en la escala social. Donde todos somos responsables, pero no en la misma medida.

Perón era de la idea que “la política puramente nacional es una cosa casi de provincias”. Agregando que ya desde entonces “todo es política internacional, que se juega adentro y afuera de los países”. De modo que, siguiendo ese razonamiento, podríamos decir que para hablar de la democracia que tenemos, es necesario contextualizarla en el mundo en el que estamos. Para distinguir qué de lo que nos sucede es nuestro de manera excluyente y qué forma parte de las particularidades de los tiempos globalizados por los que transitamos.

Así, globalmente.
Llegados a este punto de la historia -que desde la revolución francesa fue una historia centralmente política-, parece asaltarnos la sensación de encontrarnos en una esquina. Un cruce de caminos donde nuestro presente aparece confuso, caótico. Pero que cobra sentido en la linealidad que nos ofrece el otro camino retrospectivo, al momento de preguntarnos cómo llegamos hasta aquí.

El nuevo siglo nos sitúa en este cruce de caminos entre la historia política -con sus conflictos, que dejan a nuestras espaldas un camino zigzaguente y en apariencia errático- y la historia económica, esa suerte de historia subrepticia, de intereses concretos y creciente incidencia en la vida cotidiana de las poblaciones por parte de un poder material cuyo devenir hace más comprensible nuestra realidad de hoy.

Un poder económico que logró globalizar su influencia a partir de la expansión del mercado, que impone sus reglas de juego, reduciendo las relaciones sociales a una mera cuestión transaccional.

Dejemos hablar al viento. Al fantasma que recorre el mundo, en la voz de uno de sus más fervientes defensores, actualmente abocado a la tarea de instalar la idea de que “todo está bien” y vivimos en el mejor de los mundos posibles. Nos referimos al cuestionado presidente del consejo de supervisión del diario Le Monde desde 1994, el intelectual francés Alain Minc, ya abiertamente asumido como un intelectual de la derecha global, del oficialismo económico al servicio del poder reinante no siempre de manera sutil.

“Globalización, mundialización: son conceptos conocidos que arrastran un cortejo de fantasías, de odios y de sueños. Pero, en realidad, sólo designan un fenómeno de una extrema simplicidad: la diseminación, ya alcanzada, del mercado a casi todos los países del mundo y su extensión progresiva a esferas cada vez más numerosas de la actividad humana”. (Alain Minc, en uno de sus últimos libros, que lleva el curioso título de “www.capitalismo.net”).

Entre zapallos y mercados
Algo similar a lo que le sucedió al zapallo de Macedonio Fernández en su cuento “El zapallo que se hizo cosmos”, cuyas viscisitudes bien pueden asimilarse a lo que nos viene sucediendo con el mercado, en un proceso que comenzó a acelerarse sensiblemente a partir de la segunda mitad del siglo veinte, ese que con sus dos grandes guerras imperialistas, sus diversos genocidios, sus bombas atómicas, sus dictaduras, guerras coloniales y totalitarismos multicolores, entre otras lindezas, fue, para algún desprevenido “el siglo de los derechos humanos”. Pero para no seguir hablando de zapallos, volvamos al mercado que se hizo cosmos. Ése del que se puede decir, (para no derivar en Wallerstein ni en su idea de economía-mundo, ni en su más reciente de sistema-mundo, aunque no estemos hablando de cosas tan distintas en definitiva) con palabras de Macedonio en su historia del zapallo “solitario en ricas tierras del Chaco. Favorecido por una zona excepcional que le daba de todo, criado con libertad y sin remedios fue desarrollándose con el agua natural y la luz solar en condiciones óptimas, como una verdadera esperanza de la Vida. Su historia íntima nos cuenta que iba alimentándose a expensas de las plantas más débiles de su contorno, darwinianamente; siento tener que decirlo, haciéndolo antipático.” El zapallo crecía y crecía incorporando a su interior todo lo que lo rodeaba, incesantemente. Hasta que en un momento “comienza a divisarse desde Montevideo, desde donde se divisa pronto lo irregular nuestro, como nosotros desde aquí observamos lo inestable de Europa. Ya se apresta a sorberse el Río de la Plata.” Y continúa creciendo al punto que “llegaba demasiado urgente el momento en que lo que más convenía era mudarse adentro. Bastante ridículo y humillante es el meterse en él con precipitación, aunque se olvide el reloj o el sombrero en alguna parte y apagando previamente el cigarrillo, porque ya no va quedando mundo fuera del zapallo.” Hasta que, finalmente “Parece que en estos últimos momentos, según coincidencia de signos, el Zapallo se alista para conquistar no ya la pobre Tierra, sino la Creación. Al parecer, prepara su desafío contra la Vía Láctea. Días más, y el Zapallo será el ser, la realidad y su Cáscara.” Como nos ha sucedido con el Mercado, en la avanzada del proyecto imperial de occidentalización del mundo, bajo los estandartes corporativos del capitalismo.

Volvamos a Minc en su obra citada: “A tal señor, tal honor: con los mercados de capitales el proceso alcanzó su máxima expresión. (…) Hemos visto cómo funciona este mercado (…) desde el momento en que los países occidentales liberaron los movimientos de capitales, algunos adrede, otros involuntariamente. Se trata de un fenómeno de una potencia infinita. Cuando los mercados han tomado una dirección nada se resiste a su embate: ninguna moneda, por reverenciada que fuera; ninguna acción, por más que haya gozado de prestigio antes del cataclismo; ningún título de Estado, aun cuando éste haya sido en otro tiempo el “mejor de los pagadores”. Es una fuerza de una brutalidad sin límites. (…) El mercado reacciona en exceso, se enerva, se subleva, pero globalmente no se equivoca en absoluto. (…) El mercado del dinero reina, domina, se impone: es el juez el motor, el carburante de la vida económica.” Bueno, bueno, Minc, no se entusiasme tanto y tómese un respiro, que se está pasando de “revoluciones”.

O vayamos mejor a una obra anterior de Minc, “La borrachera democrática” en la que, alegremente, da por muerta la democracia política a manos de la opinión pública:

“La democracia de la opinión pública y la economía de mercado se han convertido en una pareja tan indisociable que inducen a asimilar opinión y mercado. En un mundo que yace a los piés de la economía y la moneda, nada parece más natural. (…) Y es que la democracia representativa, vista por un sociólogo americano, se asemeja a un mercado político que confronta las demandas de los electores con las ofertas de los candidatos. Unos y otros se rigen por un mismo postulado: el interés y la racionalidad gobiernan sus comportamientos. (…) A este estilo de política, anclado en la visión anglosajona de la misma, le habíamos opuesto la historia, la tradición, los comportamientos colectivos, la memoria o, incluso, los fantasmas… (…) Hasta el día en que el comportamiento de los consumidores suplantó al de los electores. ¿Qué signfican si no esas ideas, tan de moda, sobre el voto zapping, el consumismo de las opciones frente a los programas electorales, la fluidez de los votos o el aspecto efímero de las preferencias? ¿Qué representa la irrupción, en primer lugar, de la publicidad con sus códigos frustrados y, después, de la comunicación en el juego político, sino es la convicción de que en los votos se influye siguiendo las mismas reglas utilizadas para influir en los mecanismos de compraventa?”

Nosotros y los mercados.
Globalización, o mejor, globalizaciones. Sucesivas, superpuestas, solapadas, convergentes. Globalización de las finanzas. Globalización de las comunicaciones. Globalización, en definitiva, del comercio. Mercados sin fronteras. El siglo XX como campo de batalla entre el Estado y el Mercado, entre la política y la economía por la hegemonía cultural. En su transcurso, el pasaje del orden industrial al orden tecnológico. En la síntesis de Bauman, de una ética del trabajo a una estética del consumo. Ciudadanos que se ven reducidos a la condición de usuarios y consumidores. Que valen por la plata que tienen en la cartera de la dama o el bolsillo del caballero. Hasta los niños pasan a ser vistos como mercados por el márketing: mercados de consumo, mercados de influencia, mercados a futuro. El hombre unidimensional de Marcuse, definido por el dinero que puede gastar.

El mercado estableció el predominio de la dinámica de la obsolescencia incesante en la vida del producto. Dicen que fue Alfred Sloan el que encendió la mecha, poniéndole colores a los autos, rompiendo con la posición dominante de la empresa de Henry Ford, donde se podía comprar autos de cualquier color siempre y cuando fuera negro. El tsunami tecnológico lo llevó al paroxismo. Sino veamos cuánto tiempo tarda en volverse viejo un teléfono celular, de esos que ya tiene la mitad de la población mundial.

La del presente es la encrucijada de la globalización, donde se desdibuja ante nosotros el camino que tenemos por delante. De lo que se trata, justamente, es de hacer ese camino al andar. De proyectar hacia el futuro el camino que nos lleve al lugar donde queremos llegar. Ese camino es el de la reconstrucción del Estado democrático como estado de derecho, que promueva el ejercicio de una ciudanía plena, para incrementar paulatinamente la intensidad de nuestras democracias. La diferencia es la pertenencia que nos ofrece la historia política, mientras que la historia económica ha sido siempre, una historia de otros. Pero no dejarla en manos de esos otros que regulan los mercados desde su interior, acentuando las relaciones asimétricas establecidas a fuerza de concentrar el poder que surge de la organización y la información. Sino asumiendo el ineludible conflicto entre la democracia y el mercado. Entre el bien común y el interés particular. Domesticar entonces a los mercados en los que participamos, asumiendo nuestro carácter de ciudadanos, organizando y ejerciendo nuestro poder de compra.

Porque de cara al futuro deseado, una vez más, lo central es lo que hace la sociedad, en conjunto, frente a esta encrucijada. Porque como dijo Stanislaw Jerzy Lec: “Lo que cuenta de un problema es su peso bruto. Nosotros incluídos.”






(Publicado en la revista Actitud* Nro.19, Setiembre de 2007)

sábado, 21 de julio de 2007

martes, 17 de julio de 2007

La verdadera oportunidad

por Juan Escobar


El hombre vuelve del sastre, contento con su traje nuevo. La mujer, al verlo, empieza a encontrarle defectos. “Mirá cómo te quedan los hombros torcidos”, le dice. Escéptico, el hombre va al espejo y se mira. Efectivamente, al desabrocharlo, se veía que los ojales no coincidían con los botones, y al abrocharlo quedaba ladeado. Enojado, el hombre vuelve al sastre. “Lo que pasa es que el saco está hecho a la última moda”, lo tranquiliza. “Ahora lo que se usa es caminar con el hombro izquierdo levemente hacia abajo y adelante. Haga la prueba y vea”. Así, medio agachado, cada hombro encajaba en su lugar. “Son cosas de la moda”, pensó y le dijo a la mujer. “Claro”, le contestó la mujer, “por eso el pantalón tiene una pierna más corta que la otra”. “Lo que pasa es que usted no sabe caminar”, le replicó el sastre al hombre cuando volvió furioso. “Ahora se usa flexionar una sola pierna, manteniendo rígida la otra”. Con un hombro hacia delante y una pierna rígida, ahora sí, el traje calzaba a la perfección. Volvía caminando a la casa de esta forma, cuando dos que lo ven pasar se dicen: “Mirá, pobre hombre, cómo le cuesta caminar”. “Sí, menos mal que tiene un buen sastre…” Evidentemente, el traje no se ajustaba a las necesidades del cliente, por lo cual el cliente se tuvo que adaptar a las posibilidades del traje.

Con el modelo económico implantado desde los inicios de la última dictadura pasó algo parecido. Como no se adaptaba a las necesidades de la gente, la gente tuvo que adaptarse a las necesidades del modelo. Aunque la brutalidad del modelo de concentración económica y exclusión social que padecimos, nos remite antes bien a un estilo más propio del viejo lecho de Procusto. Ese personaje mitológico que cortaba el paso a los caminantes, dejándolos pasar sólo si su cuerpo coincidía con las dimensiones de su lecho. Y si no era así, las hacía coincidir, cortándoles las extremidades o estirando el cuerpo de sus víctimas. El modelo económico que el país dejó atrás, procedió a establecer las medidas del lecho de Procusto para disponerse luego a adecuar el cuerpo social, aún a costa de su mutilación y desmembramiento. Pero con el estallido del 2001 quedó demostrado que las necesidades sociales no toleran indefinidamente esa adaptación compulsiva que exige el nuevo orden vigente de globalización, impulsado por el poder económico transnacional. De manera coherente con esos intereses globales, la dictadura impuso a través del terror un modelo de subordinación del poder político al poder económico. Asimismo reformateó es Estado para que fuera funcional a este modelo de sumisión incondicional, condicionando severamente la recuperación democrática con la continuidad de la supremacía de la economía sobre la política.

El modelo que empezó a quedar atrás hace cuatro años se basaba en la supremacía de la economía sobre la política. Es decir la supremacía del poder económico global sobre el poder político de carácter básicamente nacional. Una opción a favor de los intereses ajenos por sobre los intereses de la población. Pero también la supremacía estructural del régimen económico sobre el régimen político. Que en los hechos se traduce en la supremacía del mercado sobre la democracia. Con un Estado funcional a la legitimación de todo esto. Es decir tomando partido por el sastre. Oficializando el lecho de Procusto como parámetro de medidas.

La recuperación de la iniciativa política por parte del Estado nacional comenzó a revertir esa tendencia dominante hasta ese momento. El Estado nacional se alineó con los intereses de las mayorías, asumiendo que el mandato de las democracias contemporáneas es la justicia social. Que esa justicia social debe expresarse en una distribución equitativa del ingreso. Pero que fundamentalmente implica el contexto de un modelo político de inclusión universal, que centra la acción del Estado en una atención efectiva de las necesidades sociales. Esto es, volver a poner los caballos delante del carro. Recuperando el carácter instrumental de una economía al servicio de la sociedad y no a la inversa. Con la política definiendo el rumbo económico y no la economía definiendo el rumbo político.

Los vestigios de ese modelo anterior sin embargo, no se resignan a quedar en el pasado. En un año electoral, es previsible que redoblen sus esfuerzos opositores contra el proyecto nacional en marcha.

En momentos donde la oposición insiste en su intento de volver a poner el carro delante de los caballos, la muletilla de “la oportunidad histórica que vive nuestro país debido a las condiciones internacionales que nos son favorables y que lamentablemente se está dejando de aprovechar” pasa a formar parte del repertorio derrotista contra toda evidencia de recuperación que, negando la realidad pretende torcer el camino de reconstrucción que con el liderazgo del Estado nacional se viene concretando sostenidamente desde el inicio de la actual gestión presidencial.

Cabe recordar que las reformas brutales del último cuarto del siglo pasado, se hicieron justamente en nombre de esas supuestas oportunidades que no se podían dejar pasar. Y así nos fue. Oportunidades que consistían en adaptarnos a un modelo que no estaba pensado para atender las necesidades de la población.

Porque si lo definitorio es la actitud que se asume ante las oportunidades, no es menos cierto que para eso es fundamental, previamente, reconocerlas con un criterio alineado con los intereses reales del país. Identificarlas de acuerdo a las posibilidades reales de afrontarlas y la pertinencia de asumir el desafío que representan en la medida que se inscriben en el camino elegido, en los objetivos que se persiguen. Porque, valga la paradoja, no cualquier oportunidad es oportuna. Siempre está sujeta a las prioridades del caso, caso contrario pueden derivar en un oportunismo irresponsable. Como los juegos olímpicos o un inminente mundial de fútbol para el atleta lesionado. Una oportunidad que debe ceder paso a la prioridad de la recuperación.

Algo similar sucede con los países y los contextos internacionales que se presentan como favorables. Hay que tener en claro no sólo las posibilidades sino especialmente las prioridades. Porque en la vida de las naciones, -lo dice la historia- las oportunidades nunca son únicas, como nunca tampoco son las últimas.

Porque lo concreto es que si hay una oportunidad histórica que nuestro país no puede perder, ésta no se refiere tanto al contexto internacional sino a su recuperación plena, a la consolidación de un modelo de inclusión universal, a la profundización del proyecto nacional alineado con los intereses de las mayorías, en la continuidad de una reconstrucción sustentable del bienestar general, que se expresa en la mejora paulatina de la calidad de vida de la población. En un camino que es esencial recorrer con el esfuerzo del conjunto, para dejar definitivamente en el pasado a un modelo que hizo estallar al país por basarse en el sacrificio sistemático de los que menos tienen.

Asumida la elección por un modelo de inclusión universal, queda claro que sólo es posible en democracia. Que la democracia sólo es posible con un Estado democrático fuerte que recupere efectivamente la regulación de las relaciones sociales y en ese contexto oriente el desarrollo económico. Porque si aceptamos que no es cualquier desarrollo el que necesitamos, tampoco es cualquier Estado ni cualquier democracia lo que necesitamos para nuestra sustentabilidad como conjunto social.

La reconstrucción nacional precisa de un nuevo paradigma basado en la responsabilidad social. Donde cada uno aporte efectivamente al bien común en la medida que le corresponde por la posición que ocupa en la escala social. En cada actividad por la que los individuos se integran al conjunto social, sea en el ámbito del Estado, del mercado o incluso de la sociedad civil, cuya función principal es articular la demanda de responsabilidad social a los sectores participantes de la vida económica y política, integrados en la dinámica compartida de la vida comunitaria que hace a la convivencia cotidiana y su permanencia sustentable en el tiempo.

El mandato de la democracia contemporánea es la justicia social y su punto de partida es un modelo de inclusión universal de atención eficiente de las necesidades humanas de quienes componen la comunidad. Ese modelo de inclusión universal debe manifestarse en las diversas instancias de la escala comunitaria, que se expresan en la figura estatal y su delimitación territorial. Desde el ambito de la comunidad local que es donde vive la gente y atiende sus necesidades, en congruencia con la comunidades provinciales donde se insertan y articulan su incorporación al proyecto nacional orientado a la integración del conjunto. Pero las necesidades humanas se atienden mayoritariamente a través de relaciones comerciales, lo que hace necesario domesticar a los mercados mediante una participación social que contribuya a su transparencia.

La defensa del consumidor en nuestro país se encuentra atravesando una severa crisis debido al cambio de modelo que se comenzó a implementar durante la presente gestión presidencial, debido a que su existencia misma fue parte del modelo anterior en su vocación por desplazar al trabajo como canal de integración social. El “consumidor” está llamado a convertirse en ciudadano responsable, para contribuir a la regulación efectiva de los mercados desde su interior, instrumentando su poder de compra para promover una mayor competencia y contribuir a una distribución más equitativa de la información entre quienes concurren en su dinámica. Pero para eso se hace imprescindible una apertura ideológica y la articulación de alianzas estratégicas que en la situación actual de la sociedad civil implicaría un salto cualitativo de cuya probabilidad apenas pueden atisbarse indicios tan incipientes como insuficientes.

El modelo de concentración económica y exclusión social repudiado por las mayorías nacionales sigue acechando para volver, apostando a la falta de memoria del pueblo argentino. Un modelo cuyos personeros intentan desviar la atención de sus responsabilidades pasadas y el sabotaje sistemático ejercido durante estos cuatro años, presentándose como supuesta “alternativa superadora” de la recuperación en la que nunca creyeron, especialmente porque formaron parte activa del modelo -iniciado por Martínez de Hoz y la última dictadura- que colapsó en diciembre de 2001, en cuyo transcurso no dejaron pasar ninguna oportunidad de reforzar la dependencia de las decisiones económicas a los organismos internacionales de crédito, de destruir las capacidades productivas del país precarizando más allá de lo imaginable las relaciones laborales, configurando mercados mayoritariamente oligopólicos con tendencia al monopolio, desmantelando las capacidades regulatorias del Estado, dejando cautiva a la sociedad en relaciones de fuerzas marcadamente asimétricas en desmedro de sus intereses y condiciones de vida.

La oposición se viene declarando prescindente en el proyecto de reconstrucción nacional, razón por la cual un sector significativo de la sociedad viene prescindiendo de ella. El tiempo de campaña preelectoral, con su inmanencia mediática de eterno presente, les permite reaparecer como si no tuvieran pasado, como si no tuvieran responsabilidad histórica por la caída en el infierno del que trabajosamente estamos saliendo. Ponen palos en la rueda cuando de lo que se trata es de bajarse del carro y sumarse al esfuerzo colectivo que más allá de sus predicciones agoreras viene dando resultados que están ineludiblemente a la vista de todos. Tras las críticas y argumentos falaces por inscribirse en lo que se conoce como “generalización inductiva”, intentan generar confusión apostando al imposible regreso a un Estado ausente en lo social salvo para la represión de los excluidos, la “liberación” de las fuerzas del mercado y un renovado saqueo de los recursos nacionales.

Enancados en cierta sobrevaloración de la crítica, la oposición al proyecto nacional se propone embarcar al país en aventuras de dudoso resultado, salvo para los intereses mezquinos que representan. Recalentando los cantos de sirena del viejo neoliberalismo fracasado que reducen la economía al capitalismo salvaje y especulativo. Timba. La fija que no puede perder. Hagan sus apuestas. No deje pasar esta oportunidad única. Llame ya. Con la misma “solidez” de cuando decían que el dólar se iba a terminar estableciendo entre los 7 y los 10 pesos.

La oposición en campaña se arroga ante la opinión pública una representación del interés general con la que, por definición, no cuenta, ya que es un atributo inalienable del Estado. Un Estado al que quieren estigmatizar como el culpable de todo. Como si los problemas persistentes no se debieran en gran parte también a lo que deja de hacer la sociedad en su conjunto. Estigmatizan al Estado como el chivo expiatorio de sus propias responsabilidades, al tiempo que desmerecen los avances evidentes atribuyéndolos de manera infantil al “viento de cola” o meramente a la buena suerte. Con todo, no logran maquillar su naturaleza de comparsa desvencijada en un corso a contramano, mientras hacen agua por los cuatro costados. Los vestigios del pasado confluyen en la oposición al proyecto nacional con un elenco diverso que incluye todas las variantes del fracaso, en un abanico del resentimiento que abarca desde la extrema derecha economicista a la extrema izquierda política, fieles a una complementariedad histórica que constituye su única coherencia en su trayectoria contra los intereses nacionales.

Desfilan así desde la insipidez de la sociedad colonial avanzada de Lavagna con su claque de radicalismo atávico hasta los extravíos de una izquierda siempre divisible por el internismo de las minucias. El contrato conservador de Carrió, ensimismada en su mezcla de egolatría delirante con mesianismo abandónico, buscando confluir con el liberalismo rabioso y despechado de Ricardo López. Todos ellos tras un dedo acusador de cartón piedra que intenta desviar la atención del vacío existencial compartido para ocultar la hoguera de vanidades en la que se convirtieron. Mientras se reparten los papeles con la servilleta al cuello y los cubiertos en la mano, con la ilusión inconfesable de llevarse puestas las reservas acumuladas durante los últimos cuatro años. Vanidades que los encierran en sí mismos. Cantinelas. Rutinas invariables que no resisten un zapping. Poses. Intentos de sugestión que echan mano a cualquier recurso. Donde cualquier hecho pasa a considerarse un indicio, donde lo relativo se transforma imaginariamente en absoluto, despreciando tod matiz de los infinitos que presenta la realidad por su carácter dinámico y complejo. Apelando a cierta inestabilidad emocional que parece presentar la sociedad argentina a causa de las aberraciones históricas en las que la oposición de hoy ha jugado un rol protagónico.

Pero la insustancialidad de la oposición al proyecto nacional está a la vista de todos. Sabiéndose sin destino, es previsible que la desesperación los lleve a redoblar su vocación destructiva en el trayecto hasta las próximas elecciones nacionales en su lucha contra la realidad y la memoria de los argentinos.

No es cualquier desarrollo el que necesitamos, sino un desarrollo con justicia social. No es cualquier Estado el que necesitamos, sino un Estado comprometido con la democracia en la disputa que está llamada a mantener con el mercado por la hegemonía cultural. No es cualquier democracia la que necesitamos, sino una democracia militante basada en el protagonismo popular orientado al ejercicio de una ciudadanía plena.

Publicado en la revista Actitud Nro. 18, Junio 2007

miércoles, 11 de julio de 2007

El cambio recién comienza

El pasado contraataca.

por Juan Escobar




Es previsible que en estos tiempos preelectorales arrecien los ataques contra el modelo de recuperación que viene desarrollándose desde mayo del 2003. Lo que está en juego es la continuidad y consolidación de un país decidido a ser Nación frente a los embates de quienes encarnan a un modelo que arruinó al país y no se resigna a quedar en el pasado.


También es previsible que esta lucha contra la recuperación del Estado nacional se plantee en el seno de la opinión pública, donde se viene verificando un respaldo significativo a la acción presidencial. Por hechos concretos más que por los “deseos imaginarios” que le atribuye la oposición, que se refiere al presidente como si fuera un político más para desmerecer al Estado mismo, a partir de su gobierno actual.


Porque si se ataca el estilo presidencial es para encubrir el cuestionamiento a la recuperación del Estado como eje de la política. En definitiva, el cuestionamiento a un Estado que dejó de ser el complemento facilitador de imposiciones ajenas y contradictorias a los intereses de las mayorías, para asumir la representación que le es inherente.


La oposición niega el principio de unidad del Estado nacional, obviando hasta méritos insoslayables como el comienzo de la recuperación de la justicia argentina a partir de una Corte Suprema verdaderamente independiente. Como si eso no fuera consecuencia de una clara decisión política. No. En cambio se redefine maliciosamente la independencia de los poderes en clave de un autismo irreductible, que condenaría al ejecutivo, el legislativo y el judicial a la incomunicación en compartimentos estancos, con la única relación posible de vigilarse los unos a los otros.


Confundiendo iniciativa política con intervención, la oposición pretende arrinconar al Poder Ejecutivo a la inacción, desconociendo el rol político que le corresponde en la dinámica del Estado. Un rol institucional que la actual gestión ha recuperado como liderazgo. Porque cuando lo que necesita el país es un cambio, la representación de la demanda social le concierne justamente al poder político, para asumir de manera consecuente la iniciativa de ese cambio en el sentido de salvaguardar los intereses del país, que es decir del conjunto social, de la sociedad en su conjunto.


Las demandas de la oposición pretenden un Poder Ejecutivo dócil a sus presiones, sin opinión ni convicciones propias. Un Estado ausente, prescindible, restringido. Para discontinuar la recuperación del país y facilitar el regreso del modelo que los argentinos dieron por terminado en diciembre de 2001.



La contradicción fundamental
Por eso es ineludible reconocer la contradicción fundamental, en esta coyuntura se vincula con las recuperaciones en curso. Como decían, justamente, en el documento titulado “La contradicción fundamental”, los jóvenes radicales reunidos en Setúbal hace ya una punta de años:


“La lucha que por años protagonizaron peronistas y radicales, por ejemplo, con tener sus justificativos parciales (contradicción secundaria), perdió de vista que por sobre ella debía existir una coincidencia fundamental entre ambos en cuanto a las pautas fundamentales del país que necesitamos. Esta afirmación no implica distribuir culpas sino hacer experiencia histórica, comprendiendo los errores que el campo popular cometió al antagonizar sus enfrentamientos intestinos. Ello dividió fuertemente al pueblo, a sus conducciones políticas, a sus clases sociales, y permitió que sobre ésta división cabalgaran quienes tenían intereses contrapuestos a los intereses de la mayoría de los Argentinos representados por el peronismo y el radicalismo.”


Reconociendo que la contradicción fundamental se plantea entre la construcción del bien común del conjunto nacional y la vuelta a un pasado que continúa acechando. Así es como el mejor radicalismo confluye en el proyecto de recuperación de lo público, sumando sus esfuerzos a la reconstrucción del Estado democrático en nuestro país.


Aquel pasado que quiere volver, por el contrario, se presenta fragmentado y con ganas de juntarse. Aunque no siempre es evidente, como señalan los violentos apartamientos que tienen lugar cuando alguno de los aliados parece caer en desgracia. Como el “tomar distancia” de Macri con Sosbich, a pesar de compartir los mismos criterios en seguridad, hasta el punto de tener los mismos asesores.


La alternativa de la reacción comprende entre otras sutilezas el Estado verdugo “hasta las últimas consecuencias” de Sobisch, garantizando la libertad de circulación para los cortejos fúnebres; el contrato moral intolerante de Carrió que busca suprimir el debate de ideas para instaurar un orden supuestamente celestial y presumiblemente inquisitorial entre nosotros; la im-postura intelectual de Mariano Grondona y su producción de falacias berretas para solaz de los vestigios de una oligarquía desfasada y retrógrada; el liberalismo rabioso de López Murphy; la futbolización antipolítica que propone Macri como modelo de sociedad. Gente que no, gente de Pro. Blandiendo el estandarte del viejo modelo caracterizado por la conditio sine qua non de que sólo cierra con represión.


Todos ellos siempre fuera de sí, siempre a la derecha de sí mismos. Todos ellos exponentes parciales del régimen de sumisión de la política a la economía que se derrumbó en diciembre del 2001. Pero la interna del Partido de la Concentración Económica recién empieza. Habrá que ver en qué deriva tras concluir su proceso de reorganización y quién sigue en carrera para entonces.



Los fulgores del simulacro
Un amigo psicólogo solía hacer la misma broma al llegar: “Así los quería agarrar”, decía. “Hablando mal de mí, diciendo que soy un paranoico”. Tenía un socio abogado y decía que eran el complemento perfecto. Porque mientras uno de ellos no podía salir a la calle sin asistencia legal, el otro no podía hacerlo sin asistencia psicológica.


“Así los quería agarrar”, parece ser la actitud permanente de Elisa Carrió. Encontrando confirmación a su presunción-de-saber en cualquier dato que le devuelva la realidad, cualquier respuesta es útil para ratificar sus sospechas y justificar sus actos. Si sigue así parece ir camino a convertirse en una mala remake del personaje de Bette Davis en el clásico film “Qué fue de Baby Jane”. Algo de lo que sus seguidores paulatinamente vienen tomando conciencia, emprendiendo una no siempre sigilosa retirada.


Como Juana de Arco ha dado muestras de escuchar voces que le confirman las certezas de este nuevo episodio de su Cruzada. Contra toda evidencia, razón por la cual sus certezas suelen derivar invariablemente en la nada. Como diría el amigo del comienzo, trabaja a pura proyección. No quiere saber nada, porque cree saberlo todo. Porque su base es la presunción-de-saber y no la voluntad-de-saber a la que situaba Foucault motorizando la existencia humana. En el discurso paranoico, si la realidad no se alinea con la sospecha, peor para ella. La realidad será entonces objeto central de su intolerancia.


Pero el discurso paranoico no necesariamente es manifestación de una patología; también, como en este caso, puede tratarse de una opción ideológica y parte de una estrategia política. Simulación de la locura para provocar en el otro la incorrección política del señalamiento y así victimizarse. Efectos especiales, cartón pintado, mera teatralización. Como en una película de Almodóvar, lo suyo es puro teatro (…falsedad bien ensayada / estudiado simulacro…). Mesianismo de kermesse, profecías de cotillón, egolatría y sugestión. Guiños. Señales equívocas. Interpretaciones abusivas. Figurarse artista. Dejarse comer por la voracidad del personaje. Mandarse la parte. Crear atmósferas de sospecha, misterio, predecir el futuro. Dramatizar. Sobreactuar. Las licencias poéticas de Carrió.


En su verborragia, Carrió se constituye en una cantera inagotable, inabarcable, de sinsentido. Esto es, producción de signos sin su referencia correlativa en la realidad. Se nos presenta así como un exponente delirante de la política-ficción, de una virtualización pretendidamente virtuosa, ajena a la realidad de las personas de carne y hueso. Extraviada en el campo simbólico.


Carrió parece considerar que los resultados de las elecciones son algo así como un ticket de descuento sin fecha de vencimiento. Siempre queriendo sorprender y haciendo cada vez menos gracia, Carrió no se privó de confesar: “yo nunca fui de centro izquierda”. Una cuestión que no toma en cuenta es que gran parte de la gente que la votó en las últimas elecciones, esa que la dejó en el segundo lugar en la Ciudad, creía que sí. Pero nada de centro izquierda. Una cristiana radical, siempre con aires de dama de beneficencia y vocación de estar, orgullosamente, más cerca al imaginario de Victoria Ocampo que al de Eva Perón.


Con arrogancia de patovica en la puerta del boliche, decidiendo arbitrariamente quién entra y quién no, como si fuera su fiesta de cumpleaños, Carrió se planta en la mesa de admisión de su creación virtual más reciente, la Coalición Cívica Residual. Hecha de retazos, con integrantes de insalvable segunda selección, sacada de la mesa de saldos por final de temporada preelectoral, la Coalición Cívica Residual se plantea como el Arca de Noé de todos los naufragios y última balsa de todo aquel que se quedó boyando.


Las preferencias de Carrió parecen ser oscuras de tan evidentes. Olivera es una de las personas más maravillosas que dice haber conocido y es su garantía conspirativa en la fórmula que lo lleva como vice jefe de gobierno, justamente porque es el segundo en la línea sucesoria. Olivera, qué duda cabe, es uno de los más claros exponentes de lo más conservador del radicalismo. Además, casualmente, al único que considera decente del ala derecha del Partido de la Concentración Económica siempre a punto de estallar, es Ricardo (por Balbín) Hipólito (por Yrigoyen) López Murphy, con quien comparte también esa extracción común. Hasta Nicolás Gallo se siente atrapado “intelectual y emocionalmente” por la mujer que supo calificarlo como “recaudador del delarruismo”, es decir el mismo espacio del que formaba parte Olivera. Será porque su hijo, también Nicolás, forma parte de la mesa de juventud de la Coalición.


Y cuando parecía que no faltaba nadie, llegó Nito Artaza (¿imitando a De la Rúa?) y llamó a sus correligionarios a sumarse a la CC de Carrió, convocando a los que “no estén de acuerdo con Jesús Rodríguez, ni Coti Nosiglia, en acompañar ni a Macri ni a Lavagna ni a Telerman”, curiosamente tras haberse formalizado el acuerdo en la Ciudad. Si bien es cierto que todos tenemos nuestro corazoncito y es lícito que se vuelva siempre al primer amor, la Coalición Cívica Residual, parece adolecer de un cierto radicalismo tácito, por no decir vergonzante. Al parecer se trata de un amor que, como diría Oscar Wilde, no se atreve a decir su nombre.


Pero tampoco parece ser esa condición suficiente. En su axiomática arbitraria, la otra condición necesaria es la de subordinarse, reconociéndola como única representante de Dios sobre la tierra. Lo que podría, de alguna manera ser algo más que un chiste. Por esta razón, Ricardo López no clasifica hasta el momento entre los apóstoles imaginarios, reclutados de manera recurrente en la mesa de saldos de la política. Igualmente es de esperar que continúe reclutando figuras menores con ambiciones personales insatisfechas.


Una mesa de saldos a la que recurrió incluso para el diseño de marca, aunque en realidad se trataría de un plagio más que de una adquisición. Dejemos hablar a la Wikipedia: “The O.C., es una serie de televisión estadounidense, producida por la cadena FOX y emitida en diferentes partes del mundo. La serie narra la historia de un grupo de jóvenes y sus familias en el rico condado de Orange (Orange County en inglés, de donde procede la abreviación que da nombre a la serie). La serie, creada por Josh Schwartz, ha destacado por su mezcla de comedia, humor espontáneo, drama juvenil y música contemporánea.” El diseño de marca de esta serie consiste en grandes iniciales, más que juntas, pegadas entre sí. Un parecido más que llamativo con el isologotipo de la Coalición Cívica. Será que si hablamos de Carrió, cualquier semejanza con la ficción, es pura realidad.




Publicado en la Revista Actitud Nro. 17 (Mayo 2007)





lunes, 9 de abril de 2007

Ciudad de Buenos Aires: Encontrarse, urgente.

por Juan Escobar




La práctica política implica también la construcción de sentido, su producción a partir de la correspondencia entre lo que se dice y lo que se hace. Entre los discursos y las realizaciones. La política no se reduce al tiempo de las campañas preelectorales, pero es donde la visibilidad parece dotarla de una mayor intensidad. Fuera de las campañas y elecciones aparte, la política real, la de los hechos, refiere a la acción realizada en el ámbito del Estado y su incidencia en la calidad de vida de los colectivos que abarca, sea en el espacio local, provincial, nacional, etc. Hechos y palabras, lo concreto y su representación. Las interpretaciones, en su diversidad, intentan definir los hechos –desoyendo la advertencia de Keynes según la cual no hay interpretaciones más inteligentes que los hechos mismos- confirmando aquello de que una de las mayores luchas que debe afrontar el ser humano es la de nombrar o ser nombrado.

Las declaraciones políticas de estos tiempos preelectorales se inscriben justamente en ese campo de batalla simbólico donde se etiquetan los acontecimientos. Así vemos desplegar a la oposición una serie de interpretaciones donde adjudican al conjunto de la sociedad los avances experimentados desde el 25 de mayo del 2003 y responsabilizan al gobierno de todo lo que falta hacer. Aunque podría invertirse esta afirmación y resultaría más verosímil, lo cierto es que la falacia de estas visiones radica en la separación entre el gobierno y la sociedad que se da por supuesta. El gobierno es una manifestación, un emergente de la sociedad, en todo sistema democrático, su representación cuya continuidad se garantiza en la institución del Estado.

Democracia y Mercado.
El desafío de la política en democracia es construir sentido. Trascender el absurdo al que pretende confinar el avance del Mercado como regulador de las relaciones sociales, cuyo avance más espectacular tuvo lugar en la década de los noventa, correlativamente al proceso de globalización del poder económico y el carácter hegemónico de la economía como ideología impulsada por sus voceros del neoliberalismo. Con esto, comenzó a juzgarse al Estado bajo parámetros estrictamente económicos, viéndose cuestionada en profundidad su naturaleza misma.

Esto redundó en la disminución del Estado a su mínima expresión. Con el avance del mercado fue pesando más la condición del consumidor que la de ciudadano y la acción del Estado fue perdiendo sentido de manera paulatina. En el Mercado, ser ciudadano no significaba –casi- nada. En la misma medida, la democracia no pasaba la línea de pobreza y terminó caracterizándose por su baja intensidad. Un camino de progresiva devaluación simbólica del Estado, funcional a su desmantelamiento.

La democracia precisa hoy de cierta vocación por la hegemonía cultural frente al Mercado. Los argentinos recuperamos la iniciativa del Estado nacional, porque el Estado supo alinearse con las demandas sociales. La representación de la sociedad que se institucionaliza en el Estado volvió a significar algo para el ciudadano común. La ciudadanía comenzó a recuperar sentido, a ganar terreno al caos del Infierno de la Exclusión.

Los organismos del Estado producen sentido en la medida que se alinean con la atención de las necesidades sociales y responden a ellas de manera satisfactoria en el ámbito de su incumbencia. El Estado nacional actúa como productor de sentido estableciendo un proyecto nacional y realizando una acción sostenida en esa dirección, sentando sus pautas generales, la orientación del proceso. El municipio viene recuperando protagonismo en el nuevo modelo de gestión en construcción de acuerdo a los lineamientos de un proyecto nacional de integración. Los Estados provinciales tienen la responsabilidad de comunicar el ámbito local con el ámbito nacional, incorporando y articulando lo particular en el conjunto. Pero una atención efectiva de las necesidades, para ser sustentable, debe encarnarse en el ámbito local, que es donde vive la gente.

La Ciudad
A la Ciudad de Buenos Aires le sucede algo parecido a lo que manifestaba Stéfano, de Armando Discépolo, interpretado magistralmente por Alfonso de Grazia: Me he dado en tantas partes, que ahora me busco, y no me encuentro…

La Ciudad siempre ha sido un escenario fundamental para la política nacional, lo que no ha permitido madurar en la medida de lo necesario a la política local, siempre a la sombra que le ha permitido la comodidad de desligar responsabilidades disfrutando de recursos que, no en menor medida, provienen del carácter capitalino de la Ciudad.

Lo que debe encontrar la Ciudad es su propio paradigma. Más que una cierta idea de Buenos Aires, se hace necesario que la clase política, especialmente la que ocupa cargos de responsabilidad, logre configurar y comunicar una idea cierta de Buenos Aires. Realizable. Mejor. Sustentable. Con recursos propios que no escasean pero que precisan una organización adecuada de la que hoy se carece. Tanto recursos tangibles como intangibles, es decir tanto materiales como culturales. Con criterios que permitan corregir de manera que sea sensiblemente verificable las profundas desigualdades que permanecen en ella.

De forma que el progreso en la calidad de vida de la población logre una continuidad en la recuperación que trascienda los tiempos de cada gestión. Esto significaría un desarrollo en concordancia con la nueva etapa que ha iniciado el país y con la responsabilidad que le cabe a la Ciudad incorporándose activa y efectivamente al proyecto nacional en marcha.

La Ciudad de Buenos Aires, o Ciudad Autónoma, o Capital Federal, o Ciudad Puerto, donde sus habitantes descienden de los barcos. Esa misma Ciudad, esta Ciudad misma.

Me he dado en tantas partes que ahora me busco y no me encuentro. Base operativa del modelo de vaciamiento nacional que se implementó a partir de 1976, la Ciudad reproduce la lógica de la concentración económica y la exclusión social que caracterizó a aquel modelo, expresada por la brecha entre los más pobres y los más ricos, que es la mayor del país. Como le gusta a Lavagna, ese ex-ministro que, como Macri aunque menos tiempo, también se mecía en la duda en cuanto a su candidatura a la Presidencia de la Nación o la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Previendo que la situación económica iba a empeorar tras su desalojo, cosa que no sucedió, creyó que la Ciudad le quedaba chica y apuntó decididamente a la candidatura presidencial. Para ver cómo se iba devaluando con el tiempo, en un espacio opositor donde el montón lo hace palidecer por exceso de oferta. Porque si algo no le faltó nunca a la Ciudad de Buenos Aires, fueron candidatos del establishment, representantes del poder económico real con sede local. Eso que suele sintetizarse, con aditamentos, como la derecha.

El Partido de la Concentración Económica.
A juzgar por el maltrato que prodiga a Ricardo López, esa derecha ha tomado debida cuenta de los riesgos que implica mantenerlo informado en épocas de campaña. El recuerdo de la campaña de la Alianza en 1999, hace temer de su parte una suerte de sincericidio serial en el presente. Porque más allá de las críticas permanentes a la orientación asumida por el Estado nacional, todavía no se sabe explícitamente lo que se proponen hacer estos buenos muchachos en caso de tener responsabilidades ejecutivas.

Sólo la ingenuidad permitiría creer que “corregirían” detalles del proyecto nacional en curso. Porque una cosa es centrarse en la crítica del accionar del otro y otra muy distinta lo que se haría en su lugar. Mantener lo más alejado posible a Ricardo López de las conversaciones es por eso necesario para que no trascienda lo que se traen entre manos.

Hubiera sido el hijo soñado de Alvaro Alsogaray. Pero cae sistemáticamente en el sinsentido de esperar la medalla al mérito de parte de sus compañeros de esa diestra tan siniestra de la que forma parte, convertida en un vodevil de desplantes y pequeñas traiciones. Donde Ricardo llegó a parecer un espectador más frente al histrionismo hueco de Mauricio sobre tarimas que lo preservan de las impurezas territoriales y la sórdida intriga de un Roberto reticente en darle respiro a su franquicia radical. Fiel a sus pretensiones épicas, lanzó su candidatura presidencial por el Pro. Sólo un eco recibió como respuesta al pedido de apoyo a su mal avenido Macri: cri… cri… cri…

Una comedia negra donde, llegando al clímax viene a sumarse tardíamente Elisa Carrió, siempre a punto de autoproclamarse jefa espiritual de la nación, quien tiró sal sobre la herida al decir que Ricardo López era el único decente de ese espacio opositor, que podría englobarse como el Partido de la Concentración Económica. Por esos días, Jorge Sobisch, el amigo del interior, había dicho en público que para él “hay momentos en que es mejor un corrupto que un pelotudo porque un pelotudo ni siquiera sabe qué hacer con las necesidades del pueblo”. Legará el momento en que tenga que definir a cuáles considera los mejores para aliarse y allí quedará claro a quienes se refería en cada caso.

Siempre enigmática como un oráculo, Carrió incorpora una variante dadaísta a la política de la Ciudad. Siempre con la tentación de quedárselo todo si se lo llegan a dar, dice que va por la Nación pero que no puede abandonar a la Ciudad, que se le presenta irresistible. Aunque su relación con ella no está exenta de paradojas. Habiendo pegado bien inicialmente en la clase media con modales progres, con el tiempo sin embargo terminó planeando una alianza entre conservadora y reaccionaria centrada en figuras como Enrique Olivera o Patricia Bullrich Luro Pueyrredón que convirtieron a lo que quedaba de su fuerza en algo así como el ala izquierda del Partido Republicano, y la transformó en un complemento lógico de la constelación del antiguo régimen que busca revalidarse.

En el marco del proceso de reorganización en el que se embarcó el Partido de la Concentración Económica, la estrella de Macri prefigura la crónica de una ausencia anunciada. Lo peor que podría pasarle sería justamente ganar en la primera vuelta o en una milagrosa segunda. Tener que gobernar y asumir responsabilidades. Pero tampoco eso constituye un gran problema. Para eso se inventó el gerenciamiento. Llegado el caso, los lugares de decisión en el gobierno de la ciudad se ocuparían con burocracia corporativa y listo. Siguiendo la lógica que vienen manifestando sus actos, pasaría así de ser un diputado ausente a ser un jefe de gobierno ausente, coherente con su modelo de Estado ausente. Él mismo lo confirma al decir que "Con mil Margaritas Barrientos se solucionarían los problemas de la ciudad de Buenos Aires".
Los integrantes de esa rara especie que son los “peronistas pro”, en rigor menemistas residuales de pelaje variopinto, están felices con la decisión de Mauricio. No les importa que el empresario pierda otra vez con tal de asegurarse un lugar en la lista de legisladores y así seguir ganando su jornal.

El incendio a la vuelta de la esquina.
La metáfora del infierno que suele utilizar el Presidente de la Nación para referirse a las consecuencias del modelo anterior, en la ciudad parece materializarse en la imagen del incendio. El fantasma del incendio sobrevuela Buenos Aires, donde todo se quema, al parecer con bastante facilidad. Cromañón. El incendio del asentamiento ubicado bajo autopista AU7. Las calles en diciembre de 2001. Desde entonces la ciudad aparece cada vez más inflamable. Donde todo lo que parece incombustible termina casi siempre prendiéndose fuego, quemándose.

Las llamas están a la vuelta de la esquina de toda gestión en la Ciudad. Entretanto la política en la Ciudad, en su conjunto, parece condenada a la virtualidad. La descontextualización que sufre la Ciudad respecto de la realidad circundante, la sumerge en un microclima donde todo parece posible y sin embargo queda casi siempre en la mera potencialidad.

Volver a la realidad es el imperativo inexcusable, decía Raúl Scalabrini Ortiz y constituye el imperativo de esta Ciudad que está llamada a integrarse al proyecto de este país decidido a ser Nación, a reinventar su política para centrarla efectivamente en la atención de las necesidades sociales que no toleran más postergaciones. Dando encarnadura al contrato social que es la Constitución de la Ciudad, cuya morosidad para entrar en vigencia fue demoliendo casi toda expectativa.
Dejar de desentenderse. Construir una Ciudad solidaria con el país. Me he dado en tantas partes… Encontrarse, urgente. Para ser artífice de un destino común y no el instrumento de la ambición de ningún proyecto personal contradictorio con el Proyecto Nacional que se encamina a construir el futuro deseado en un modelo de inclusión universal.





(Publicado en la Revista Actitud, en marzo de 2007)

miércoles, 21 de marzo de 2007

Historia, presente y futuro: Entre apologías y rechazos

por Juan Escobar




Quiero escribir pero me sale espuma.César Vallejo


Con el siglo XXI por delante, los argentinos se enfrentan al desafío de saldar cuentas con su historia. Una historia que si se caracterizó en algo fue por las cuentas pendientes que, de tramo en tramo, se fueron sedimentando en capas geológicas. Esas tensiones, esas confrontaciones, esas contradicciones, esas divisiones, constituyen una constante en esa historia, que es necesario asumir en su conjunto como pasado común. Esto es, asumirla como propia y asumirla como conflicto. Como una pregunta que nunca tendrá una respuesta definitiva. Porque nuestra historia presenta una complejidad que no puede reducirse a la acción de individuos, sino a la acción misma del cuerpo social. Un campo donde si se quiere ver, no se puede mirar la historia con el microscopio de la noticia.

El peronismo en cuestión
Alguna vez dijo Borges que en general a los hombres no les ha tocado buenos tiempos para vivir. Los siglos que transitó la historia argentina no parecen ser la excepción. El siglo XIX fue el campo donde dos tendencias nacidas en Europa comenzarían a desplegar su vocación universalista en la política y en la economía. La Revolución Industrial inglesa –funcional a su modelo de imperio comercial- y la Revolución Francesa con sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad, confluyeron en el propósito de occidentalización del mundo con centro en Europa. Ambas cuestiones repercutieron decisivamente en estas tierras, tanto en las ideas como en los hechos. Tanto en las convicciones como en los intereses. La voluntad de autodeterminación nacional se enfrentaría con las presiones para convertir al país en una colonia servil del poder económico emergente. Este conflicto se convertiría en la pesada herencia que signaría el devenir argentino a lo largo del siglo XX al que se le incorporarían sus elementos propios. Donde la idea de revolución marcaría a fuego el siglo a lo largo del cual emergió la variante norteamericana del proyecto imperial de occidente.

La Argentina oligárquica encarnada por la Generación de 1880 creyó poner la casa en orden alineada con los intereses británicos. Hasta hubo un Mitre que se encargó de peinar la historia, novelándola, reservándose –como el que parte y reparte- su propio pedestal entre los próceres. Después vino el revisionismo rosista enmendándole la plana y las páginas interiores, aguándole la fiesta imaginaria. Pero antes, la inmigración y la ley Sáenz Peña, dieron a luz al yrigoyenismo, que hizo fruncir de preocupación a la pretendida aristocracia local. La reacción no se hizo esperar y la vuelta quedó marcada como la década infame por la manera salvaje que se encadenó nuevamente el país a los intereses extranjeros. Entretanto, las ideas revolucionarias traídas por los inmigrantes continuaban haciéndose un lugar –a pesar de las continuas persecuciones- entre los trabajadores explotados y un grupo de hombres del pensamiento nacional creaba la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, conocida simplemente como FORJA.

De ese magma caótico emergería el peronismo. Y nada volvería a ser como antes.
Enrique Silberstein sostenía –en su libro “¿Por qué Perón sigue siendo Perón?”– que la “economía peronista propiamente dicha, la que todavía le da vigencia a Perón, nace en junio de 1943 y se extiende durante todo el año 1944 y 1945”. Es decir, durante su gestión a cargo de la Dirección Nacional de Trabajo primero y luego transformándola en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Una política económica que entrañó la verdadera revolución del peronismo, esa que tuvo su legitimación en el 17 de octubre de 1945, que daría lugar a una nueva etapa.

Esa revolución inicial que dio origen al peronismo como fenómeno masivo es de carácter económico y refiere a la distribución del ingreso de manera equitativa entre los factores de la producción, los que aportan el trabajo y los que aportan el capital. Una distribución equitativa de la riqueza que se sintetizó en la bandera de la justicia social. No fue el peronismo clásico el primero en enarbolarla. Fue el primero en hacerla realidad en los números. Y en la vida de millones de argentinos. Garantizando desde el Estado la “seguridad jurídica” de los trabajadores. Ejerciendo una efectiva regulación política del mercado laboral en términos de equidad. El consumo interno aumentó en un 20% en ese breve período, como reflejo del aumento sostenido del poder adquisitivo de un importante sector de la población. La distribución del ingreso se equilibró en casi mitades y esto se sostuvo aún derrocado el gobierno peronista y durante su proscripción. Al punto que fue necesaria la última dictadura y el terrorismo de estado para iniciar un reformateo de la distribución en un proceso continuo que insumió el último cuarto del siglo XX y que al momento de eclosionar en diciembre del 2001 había llegado a reducir la participación de los trabajadores a un 14%, del 48% de entonces.

Las tres banderas históricas sintetizaron la fisonomía de ese peronismo clásico, de matriz industrial, que constituye la figura del trabajador como sujeto histórico, se completaban en una independencia económica entendida como autodeterminación respecto del interés ajeno al país (el Fondo Monetario Internacional fue creado en 1944, pero Argentina sólo se incorporó tras el derrocamiento de Perón ya que lo consideraba “un nuevo engendro putativo del imperialismo” yanqui) y una soberanía política que implicaba la presencia de un Estado alineado con los intereses nacionales y con una fuerte presencia como regulador de las relaciones sociales, especialmente las económicas.

Con el impulso de un Estado orientado al Bienestar, la calidad de vida de la población se incrementó notablemente. Estableció así una marca de agua, como sucede en las inundaciones, que permanece aún cuando bajen las aguas.

“‘Le voy a hacer una pregunta, m´hijo. ¿Cuánto tiempo cree que se necesita para contar de 1 hasta 75.000?’ Dudo un minuto. ‘No sé general. Quizás un día o más…’ respondo. ‘Pues fíjese: durante mi gobierno se hicieron en la Argentina nada más ni nada menos que 75.000 obras públicas. Piense que para contarlas nomás, se necesita ese tiempo que usted dice…’ Realmente era para callar y pasar a otro tema”. (Esteban Peicovich: “Hola Perón”).

Hasta que llegó la Revolución Fusiladora.

El camino del terror.
El terrorismo de Estado en la Argentina –en la etapa preparatoria de la dictadura del 76- se inicia en 1955 y su finalidad es el exterminio del peronismo para retrotraer la situación a la etapa previa a su aparición. Tras el mascarón católico de Lonardi, fueron Aramburu y Rojas quienes lo pusieron en marcha. Pero no trascendía la manifestación improvisada de un odio gorila exacerbado; con todo, ya sangriento y criminal, desde el Estado.

La institucionalización del terrorismo de Estado llegaría con el golpe de Onganía, un aventajado alumno de la Escuela de las Américas, donde el gobierno estadounidense adiestraba militares latinoamericanos en técnicas de contrainsurgencia, métodos de interrogatorio y tortura, moldeándolos de manera conveniente para la primacía del norte. Con el golpe de Onganía, la Doctrina de la Seguridad Nacional –en su variante colonial para uso nostro- se institucionalizó como ideología oficial del estamento militar argentino.

A su sombra, la ultraderecha nativa cobraría nuevos bríos y llegaría a ligarse fuertemente con referentes internacionales. El país comenzaba a organizarse como un campo de concentración. Una construcción que no cesó con la caída de Onganía sino que continuó hasta ponerse a punto. Es bueno leer “Ezeiza” de Verbitsky para darse una idea clara de la situación en el país en el momento del regreso de Perón. Tras ocho años de instalación, el Estado burocrático autoritario estaba listo para desplegar todo su potencial. Al parecer, esto no sería posible mientras Perón viviera.

Había que esperar entonces hasta la muerte de Perón para poner en marcha su maquinaria letal en pos de una solución final que implicara la sumisión nacional haciendo posible una incorporación al nuevo orden económico mundial –donde pesan más los intereses de las corporaciones que los intereses de las naciones- en un proceso de globalización compulsiva a través de una violencia sistemática impulsada desde el propio Estado.

La breve recuperación democrática que se abre en 1973 fue apenas un paréntesis –por no decir una trampa- en el proceso que se venía dando en las fuerzas armadas desde 1966 y que habían llegado a un punto que sólo restaba esperar la muerte de Perón para desembocar en la solución final.

Con la muerte de Perón se inicia un período de deterioro institucional del peronismo. A partir de ese momento todo parece confluir hacia el golpe de estado. La conspiración en las fuerzas armadas y de seguridad es un secreto a voces que día a día crece en intensidad. Argentina vivía la crónica de una muerte anunciada. Muchos políticos jugaron abiertamente al golpe y se beneficiaron luego con nombramientos. En la recta final gran parte de la prensa jugó un papel determinante en la opinión pública. Pero tras el 24 de marzo de 1976 se abrirían de par en par las puertas del infierno y la Argentina comenzaría a transitar por las páginas más siniestras de su historia, para instaurar un modelo económico de vaciamiento y devastación.

Del peronismo al pejotismo
El partido justicialista fue concebido desde el inicio como una herramienta, básicamente electoral, cuya función era la de articular un frente plural, para llevar adelante una acción de gobierno. Un medio, que tras la muerte de Perón paulatinamente se fue desvirtuando hasta convertirse en un fin en sí mismo, en el “sello oficial del peronismo”. La lucha por el sello implica confundir medios con fines; como suele decirse, poner el carro delante de los caballos, en un tránsito de jibarización que llevaría al peronismo rumbo al “pejotismo”.

La idea de revolución en Perón era de raíz histórica y se encontraba fuertemente ligada a la idea de evolución. En esta perspectiva las instituciones –entendidas como medios, como herramientas- de la comunidad reconocían un anclaje histórico; respondían a las necesidades de un momento histórico determinado, en el que se fijaban. La revolución implicaba la adaptación de las formas de organización a la evolución natural de la comunidad y la perfectibilidad de las necesidades. Revolución, así, implica la adaptación de las instituciones de manera que atiendan efectivamente las necesidades del presente.

“Las doctrinas no son eternas sino en sus grandes principios, pero es necesario ir adaptándolas a los tiempos, al progreso y a las necesidades. Y ello influye en la propia doctrina, porque una verdad que hoy nos parece incontrovertible, quizá dentro de pocos años resulte una cosa totalmente fuera de lugar, fuera de tiempo y fuera de circunstancias. (…) Una doctrina hoy excelente puede resultar un anacronismo dentro de pocos años, a fuerza de no evolucionar y de no adaptarse a las nuevas necesidades”. (Perón: “Conducción política”).

Esto último es lo que pasó. La tarea consistía en discernir lo esencial de lo accesorio, para adaptar las estructuras partidarias sin perder identidad. No siempre se pudo, no siempre se supo, no siempre se quiso. Esto redundó en una diáspora incesante que lo convirtió en una constelación de fragmentos alternativamente contradictorios y complementarios, donde la lealtad comenzó a confundirse con intrascendentes códigos internos.

La pérdida de identidad –a fuerza de adaptaciones a veces más papistas que el papa–, no fue un tema menor. Porque la cuestión de la identidad se encuentra íntimamente ligada al peronismo, a su impacto y su impronta en la vida de los argentinos.

El peronismo continúa siendo una cuestión personal para millones de argentinos. Un tema por el que se sienten interpelados. Una cuestión en la que muchos continúan definiéndose, en un sentido amplio, sea a favor o en contra. Reaccionando ante cada ofensa o reivindicación. Porque incidió fuertemente en la configuración de la identidad tanto de quienes abrazaron sus banderas con fervor militante, como de quienes lo odiaron con una intensidad incluso mayor.

La identidad peronista intentó refugiarse en la liturgia y en los símbolos proscriptos por el gorilismo fundacional. Pero toda tradición genera sus gendarmes; guardianes que so pretexto de preservarla la confinan a un pasado mítico para convertirse en los administradores de la identidad que se nutre de ella. Una administración muchas veces fraudulenta que utilizó la simbología peronista para llevar adelante políticas claramente contradictorias con el peronismo clásico, en la convicción tramposa que alcanzaba con poner la foto de Perón y Evita en la boleta para ganar elecciones.

Si peronistas son todos, en un sentido o en otro, esto acarrea las dificultades de una definición que no define. Los principios básicos del peronismo clásico dejaron de ser un monopolio de quienes se dicen peronistas, para constituirse en una demanda mayoritaria de la sociedad. Sería tiempo entonces de reparar en la diferencia entre el peronismo declamado y el peronismo efectivo. Porque se es peronista en los actos de gobierno, más allá de los discursos.

Mejor que decir
La historia reciente y sus consecuencias ratificaron la vigencia de aquellos tres lineamientos básicos de una política centrada en las necesidades sociales, que son la redistribución del ingreso, la recuperación del Estado democrático y la defensa de los intereses nacionales. Lineamientos que constituyen la base de legitimación social de la actual gestión a cargo del presidente Kirchner y representan una vía de articulación sustentable entre capitalismo y democracia, acorde a las exigencias de la época. Y esto implica asumir que una política centrada en las necesidades sólo es posible en democracia y no hay democracia posible sin un Estado que se encuentre en condiciones de garantizarla.

En esta situación, siguiendo los criterios del peronismo clásico, no presenta contradicciones relevantes el acompañamiento constructivo a la actual gestión del Estado nacional.

Las explicaciones se complican, por el contrario cuando se pretende dar cuenta de cómo puede apoyarse desde un supuesto peronismo al ex-ministro de economía que frenó todo lo que pudo la reparación salarial de los trabajadores, cuya gestión aumentó la brecha entre los más pobres y los más ricos, y encima pretendía dejar las decisiones en manos del mercado (por todo lo cual se convirtió en un ex-ministro).

Se complica más aún si se trata de explicar cómo desde otro supuesto peronismo se puede acompañar la candidatura de un ex-presidente en cuyos diez años de gestión se generó un deterioro sistemático de las condiciones laborales a través de la destrucción del derecho laboral, llevando la precarización laboral incluso al ámbito del Estado a través de los contratos basura, llevando adelante una política económica sujeta a los dictados de organismos internacionales como el FMI por los cuales se profundizó el desmantelamiento del Estado para facilitar el avance del Mercado como regulador de las relaciones sociales, que dio los resultados conocidos por todos.

Pero las explicaciones bordean el absurdo si pretenden justificar cómo en defensa de un peronismo declamado puede plantearse la oposición frontal a un gobierno orientado claramente a recuperar la función reguladora del Estado, a la recuperación del trabajo en blanco, avanzando sobre la informalidad que no es otra cosa que la ausencia de legalidad y el predominio de la discrecionalidad propia del Mercado; un gobierno que viene mejorando sensiblemente la distribución del ingreso y achicando la desigualdad que expresa la brecha entre los más pobres y los más ricos. Un gobierno que si colisiona ocasionalmente con la voluntad de las mayorías, rectifica su acción para alinearla con el mandato popular, entendiendo que la verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere, asumiéndose como la representación de las mayorías, tanto de sus intereses como de sus convicciones.

Los argentinos deben asumir su historia como propia y como conflicto. Sin perder de vista que la realidad es una cuestión del presente. Y es en el presente, en las acciones colectivas de hoy, donde se define el futuro de la Argentina deseada por las mayorías de la sociedad.
(Publicado en la Revista Actitud, en febrero de 2007)