lunes, 9 de abril de 2007

Ciudad de Buenos Aires: Encontrarse, urgente.

por Juan Escobar




La práctica política implica también la construcción de sentido, su producción a partir de la correspondencia entre lo que se dice y lo que se hace. Entre los discursos y las realizaciones. La política no se reduce al tiempo de las campañas preelectorales, pero es donde la visibilidad parece dotarla de una mayor intensidad. Fuera de las campañas y elecciones aparte, la política real, la de los hechos, refiere a la acción realizada en el ámbito del Estado y su incidencia en la calidad de vida de los colectivos que abarca, sea en el espacio local, provincial, nacional, etc. Hechos y palabras, lo concreto y su representación. Las interpretaciones, en su diversidad, intentan definir los hechos –desoyendo la advertencia de Keynes según la cual no hay interpretaciones más inteligentes que los hechos mismos- confirmando aquello de que una de las mayores luchas que debe afrontar el ser humano es la de nombrar o ser nombrado.

Las declaraciones políticas de estos tiempos preelectorales se inscriben justamente en ese campo de batalla simbólico donde se etiquetan los acontecimientos. Así vemos desplegar a la oposición una serie de interpretaciones donde adjudican al conjunto de la sociedad los avances experimentados desde el 25 de mayo del 2003 y responsabilizan al gobierno de todo lo que falta hacer. Aunque podría invertirse esta afirmación y resultaría más verosímil, lo cierto es que la falacia de estas visiones radica en la separación entre el gobierno y la sociedad que se da por supuesta. El gobierno es una manifestación, un emergente de la sociedad, en todo sistema democrático, su representación cuya continuidad se garantiza en la institución del Estado.

Democracia y Mercado.
El desafío de la política en democracia es construir sentido. Trascender el absurdo al que pretende confinar el avance del Mercado como regulador de las relaciones sociales, cuyo avance más espectacular tuvo lugar en la década de los noventa, correlativamente al proceso de globalización del poder económico y el carácter hegemónico de la economía como ideología impulsada por sus voceros del neoliberalismo. Con esto, comenzó a juzgarse al Estado bajo parámetros estrictamente económicos, viéndose cuestionada en profundidad su naturaleza misma.

Esto redundó en la disminución del Estado a su mínima expresión. Con el avance del mercado fue pesando más la condición del consumidor que la de ciudadano y la acción del Estado fue perdiendo sentido de manera paulatina. En el Mercado, ser ciudadano no significaba –casi- nada. En la misma medida, la democracia no pasaba la línea de pobreza y terminó caracterizándose por su baja intensidad. Un camino de progresiva devaluación simbólica del Estado, funcional a su desmantelamiento.

La democracia precisa hoy de cierta vocación por la hegemonía cultural frente al Mercado. Los argentinos recuperamos la iniciativa del Estado nacional, porque el Estado supo alinearse con las demandas sociales. La representación de la sociedad que se institucionaliza en el Estado volvió a significar algo para el ciudadano común. La ciudadanía comenzó a recuperar sentido, a ganar terreno al caos del Infierno de la Exclusión.

Los organismos del Estado producen sentido en la medida que se alinean con la atención de las necesidades sociales y responden a ellas de manera satisfactoria en el ámbito de su incumbencia. El Estado nacional actúa como productor de sentido estableciendo un proyecto nacional y realizando una acción sostenida en esa dirección, sentando sus pautas generales, la orientación del proceso. El municipio viene recuperando protagonismo en el nuevo modelo de gestión en construcción de acuerdo a los lineamientos de un proyecto nacional de integración. Los Estados provinciales tienen la responsabilidad de comunicar el ámbito local con el ámbito nacional, incorporando y articulando lo particular en el conjunto. Pero una atención efectiva de las necesidades, para ser sustentable, debe encarnarse en el ámbito local, que es donde vive la gente.

La Ciudad
A la Ciudad de Buenos Aires le sucede algo parecido a lo que manifestaba Stéfano, de Armando Discépolo, interpretado magistralmente por Alfonso de Grazia: Me he dado en tantas partes, que ahora me busco, y no me encuentro…

La Ciudad siempre ha sido un escenario fundamental para la política nacional, lo que no ha permitido madurar en la medida de lo necesario a la política local, siempre a la sombra que le ha permitido la comodidad de desligar responsabilidades disfrutando de recursos que, no en menor medida, provienen del carácter capitalino de la Ciudad.

Lo que debe encontrar la Ciudad es su propio paradigma. Más que una cierta idea de Buenos Aires, se hace necesario que la clase política, especialmente la que ocupa cargos de responsabilidad, logre configurar y comunicar una idea cierta de Buenos Aires. Realizable. Mejor. Sustentable. Con recursos propios que no escasean pero que precisan una organización adecuada de la que hoy se carece. Tanto recursos tangibles como intangibles, es decir tanto materiales como culturales. Con criterios que permitan corregir de manera que sea sensiblemente verificable las profundas desigualdades que permanecen en ella.

De forma que el progreso en la calidad de vida de la población logre una continuidad en la recuperación que trascienda los tiempos de cada gestión. Esto significaría un desarrollo en concordancia con la nueva etapa que ha iniciado el país y con la responsabilidad que le cabe a la Ciudad incorporándose activa y efectivamente al proyecto nacional en marcha.

La Ciudad de Buenos Aires, o Ciudad Autónoma, o Capital Federal, o Ciudad Puerto, donde sus habitantes descienden de los barcos. Esa misma Ciudad, esta Ciudad misma.

Me he dado en tantas partes que ahora me busco y no me encuentro. Base operativa del modelo de vaciamiento nacional que se implementó a partir de 1976, la Ciudad reproduce la lógica de la concentración económica y la exclusión social que caracterizó a aquel modelo, expresada por la brecha entre los más pobres y los más ricos, que es la mayor del país. Como le gusta a Lavagna, ese ex-ministro que, como Macri aunque menos tiempo, también se mecía en la duda en cuanto a su candidatura a la Presidencia de la Nación o la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Previendo que la situación económica iba a empeorar tras su desalojo, cosa que no sucedió, creyó que la Ciudad le quedaba chica y apuntó decididamente a la candidatura presidencial. Para ver cómo se iba devaluando con el tiempo, en un espacio opositor donde el montón lo hace palidecer por exceso de oferta. Porque si algo no le faltó nunca a la Ciudad de Buenos Aires, fueron candidatos del establishment, representantes del poder económico real con sede local. Eso que suele sintetizarse, con aditamentos, como la derecha.

El Partido de la Concentración Económica.
A juzgar por el maltrato que prodiga a Ricardo López, esa derecha ha tomado debida cuenta de los riesgos que implica mantenerlo informado en épocas de campaña. El recuerdo de la campaña de la Alianza en 1999, hace temer de su parte una suerte de sincericidio serial en el presente. Porque más allá de las críticas permanentes a la orientación asumida por el Estado nacional, todavía no se sabe explícitamente lo que se proponen hacer estos buenos muchachos en caso de tener responsabilidades ejecutivas.

Sólo la ingenuidad permitiría creer que “corregirían” detalles del proyecto nacional en curso. Porque una cosa es centrarse en la crítica del accionar del otro y otra muy distinta lo que se haría en su lugar. Mantener lo más alejado posible a Ricardo López de las conversaciones es por eso necesario para que no trascienda lo que se traen entre manos.

Hubiera sido el hijo soñado de Alvaro Alsogaray. Pero cae sistemáticamente en el sinsentido de esperar la medalla al mérito de parte de sus compañeros de esa diestra tan siniestra de la que forma parte, convertida en un vodevil de desplantes y pequeñas traiciones. Donde Ricardo llegó a parecer un espectador más frente al histrionismo hueco de Mauricio sobre tarimas que lo preservan de las impurezas territoriales y la sórdida intriga de un Roberto reticente en darle respiro a su franquicia radical. Fiel a sus pretensiones épicas, lanzó su candidatura presidencial por el Pro. Sólo un eco recibió como respuesta al pedido de apoyo a su mal avenido Macri: cri… cri… cri…

Una comedia negra donde, llegando al clímax viene a sumarse tardíamente Elisa Carrió, siempre a punto de autoproclamarse jefa espiritual de la nación, quien tiró sal sobre la herida al decir que Ricardo López era el único decente de ese espacio opositor, que podría englobarse como el Partido de la Concentración Económica. Por esos días, Jorge Sobisch, el amigo del interior, había dicho en público que para él “hay momentos en que es mejor un corrupto que un pelotudo porque un pelotudo ni siquiera sabe qué hacer con las necesidades del pueblo”. Legará el momento en que tenga que definir a cuáles considera los mejores para aliarse y allí quedará claro a quienes se refería en cada caso.

Siempre enigmática como un oráculo, Carrió incorpora una variante dadaísta a la política de la Ciudad. Siempre con la tentación de quedárselo todo si se lo llegan a dar, dice que va por la Nación pero que no puede abandonar a la Ciudad, que se le presenta irresistible. Aunque su relación con ella no está exenta de paradojas. Habiendo pegado bien inicialmente en la clase media con modales progres, con el tiempo sin embargo terminó planeando una alianza entre conservadora y reaccionaria centrada en figuras como Enrique Olivera o Patricia Bullrich Luro Pueyrredón que convirtieron a lo que quedaba de su fuerza en algo así como el ala izquierda del Partido Republicano, y la transformó en un complemento lógico de la constelación del antiguo régimen que busca revalidarse.

En el marco del proceso de reorganización en el que se embarcó el Partido de la Concentración Económica, la estrella de Macri prefigura la crónica de una ausencia anunciada. Lo peor que podría pasarle sería justamente ganar en la primera vuelta o en una milagrosa segunda. Tener que gobernar y asumir responsabilidades. Pero tampoco eso constituye un gran problema. Para eso se inventó el gerenciamiento. Llegado el caso, los lugares de decisión en el gobierno de la ciudad se ocuparían con burocracia corporativa y listo. Siguiendo la lógica que vienen manifestando sus actos, pasaría así de ser un diputado ausente a ser un jefe de gobierno ausente, coherente con su modelo de Estado ausente. Él mismo lo confirma al decir que "Con mil Margaritas Barrientos se solucionarían los problemas de la ciudad de Buenos Aires".
Los integrantes de esa rara especie que son los “peronistas pro”, en rigor menemistas residuales de pelaje variopinto, están felices con la decisión de Mauricio. No les importa que el empresario pierda otra vez con tal de asegurarse un lugar en la lista de legisladores y así seguir ganando su jornal.

El incendio a la vuelta de la esquina.
La metáfora del infierno que suele utilizar el Presidente de la Nación para referirse a las consecuencias del modelo anterior, en la ciudad parece materializarse en la imagen del incendio. El fantasma del incendio sobrevuela Buenos Aires, donde todo se quema, al parecer con bastante facilidad. Cromañón. El incendio del asentamiento ubicado bajo autopista AU7. Las calles en diciembre de 2001. Desde entonces la ciudad aparece cada vez más inflamable. Donde todo lo que parece incombustible termina casi siempre prendiéndose fuego, quemándose.

Las llamas están a la vuelta de la esquina de toda gestión en la Ciudad. Entretanto la política en la Ciudad, en su conjunto, parece condenada a la virtualidad. La descontextualización que sufre la Ciudad respecto de la realidad circundante, la sumerge en un microclima donde todo parece posible y sin embargo queda casi siempre en la mera potencialidad.

Volver a la realidad es el imperativo inexcusable, decía Raúl Scalabrini Ortiz y constituye el imperativo de esta Ciudad que está llamada a integrarse al proyecto de este país decidido a ser Nación, a reinventar su política para centrarla efectivamente en la atención de las necesidades sociales que no toleran más postergaciones. Dando encarnadura al contrato social que es la Constitución de la Ciudad, cuya morosidad para entrar en vigencia fue demoliendo casi toda expectativa.
Dejar de desentenderse. Construir una Ciudad solidaria con el país. Me he dado en tantas partes… Encontrarse, urgente. Para ser artífice de un destino común y no el instrumento de la ambición de ningún proyecto personal contradictorio con el Proyecto Nacional que se encamina a construir el futuro deseado en un modelo de inclusión universal.





(Publicado en la Revista Actitud, en marzo de 2007)